Enfermera trasplantada de riñón pide ser reubicada

Carmen Castillo Vélez teme que los viajes permanentes desde San Francisco de Macorís a Santiago terminen mermando su salud.

Carmen Castillo Vélez tiene 52 años y trabaja como enfermera desde 1994.

Carmen Castillo Vélez tiene 52 años y trabaja como enfermera desde 1994.EXTERNA/

Carmen Castillo Vélez tiene 52 años y trabaja como enfermera desde 1994. Hace un tiempo enfermó y tras cuatro años recibiendo diálisis, logró acceder a un trasplante renal hace cinco años.

Trabaja en Sabana Iglesia, Santiago, pero quiere ser trasladada a San Francisco de Macorís, donde vive, porque le resulta difícil seguir viajando cada día y teme perder el órgano donado. Asegura que a pesar de que ha estado gestionando con sus superiores ese cambio, no lo ha logrado.

Explica que durante su enfermedad y trasplante permaneció un tiempo en licencia médica o pagando para que le cubrieran el servicio, pero que luego tuvo que reintegrarse, viéndose obligada a prestar servicios cuando aún estaba latente la pandemia del Covid-19.

Esta es la historia narrada por Carmen para LISTÍN DIARIO. Detalla que la nombraron como auxiliar de enfermería en el hospital de Sabana Iglesia, en 1992, cuando aún el centro estaba en construcción y que fue dos años después cuando la llamaron para integrarse.

“En esa época no existía escuela de enfermería en Santiago, por lo cual no contaban con personal. Lo cierto es que un grupo de enfermeras de San Francisco, Cotuí, Pimentel, La Vega y todas jóvenes, vinimos a cubrir esa necesidad”, dijo.

Explica que luego se matriculó en el CURNE, extensión de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) en San Francisco de Macorís, lo que hizo que se quedara allí, porque era su pueblo. “Me fijaron en el trabajo los fines de semana, haciendo servicios corridos de viernes a lunes”, agregó.

Sus problemas

Dice que luego enfermó y ahí empezaron sus problemas, ya que durante los cuatro años y medio que duró en diálisis, recibía evaluaciones constantes de parte del sistema, que concluían que podía trabajar, por lo que se veía obligada a pagar los servicios a otros compañeros, para no perder el trabajo.

“En el 2017 Dios me dio el privilegio de conseguir un donante, un amigo de 27 años, que ya es un hijo para mí. Me pude trasplantar gracias a Jehová y a la generosidad de la gente de mi pueblo ya que el proceso de diálisis había agotado todos mis ahorros. El departamento de enfermería cooperó con la venta de boletas y reunieron diez mil pesos”, indicó.

Al año de trasplantada, le dieron el alta médica y las evaluaciones indicaron que podía integrarse a su empleo.

Dice que el trabajo realizado cuando aún estaba latente el Covid-19 le restó calidad de vida y volvió a pagar por servicio a compañeros, pero que le han aumentado la cantidad, y le han advertido que si no va al trabajo la cancelarán.

Una plaza

Señaló que Sabana Iglesia, Santiago, es una comunidad muy linda de gente buena y solidaria, pero que es muy difícil llegar para los que no tienen vehículo propio y que para cumplir con su trabajo debe irse el día anterior para Santiago, donde una amiga, para tempranito salir a tomar transporte y llegar allí.

“Al igual que yo hay en el centro otra enfermera que está pasando por una situación parecida, tiene un problema serio de salud. Ahora de Santiago salen muchas enfermeras del politécnico y la UASD, ya nosotras no somos indispensables, pero no nos dejan de ver como una plaza y no como personas de carne y hueso que somos”, señala Carmen.

Dijo que ser trasladada a su pueblo es de gran valor para ella, porque el tiempo de vida de un riñón trasplantado depende en gran parte del cuidado que se le dé y por ende conlleva muchos gastos.