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ARTE

Los inicios del artista plástico Ramón Oviedo

A LOS NUEVE AÑOS ERA AYUDANTE DE GRABADOR, SUMERGÍA MATRICES METÁLICAS EN EL ÁCIDO

I de II

SANTO DOMINGO.- La historia de Ramón Oviedo (1927- ) es la de cualquier portento de la plástica universal. En la historia de la pintura dominicana pocos han seguido con igual determinación los impulsos de su interioridad, los mandatos de su obsesión aunque hayamos tenido interesantísimos y valientes artistas. Estos, sin embargo, fueron, por decisión y escuela, pintores siempre. No así Ramón Oviedo que, nacido en 1927, se integró a la labor plástica a finales de los años 50, es decir, “hecho y derecho” para desarrollar un proceso de autoafirmación individual a través del arte que lo obligará a hacer de la pintura su razón de existencia y que nos lo traerá a lo que es hoy: un exponente fundamental del arte dominicano a partir de mediados del siglo XX.

Comparar siempre es enojoso pero posibilita revelar, a través de contrapunteo de sus términos, las características que “por exclusión” son propias del objeto, de modo que arribamos a una aprehensión más próxima a su esencia. Nuestra afirmación propugna una originalidad inquebrantable, nutrida de corrientes formativas de la contemporaneidad expresiva, y una personalidad plástica sin idénticos en el país, caracterizada por el humor, la crítica y la indagatoria técnica. También pretendemos colocar la sinceridad de Oviedo como ejemplo para estos días ‘sin norte ni dioses’ en que el artista puede revelarse demiurgo. Quizás pocos pintores del país hayan hecho lo que Oviedo para encontrarse como artista.

Para los pintores venir al éxito, a la carrera de su oficio, significa la adquisición de habilidades para el modelado de la expresión; el desarrollo de maneras propias apreciadas por los demás, esto es, que le generen el estimativo social y una identidad en el arte y el mercado. En Oviedo, todo lo contrario: la voluntad de dedicarse por entero al arte más que una conquista significó un ponderado y bien estructurado abandono del publicista, de vida cómoda y placentera, de actitud burocrática y conciencia corroída y atormentada que, por la obra de 1975-80, el pintor demostró que entonces era.

Quien recorra, como lo hacemos aquí, la obra del pintor bajo el criterium de la dialéctica, es decir, como proceso y espacio en el que batallan múltiples corrientes, contradictorias a veces; identidades, técnicas, recursos y temas; en el que se discriminan unos recursos para afirmar otros; mediante los cuales se accede a puntos de vistas socialmente críticosÖ, comprenderá las razones pedagógicas en torno a la obra de Oviedo que nos mueven. Porque Ramón Oviedo es, antes que todo, síntesis de su propia experiencia. Llegar a ser lo que hoy representa es consecuencia de un largo proceso de preparación sin más norte que la voluntad escudriñadora, el afán de perfección técnica en medio de su constante preocupación humana. Gran ejemplo para muchos artistas de hoy, anegados en el cieno de la búsqueda afanosa de un triunfalismo y mercado fáciles, antes que preocuparse de modo íntegro y humano por su oficio y su razón de ser artistas. Ramón Oviedo, hombre práctico, sencillo y sincero; humano y hecho al pulso de su propia voluntad y de sus minutos vividos y sufridos, en medio de pírricas posibilidades ha sabido luchar contra los obstáculos interpuestos entre él y su vocación. Como Picasso cuya obra influirá tan ampliamente sobre la suya lo niega todo para afirmarse; concibe el arte como técnica al servicio del hombre y termina creyendo la invalidez de todo lo que no sea el individuo mismo, el hombre pura y simplemente concebido, que transpira en su pintura: conflictivo, nunca solitario, vigilante, pequeño y grande, virtuoso y corroído o luminoso y justiciero.

Síntesis de su propia experiencia, que proponemos como una de las interpretaciones probables de la producción plástica de Ramón Oviedo.

