Política

Memorias inéditas / Haití y República Dominicana

Revelaciones de los manejos diplomáticos de República Domincana ante los haitianos

  • Los acontecimientos en Haití en los últimos meses y la recién propuesta fuerza internacional para Haití dan relevancia fresca a las perspectivas de Fabio F. Herrera Cabral, mi padre. La gran sabiduría que contienen puede servir a nuestros gobernantes y diplomáticos hoy. Con continua y creciente admiración por “el presente” que papá nos dejó, agradezco al señor Miguel Franjul, tan banilejo como nosotros, que haya asentido a la petición de compartir estas páginas sacadas del libro completo de sus memorias que pronto verán la luz.

    Altagracia M. Herrera Miniño

Fabio Herrera Cabral, en su condición de vice canciller dominicano, participa en septiembre de 1991 en la Asamble General de la ONU Fuente externa

Sorprendido por lo que acababa de escuchar, de momento no supe qué responder a la propuesta o sondeo que me hacían tres empresarios haitianos de la ciudad de Cabo Haitiano mientras se encontraban en mi despacho. Me habían pedido una audiencia para tratarme un problema de carácter burocrático que hacía retardar mucho la concesión de visado para viajar a nuestro país en asuntos económicos, tanto a ellos como a los de nuestro país.

Tradicionalmente las actividades comerciales de la región de Cabo Haitiano han estado muy ligadas a la región noroeste de nuestro país, con las ciudades de Monte Cristi, Dajabón y otras hasta Santiago.

Dajabón, del lado dominicano y Juana Méndez, del lado haitiano, tienen una interacción económica y social muy interesante. Inmediatamente se impartían las instrucciones a nuestro cónsul en Cabo Haitiano para tomar las medidas necesarias para que no se produjeran retrasos en la expedición de los visados.

Después de haber quedado resuelto su problema, los visitantes se quedaron sentados sin hacer ademanes de despedirse. Tenían otra carta en la manga.

En esos días, el gobierno haitiano era todavía el régimen duvalierista, y había cerrado la frontera. No recuerdo con qué pretexto. Eso ocurría a veces, y se paralizaba el intercambio comercial fronterizo, causando pérdidas, especialmente en Cabo Haitiano.

Vista parcial de la ciudad de puerto Principe, Haitífuente externa

Uno de mis visitantes sirvió de portavoz. Un propósito, que al parecer estaba latente en el recuerdo de los habitantes de Cabo Haitiano, era independizarse de la hegemonía política que ejercía Puerto Príncipe, y crear un estado independiente en el norte, con Cabo Haitiano como capital.

Antecedente histórico

Ya esto había ocurrido en 1806 a la muerte de Jean-Jacques Dessalines, que gobernaba en Haití, a raíz de la independencia, ocurrida en 1804.

En 1806 cuando Dessalines fue asesinado, Haití se dividió en dos estados, uno al sur, cuya capital era Puerto Príncipe y el otro al norte, con Cabo Haitiano como su capital.

En Puerto Príncipe gobernaba Alexandre Petion, un intelectual que trató de hacer un gobierno aceptablemente democrático. Gobernó hasta el 1818. Le sucedió Jean Pierre Boyer, bien conocido en la historia de la República Dominicana. Boyer gobernó hasta 1843, cuando fue derribado por un golpe de Estado, en el cual, por razones de táctica política participaron dominicanos, entre ellos algunos que pertenecían a La Trinitaria, que fue la organización patriótica fundada por Juan Pablo Duarte para luchar por la independencia de la parte este de la isla Hispaniola.

El reino del norte de Haití, fue creado en 1806 por el general Henri Cristóbal, quien gobernó a título de rey. Ejerció el mando con mano de hierro. En el reino de Cristóbal, Cabo Haitiano cambió el nombre por el de Cabo Henri, que en esa época se convirtió en uno de los más importantes, sino el que más, en el Caribe. La bahía de Cap Henri siempre estaba congestionada por naves que llevaban cargas de exportación de productos agrícolas e industriales de la región.

