PLANEAMIENTO

El general Juan Tomás Díaz Quezada

DIJO EL JEFE CONSPIRATIVO: “SI CON HACERLO QUEDARA HECHO, LO MEJOR SERÍA HACERLO SIN TARDANZA”

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José Miguel Soto JiménezSanto Domingo

SANTO DOMINGO.- “Si con hacerlo quedara hecho, lo mejor sería entonces hacerlo sin tardanza”. Juan Tomás, “guardia viejo al fin”, lo había pensado lo suficiente.Le había dado vueltas al asunto domesticando sus impulsos. Lo había cavilado solo y lo había discutido con su hermano mayor, sabiendo que era cuestión de tiempo que el asunto se supiese con sus mortales y graves consecuencias. Demasiadas personas sabían la cuestión. Y si nos llevamos de los testimonios valiosos de terceros que sabían de la trama, comprobamos que algunos de los conjurados, ya fuese para ganar apoyo o dándole riendas sueltas a sus pasiones, le “marchaban” a la gente con el tema peligroso, con vocación suicida, más que de indiscreción.Por otro lado, conociendo a de la Maza desde cuando se “engancharon” juntos, y entendiendo sus razones, sabía que no era posible ya contener al mocano en la prudencia, aun fuera a costa de armar, de forma insegura e incompleta, las intrincadas piezas de la máquina de un golpe de estado.Como jefe de la conspiración había tratado de frenar el ímpetu de Antonio por la vía de Pupo, usando para ello a Modesto, el hombre político por excelencia. Y razonándolo de muchas formas con los miembros más cercanos a él, trató de manejar con juicio la arriesgada trama del homicidio puro y simple.“Si el hecho mismo zanjara todas las consecuencias y con la acción se asegurara el éxito, si el golpe fuera el todo”, entonces no habría problemas. Y Juan Tomás sabía por su experiencia que ciertamente los habría, ya fuese porque Pupo no tenía control de las Fuerzas Armadas, de la Policía, del SIM y, mucho menos, del San Isidro, verdadero asiento del poder militar, o porque políticamente “el viejo”, que no delegaba, ni soltaba el timón, seguía teniendo el control político del país de la forma más absoluta.De todas maneras, aunque en principio era partidario, con su hermano y otros más, como lo demuestran los interrogatorios de algunos de los héroes, de secuestrar al déspota para forzar la toma del poder, dejó que la idea del asesinato se impusiera.Llegó un momento en que no solo dejó que la venganza tomara su inevitable rumbo, dejando que de la Maza y su grupo empujaran a empellones al destino, para acabar con la “maldita vaina”, sino que jugó como jefe a que el suceso fuera inevitable, llevándolo al punto ese de no retorno, a partir del cual nadie se devuelve, y donde el mismo hado no puede arrepentirse de sus propios designios.La idea de secuestrar al dictador no era del todo descabellada. Dada la situación interna y externa del país, era realmente aconsejable.Era lo políticamente conveniente para alcanzar el poder, tomando al mismo dictador como pieza de intercambio para forzar la entrega del gobierno. La idea inteligente y osada era quizás la única forma de que el golpe tuviera éxito, manteniendo el acontecimiento bajo control de los propósitos del proyecto como opción de poder.No era, como se ha insinuado, asunto de afectos, remordimientos, condescendencia o gratitud. Colocar al déspota, vórtice nodal de su propio régimen, como rehén de su propio poder, era lo único que podía forzar al cambio, obligando a su propia maquinaria poderosa a tranzar su adhesión, para preservarlo, mientras el país se percataba de su vulnerabilidad, su indefensión, y el deterioro de una inefabilidad celebrada que, alimentada por años por sus alabarderos, se hubiese quebrado en su inesperada situación.Al ver el “viejo caimán” atrapado en las redes, era posible que los inconformes salieran a flote; funcionarios militares y civiles disgustados habrían abandonado el barco del gobierno, que aún se mantenía a flotando.Habrían salido a la superficie, también, los restos de una oposición sumergida en las aguas de sus marismas y sus fracasos. Funcionarios “apalabrados” se manifestarían a favor. Otros más cautos dejarían hacer cualquier cosa sin participar, mientras todos los demás, paralizados por la sorpresa, se plegarían lentamente ante el temor o la amenaza del derrumbe.CoyunturasGrupos castrenses disgustados habrían abandonado la unidad del apoyo al régimen. Los oportunistas harían su papel de coyuntura.La iglesia mediaría a favor del proceso. Balaguer habría lucido sus mejores habilidades de mediación, sin poder ser esta vez Marco Antonio, ni Octavio Augusto, invalidando un panegírico que guardaba en formol y que, finalmente, no pronunciaría de la forma sabia que lo hizo.El apoyo internacional, entonces, hubiese respaldado abiertamente la cuestión. Y el mito se hubiese hecho añicos para siempre, cuando el espejo húmedo del miedo, cuarteado por el hecho, se hubiese desmoronado abruptamente.El