ANTONIO PRATS VENTÓS

“El pesebre” de la ira y el amor

FUE UNA PENITENCIA DEL ARTISTA PARA SALDAR UNA RABIETA ANTERIOR

A los hijos de Antonio Prats Ventós y de Rosa María García, con cariño imperecedero. SANTO DOMINGO.- Cuando se imprimió el catálogo de la colección de “El Pesebre” de Antonio Prats Ventós y sus piezas se exponían al fin en la Catedral Primada, en la navidad de 1991, el conjunto lo integraban diez y ocho piezas de sobria y luminosa belleza. Era un tiempo en el que cada tarde, al caer el sol, quien suscribe llegaba al patio de la casa del artista, en la Lope de Vega 22, y él bajaba del taller. Cuando no, yo subía hasta él y allí lo encontraba, siempre de pie, pintando cuando no esculpía, abajo; o esculpiendo abajo cuando no pintaba, arriba. “Es que soy un obrero del arte, Ignacio”, me repetía con el ceceo que delataba su origen a pesar del “aplatanamiento”, la satisfacción y el agrado que sentía al hermanarse con los dominicanos. Eran verdaderas tertulias a las que se unía, siempre, Rosa María. Era ágil y desinhibida, enemiga de falsas galanuras y poses, mujer auténtica y recia, de risa franca y silencio grave, de amor caluroso o frialdad sepulcral ante la alevosía. “Déjame terminar estos colores”, decía, en el taller, cuando yo arrimaba, después de haber pisado sobre la madera que hacía de piso y que siempre temí óno sé porquéó que un día se viniera abajo. Quizás era por la cantidad de cuadros que allí Tony guardaba. Quizás por la cantidad de esculturas. Quizás porque la madera cedía un poco, con cada paso. Tony trabajaba inmutable. Conversaba conmigo y pintaba. Yo admiraba su manera de crear y disponer esa multiplicidad de pliegues de su conocidos “turbantes” y cómo, con una disciplina de asceta cuidaba el mínimo detalle. El taller era una organización familiar, poseía una clara división del trabajo. Cuando había que poner pan de oro, por ejemplo, a cuadros o esculturas, sus hijas lo hacían, llenas de alegría. Pincel en manos, pan de oro en la otra, cantaban mientras completaban su faena. De vez en vez, Tony se les acercaba y con discreción y amorosa humildad les sugería lo necesario para que el trabajo quedara como lo deseaba. Mi amistad con “Tony” Prats Ventós empezó por entonces. Cuando lo visité para informarle del nacimiento de “Contemporanía”, la revista de arte pionera de las demás revistas y publicaciones de alta calidad en el país. Entonces recibí de él uno de los más grandes espaldarazos y amistad que he obtenido en mi carrera y en mi vida. De él, Oviedo, Peña Defilló y Guillo Pérez obtuve el estímulo y apoyo que cualquiera envidiaría. A ellos estaré eternamente agradecido. No sólo lograba el apoyo de un grupo considerable de los artistas más prestigiosos del país, ellos me introdujeron a sus talleres sin misterio y agradezco ser uno de los pocos en entrar a ellos y verlos pintar, y conocer su técnica al detalle... El 21 de diciembre de 1991 salía de la imprenta el catálogo de “El Pesebre”, con la reproducción de cada una de las piezas, textos de Su Eminencia Reverendísima Nicolás Cardenal López Rodríguez y una entrevista de la entrañable María Ugarte. A doña María Ugarte y Prats Ventós los unía un amor que superaba la hermandad. Y un compromiso indecible con la cultura dominicana, en la que se habían introducido con una verdadera pasión, devoción y deseo de aportarle, de estimularla, de robustecerla. A ella Prats Ventós le confesaba que se impuso la tarea de realizar “El Pesebre” como una penitencia, un castigo por destruir, en un acto de ira, una obra que había hecho para su familia y sus hijos. Él lo narró así: “Al llegar, pues, a tener hijos, recordaba... las costumbres de aquí que se han ido perdiendo de poner un pesebre en las Navidades. Como no tenía dinero para comprar el pesebre, pues, me modelé en barro un pesebre... Le dediqué mucho tiempo y mucho amor a hacerlo. Mis hijos veían el proceso y formaba ya parte de la comunidad familiar. Era parte de la familia”. Guardó la pieza un año, esperando “la otra Navidad para ponerlo”. Pero en la “otra