Durante mucho tiempo más de 200 licorerías del estado de Massachusetts se abastecían gracias a la producción de alcohol de los alambiques haitianos. Por otro lado, el ejército de Cristóbal había llamado la atención del comandante de la flota inglesa en las Antillas, considerándolo una fuerza militar digna de tener en cuenta en los planes estratégicos de Albión en el Caribe, y en el norte de la América del Sur, donde Bolívar combatía contra España para lograr la independencia de la región.

Henri Cristóbal no era haitiano. Había nacido en la isla de San Cristóbal y cuando ésta pasó a poder de los ingleses, se trasladó a la zona de Haití donde los franceses tenían su colonia. En sus actividades en Haití, estaban los negocios de compra y transporte de ganado que se hacía desde la parte española de la isla. En esas negociaciones, Cristóbal se hizo de muchos amigos dominicanos, entre ellos el banilejo Luis Franco de Medina, un apellido que es de raigambre social, política, económica y cultural en nuestro país.

Luis Franco de Medina era un personaje que merece un estudio exhaustivo de su personalidad y sus hechos. Es una figura de fuertes lineamientos. Hay un período de su vida que está en la sombra. Después apareció en Francia, en la era de Napoleón y figura en la guardia personal del emperador. En tal virtud está en el Palacio Real de Varsovia, en Polonia, entre los oficiales que hacían guardia cuando Napoleón tejía su romance con María Waleska. Combatió en Waterloo y volvió a desaparecer. Después reapareció en la corte del rey Luis XVIII. Mientras tanto, Cristóbal, que había abandonado sus negocios de ganado, abrazó la causa militar y política, y a la muerte de Dessalines se levantó en Cabo Haitiano, proclamando la separación de esa región del norte y el noroeste, del que hizo el centro económico y militar más poderoso del Caribe. A tal extremo que Cristóbal acariciaba la idea y hasta la dejó caer, con el desgaire de comprar a los colonos habitantes de la parte este, todos sus derechos, y así sustraer a las ambiciones que mantenían los gobernantes de la región del sur de Haití, gobernado desde Puerto Príncipe por Alexandre Petion.

Esto ocurría en el período llamado de “La España Boba”. Pero la idea no pasó de eso, ideas de Cristóbal que leí en un documento en una biblioteca particular haitiana.

El caso es que en la corte de Francia persistía el recuerdo de la colonia de Saint Domingue que fue la joya de las posesiones francesas en América. En la Corte de Luis XVIII renacía el recuerdo frente al esplendor del reino de Haití del norte gobernado por Cristóbal. Se iniciaron gestiones para atraerlo al redil francés.

En ese propósito participó Luis Franco de Medina, quizás hasta como promotor de la idea notando su antigua amistad con Cristóbal. El rey escuchó las cartas de los sureños y envió dos mensajeros para que hablaran con Cristóbal. Uno de los miembros de la comisión era Luis Franco de Medina. El otro era un noble francés de rango diplomático, cuyo nombre no recuerdo. Cristóbal recibió a los comisionados y escuchó sus propuestas. Inmediatamente ordenó su prisión, dictando una sentencia de muerte contra ellos. Antes de cumplir dispuso que en presencia de los condenados se oficiara una solemne misa de difuntos por el alma de cada uno de ellos, en Cap Henri, que se revistió totalmente de ornamentos fúnebres.

Tan pronto terminó la ceremonia religiosa los reos fueron ejecutados. Franco de Medina, por ser un antiguo amigo del rey, fue fusilado, privilegio que no tuvo el francés a quien le cortaron la cabeza.

Cristóbal gobernó hasta el 1820, cuando se suicidó para no caer vivo en manos de los militares y del pueblo sublevado que ya rondaba su palacio de la Citadelle.

A la muerte de Cristóbal, el reino de Haití se disolvió. Cap Henri volvió a nombrarse Cabo Haitiano, y la región se reunificó con el resto de Haití, bajo la hegemonía política de Puerto Príncipe. De inmediato el esplendor de Cabo Haitiano se apagó y ahora la población duerme y sueña con las glorias y el esplendor del pasado.