secuestro, finalmente, hubiese requerido de más tiempo; pero habría despertado al pueblo de su pesadilla, paradójicamente más temprano, restándole espacio a un neo-trujillismo que vendría después.Con la “mandurria” en la mano, se hubiese podido encausar al tirano para desmitificarlo, juzgarlo y exponerlo vencido y cautivo, negarle la leyenda y llevarlo a la condición de una mortalidad que la muerte violenta finalmente le dio, con sus naturales imperfecciones.Pero no se puede analizar lo que no ha pasado, y lo que pasó fue otra cosa, no menos trascendente, heroica y memorable que, desbordada por los acontecimientos, cerró esa etapa trágica de la historia, con una tragedia que tocó a los mismos héroes y a sus familiares.Yo no sé de dónde ha salido la versión de que el general Juan Tomás Díaz era solo el jefe de la segunda fase. Los testimonios contenidos en los interrogatorios de los 6 participantes que fueron interrogados por la fiscalía y el juez de instrucción, demuestran que Juan Tomás fue la cabeza de la conspiración en su conjunto, así como Antonio de la Maza fue su sinergia. El hecho de que la casa del general se convirtiera, después del hecho, en el centro de ebullición, porque allí se reportaron todos con el cadáver, así lo demuestra.En los interrogatorios surge siempre ese nombre inevitable, ya sea poniendo su casa como lugar repetido de reuniones, donde se conspira y se dan instrucciones y razones, o mencionándolo directamente como jefe de la trama.TestimoniosLos que narran como llegaron a la conjura, si no lo ponen a él como vía, atestiguan que los que lo sedujeron usaron el nombre y el prestigio del general para convencerlos.Él ordena a los ingenieros los planos del atentado, y es él que los estudia y aprueba. Todos los detalles son ajustados con él. Su familia cercana, sus parientes y otros compueblanos eran parte del complot. Juan Tomás o sus vinculados fueron la ruta para llegar a Pupo y a otros militares de ese círculo.Otros aseguran haber oído de sus labios el plan del secuestro o escuchado las razones de la necesidad del atentado. Todos afirman que Juan Tomás era incluso el aval y el sostén de las prédicas vehementes de Antonio de la Maza, porque siempre estaban juntos. Que según lo atestiguado por Fifí, se produjeron “muchísimas veces”, durante los meses de “febrero, marzo y abril” de 1961.Pastoriza asegura que junto a su amigo Huáscar fueron convencidos por Antonio de la Maza “a poner remedio a los males del país mediante el atentado” y que en dichas conversaciones estaba casi siempre Juan Tomás Díaz, “en algunas oportunidades algo callado”, como buen guardia.Huáscar, por su parte, dice que fue invitado a participar en el complot, en la casa de Juan Tomás Díaz, donde Antonio de la Maza “me expresó su inconformidad con el régimen”. Señalándole la necesidad de “eliminar la persona del Benefactor de la Patria” para que hubiera “un cambio de gobierno”, por el deplorable estado económico en que se encontraba el país”.Que “la muerte de las hermanas Mirabal había afectado la moral del país” y que “el divorcio entre la iglesia católica y el estado era causa de corrupción”, mencionando a seguidas la ruptura de las relaciones diplomáticas de los países por “el atentado contra la vida del Presidente Betancourt” y la certeza que tenía de que la muerte de su hermano Tavito, “por puras razones políticas, sin ser necesario, había sido ordenada por el Jefe”.En presencia de Juan Tomás, de la Maza le dice a Huáscar que “ellos contaban con el apoyo de la flota americana, la cual llegaría al país para restablecer el orden, una vez hubiese funcionado el golpe de Estado”, en el cual estaban involucrados “el general Pupo Román, el general García Urbáez, un alto oficial de apellido Valdez y el general Estrella”.Huáscar asegura que Juan Tomás y de la Maza le habían informado que el general Román Fernández “había expresado que él estaba en disposición de tomar parte activa, debido a los vejámenes e insultos que había sufrido por parte del jefe”, que “cuando se diera el golpe, se haría cargo de la fuerza militar y ocuparían el palacio”, con el apoyo del gobierno americano, pacto acordado a través del cónsul de ese país, por mediación del señor Wallace Berry, alias “Wimpy”, íntimo amigo de Antonio de la Maza”.“Se comentó entre nosotros, además, que Balaguer, continuaría en el poder, pero atribuyéndole el mando. Se llegó a esta conclusión en razón de que Balaguer había demostrado su inconformidad a un amigo de quien no supe el nombre”.Huáscar testifica que se acordó que tan pronto sucediera el hecho, “se mostraría el cadáver del Jefe al general Román para convencerle de que debía actuar”. “Debo señalar que se había comentado en el grupo, que el general Román se había expresado en el sentido de que solamente él se podía lanzar a actuar con Juan Tomás Díaz”……

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