De niño a artistaNi siquiera el propio pintor puede precisar cuando empezó a pintar. No sabe si fue con sus ensayos de infancia o en los últimos años de la dictadura trujillista. Porque Ramón Oviedo que todavía hoy piensa que su decisión por la pintura data de los primeros años de la década de los 60, no da importancia a sus primeros gestos plásticos con el tema de sus héroes del cinematógrafo, ni otorga valor a sus primeros “muñequitos” . Recuerda, eso sí, a pesar de su lúcida memoria, que de pequeño, al igual que en las más cursis historietas de artistas, tenía una gran habilidad para hacer dibujos y que incluso para esa época de tiranía y a la edad de nueve años realizó un intento de retrato del tirano a dimensiones de muchacho y en la envoltura de una caja de cigarrillos que sus familiares y el vecindario celebraron como apoteósica revelación de lo que sería el niño. Pero, aunque temprano mostró esas habilidades, nunca tuvo educación afín a su vocación ni formación académica regular. En plena infancia, por diligencias de su padre, terminó en un taller de fotograbados cuya clientela la constituía una suerte de chiriperos de la prensa escrita. Ayudante de maestro fue su función y, también como en todas las historias de ayudantes de artesanos, Oviedo terminó ganando la confianza de su protector.

De funciones menores obtuvo el premio de un trabajo de mayor responsabilidad: eliminar el sucio y malezas de las placas metálicas dominadas por el ácido. Este trabajo, de gran laboriosidad, precisión y astucia, es lo que el pintor recuerda como lo fascinante de esos tiempos sombríos cuando una voluntad de oscurantismo férreo dominaba el país. Internacionalmente también eran años de sombra: la Segunda Guerra Mundial había estallado y la Guerra Civil Española, que en muchos sentidos inicia esta hecatombe, también. Para llevar noticias, dentro de las libertades que la tiranía permitía, Gonzalo Domínguez imprimía una revista hoy completamente extinguida del país, donde se grabaron las primeras imágenes de Ramón Oviedo con cierto criterio de responsabilidad.

¿Te atreves a hacer esto? preguntó Domínguez al jovenzuelo, mostrándole unos ejemplares de caricaturas de la época.

"Claro que puedo” me dice el maestro que respondió el muchacho audaz que él era.

Entonces empezó una labor que lo vinculó un poco más a su vocación y le permitió adquirir “algunos pesos”. Así fue como imprimió sus caricaturas con un tema sombrío: los personajes de la guerra y sus confrontaciones: Hittler, Mussollini, Churchill y Stalin. ñEse es el primer paso que doy sobre lo que es el dibujo porque hasta tanto sólo hacía muñequitos. Contaba apenas entre 13 y 15 años. A tan temprana edad ignoraba que sus primeros pasos en la pintura parecían estar alentados, con algunas circunstancias diferentes, por los mismos vientos que empujaron al muralista mexicano José Clemente Orozco, sobre quien Oviedo pondrá sus ávidos ojos más tarde.

Ni nuestro pintor recuerda las características de ese “trabajo”, pero mucho menos el señor Domínguez que sí evoca al “muchachón” afanoso y diestro trabajando sus ilustraciones sobre la mesa de una época sombría. Para no contrariar la voluntad de paz del recuerdo inerte, el Archivo General de la Nación tampoco guarda el mínimo recuerdo de la revista Rick-Rack, lo mismo que las bibliotecas Nacional y la Pedro Mir de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, evidencia rotunda de que el país se resiste a ser historiado, a conocer su pasado, bajo la cronología simple e indefensa del arte.

Oviedo nos revela sus preocupaciones plásticas de entonces: “Gonzalo Domínguez me daba la literatura y yo me atrevía a ilustrarla”. De aquí pasó nuestro personaje a rotulista, a desandar una ciudad silenciosa estampando en las paredes la promoción de los comercios. Apartado aún de su vocación, no perdió la oportunidad para demostrarse a sí mismo su pulso firme para el dibujo aunque no pudiese terminar el quinto grado de la primaria cuando a la edad de nueve años fue lanzado al mercado de la fuerza de trabajo.

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