Navidad” “la cosa esta muy mal en casa” porque “no teníamos dinero ni para ambientar el pesebre, comprar la parte decorativa, el musgo, todas esas cosas...” De manera que el artista se sentía muy mal y dice que “exploté, rompiendo algo que quería mucho, rompí el pesebre, Lo hice pedacitos”. óFue una reacción al momento en que vivíamos nosotros, que vivían mis amigos... Ese pobrecito pesebre fue el que pagó las consecuencias en mi caso. Y mis hijos lo lamentaron mucho. No hubo pesebre ese año, y no hubo pesebre el otro año tampoco. Eso ocurría en la década del cincuenta, pasada la cual las cosas empezaron a mejorar pero la culpa por el acto cometido “fue agrandándose en mi conciencia y se convirtió en una verdadera mortificación”, a lo que agregó que veía cómo el arbolito navideño sustituía la tradición del pesebre. Así que se impuso la tarea de hacer uno. “Pero no un pesebre corriente, folklórico... Sino... una obra de arte de la cual yo me pudiese sentir orgulloso y que respondiera a mi experiencia humana en mi país, la República Dominicana”. Prats Ventós quería que su pesebre “respondiera a la forma de vestir de la gente, que expresara los colores del medio, la sencillez de nuestra manera de ser”. Como le estaba yendo bien, pudo dedicar mucho tiempo a la obra, empezando por la figura de La Virgen María que él cataloga la más sencilla de todas las figuras. INTERACTIVALos niños les pusieron rostroEn sus viajes a Europa aprovechaba para visitar exposiciones de pesebres y definir la idea de lo que haría ya que los observados “no tenían la calidad de obras de arte”. Para que las piezas interactuaran con el espectador, para que este pusiera algo, decidió no definir rostros, pero un niño que vio las primeras obras en el Museo de Arte Moderno, donde se inició su exhibición, “dijo que sí, que tenían caras, porque él le veía la cara al niño Jesús”. Prats Ventós se sintió pago. Y si la Virgen es la figura más simple del conjunto, la de San José, por el contrario, quiso que fuera la más realista. —Creo que da la presencia del hombre, del hombre común y corriente —afirmó Antonio Prats Ventós. Por eso “lo hice fuerte. Lo hice sólido, muy identificado con sus ideas, muy convencido de lo que estaba sucediendo... y de su importancia, y por eso le di tanta importancia”. Prats Ventós inició el proyecto del pesebre en 1980 ya iniciada la prohibición nacional de corte de madera por lo que tuvo que encarar el incremento en el precio de la caoba. En 1983 había completado catorce piezas y las expuso en el Museo de Arte Moderno. Durante tres años se exhibieron en La Catedral y surgió la idea de adquirirlas. Al concretarse el hecho, el artista se comprometió a incluir otras figuras anualmente, hasta que el conjunto se compuso de diez y ocho esculturas. La última fue la del gallo. “El Pesebre” es uno de los conjuntos escultóricos más inspirados de Prats Ventós. En él, este artista puso a prueba su habilidad para conciliar un tema que forzosamente hablaría a la gente, inmerso en la cultura pop, y en una larga tradición. Para hacerlo unió los extremos que le eran propios: el hieratismo y las policromías egipcias, el gusto del arte bizantino y un abstraccionismo parco y esquemático. Quizás hoy, los críticos nacionales dirían que con esta obra, como con “Procesión por un árbol muerto”, Antonio Prats Ventós se haya inscrito en la historia del arte nacional con otro punto a su favor: el pionero del “minimal art”. Ya antes, en los años 40, había logrado inscribirse como el primer escultor abstracto de toda la región de El Caribe. Con motivo de las navidades, sugerimos a los lectores que aprovechen para visitar, con sus hijos, esta fascinante pieza de amor nacida del arrepentimiento. Ella demuestra que de la superación de nuestros errores emergen la mayor belleza y las mejores obras. El horario de exhibición de “El Pesebre” de Antonio Prats Ventós en la Catedral Primada de América se puede obtener llamando al Arzobispado de Santo Domingo, teléfono 809- 682-0815.

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