TESTIMONIOS DE UNA MADRE

Lecciones de una madre con cáncer

NORIS CÉSPEDES AFRONTA LA ENFERMEDAD HACE TRECE AÑOS

SANTO DOMINGO.- Con todo y que este mes cumple 13 años de haber sido diagnosticada con cáncer, Noris Céspedes es una mujer llena de vida. 

Setenta y una quimioterapias, 20 radioterapias y varias intervenciones quirúrgicas no han podido apagar su espíritu de lucha. 

“Quienes tenemos más riesgo frente a la muerte nos hacemos más fuertes”, razona. 

Fiel a la vocación magisterial que mostraba ya desde los cuatro años, cuando reunía a los amiguitos de su comunidad de Fantino para enseñarles, su vida se ha convertido en una lección. 

El testimonio que su hijo mayor, Ariel, de 28 años, dio durante la celebración del 54 cumpleaños de Céspedes el pasado seis de febrero es sólo un ejemplo. 

Que, a pesar de la adversidad, la vida continúa. Esto aprendió el joven que, años atrás, cuando su madre mostraba los primeros estragos de la quimioterapia, se esforzaba por ocultar el llanto que con frecuencia le ahogaba. 

EL DIAGNÓSTICO

Corría el año 1995 cuando un artículo de la revista “Selecciones” hizo a Céspedes entrar en la cuenta de que, a sus 41 años, nunca se había practicado una mamografía. 

El artículo no pudo llegar en un momento más oportuno. En mayo, la profesora de letras de la Universidad Autónoma de Santo Domingo fue diagnosticada con cáncer de mama. 

“Por unos minutos, mi mente vagó por los senderos de la subconsciencia, tratando de asimilar lo que el galeno me estaba diciendo en esos minutos de desasosiego. Sin embargo, mi entereza no había desaparecido. No di cabida a emociones contradictorias, y le pregunté: ¿Qué es lo que hay que hacer?” 

Así definió aquel momento en un artículo publicado en el 2000 en el desaparecido periódico El Siglo. 

El diagnóstico inicial, dado cuando Ariel tenía 15 años y Raúl, el menor, 12, no causó grandes trastornos en la dinámica familiar. 

Céspedes, quien imparte conferencias y labora como correctora de estilo de una institución pública, ni siquiera dejó el cigarrillo. 

Lo peor llegó en el 2000: nuevos estudios revelaron una recidiva del cáncer y la condujeron a una mastectomía y a quimioterapia. 

Su negra y larga melena, esa que sus niños acariciaban al recostarse los tres para ver televisión antes de dormir, comenzó a caer. 

“Eso sí afectó a mis hijos”, dice sentada en la pequeña sala de su apartamento, donde las imágenes enmarcadas de sus descendientes y otros parientes reciben al visitante. 

Y aunque “la mujer no es pelo y senos nada más”, sufrió con la transformación... pero por sus hijos. 

Que la vean sin peluca o pañuelo no le quita el sueño; la pérdida no se compara con todo lo ganado. 

“Buena gente”, aunque con “su temperamento”, como la define la asistente doméstica que la ha acompañado por casi una década, Céspedes ha aprendido a ser paciente y la vocación de servicio de la cual hizo galas a lo largo de su carrera magisterial no ha desaparecido: orienta y apoya a las afectadas de cáncer que le remiten amigos y familiares o que le escriben tras leer su columna “Lectura comprensiva”, publicada semanalmente en esta sección. 

“¡ESTOY VIVA!”

Exigente, creativa y buena conversadora, Céspedes ya no festeja su cumpleaños; organiza celebraciones por la vida, la más reciente bajo el lema “¡Estoy viva!”, un grito que tiene más razón desde mayo del 2004, cuando nació su nieta Lía Mariel.

La pequeña “Besitos húmedos” llegó al mundo un mes después de que su abuela iniciara su tercera batalla contra el cáncer. 

Y si sus hijos fueron una “continuación de la vida” y la ayudaron a comprender mejor el mundo a su alrededor, Lía Mariel ayudó a su abuela a recobrar las razones para vivir.

Como legado para ella y para sus hijos, Céspedes -quien crió también a una primita que se convirtió en la hija que nunca tuvo- inició un diario con pensamientos espirituales.

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