Los visitantes

Esa era la nostalgia que traían mis visitantes. Habían llegado a mi despacho movidos por las añoranzas que les producía el recuerdo del esplendor y riqueza de la región y la ciudad de Cabo Haitiano en tiempos del Rey Cristóbal.

Después que les había resuelto el propósito ostensible de su visita, en la conversación que siguió, afloraron las quejas que tenían contra la política que gobernaba desde Puerto Príncipe. Mis visitantes hicieron hincapié que esas quejas, no eran únicamente de ellos, sino la de todos los habitantes del noroeste de Haití. Ya en esa ruta, los visitantes me revelaron sus más íntimos propósitos y esperanzas.

Propósitos y esperanzas que se materializarían cuando la parte norte y noroeste de Haití volviesen a los antiguos límites del reino del norte de Haití, creado por Cristóbal, liberando esa región de la hegemonía de Puerto Príncipe, que no tenía alientos para iniciar las obras de programas que eran necesarias en Cabo Haitiano.

Me dijeron lo que querían hacer con Cabo Haitiano: lo mismo que hicieron los habitantes de la parte este en 1844.

A estos conceptos, o interpretación de los hechos históricos, les recordé que lo que ellos llamaban la parte del este había sido territorio español con su lengua, religión y costumbres a partir del 5 de diciembre de 1492, como era toda la isla. En 1844 los habitantes españoles tuvieron que romper por la fuerza, lo que por la fuerza había hecho Boyer en 1822. Ese hecho no se podía tomar como premisa en lo que ellos pretendían hacer en Cabo Haitiano.

Una vez consumada esta separación, me dijeron los visitantes y, como al desgaire, me dejaron caer la posibilidad de un entendimiento político con la República Dominicana, para lograr una relación más íntima entre ambos pueblos. Algo parecido, aunque no igual, a la relación que tiene Puerto Rico con los Estados Unidos.

Me quedé pasmado. Luego me sobresalté y les dije:

—Parece que ustedes quieren romper su relación con Puerto Príncipe y tener una aventura extramarital con la República Dominicana. ¿No es así?

—No exactamente. Pero un matrimonio mal avenido debe disolverse. Pero no pretendemos una aventura extramarital con la República Dominicana, sino unas relaciones más en serio, aunque no sea un matrimonio por la Iglesia.

—Pero lo más acertado es que ustedes traten de recomponer sus relaciones con Puerto Príncipe, sobre la base de un trato de igual a igual, que bien pudiera ser una especie de neo-federalismo, como si fuera Ottawa y Québec. Con ese salto, Cabo Haitiano, que debe ser siempre haitiano, podría hacer convenios con nuestro país, especialmente en construir una carretera costera desde Puerto Plata y extenderla hasta Mole de San Nicolás, con visos a una relación con Cuba, por vía de un ferry.

Una escisión de Haití no es aceptable para la República Dominicana. Esas fueron mis últimas palabras. No sé si mis visitantes se fueron decepcionados, pero sí muy callados.

Pero el peligro de una escisión política en Haití sigue latente.

Rememoraciones

A la altura de los años que tengo, el pasado lo veo igual que un observador, situado en una torre muy alta, contemplando el paisaje que se extiende hasta el horizonte, que le permite ver, tanto desde su atalaya mucho más lejos, de su observatorio. Todo el pasado se me muestra, sin fisuras, en las secuencias de lo que me ha ocurrido en el fluir de la corriente de mi vida. De ahí que, cuando narro algo cuyas consecuencias, voluntaria o involuntariamente, han gravitado sobre mis acciones posteriormente, lo he hecho sin hacer un corte en el relato.

En las actividades prácticas en nuestras relaciones con Haití hemos corrido reales peligros físicos como nos ocurrió cuando viajaba con el doctor Donald Reid Cabral en un avión que volaba, atrapado por una tormenta, en un corredor formado por dos cordilleras, en el territorio haitiano. Cuando penetramos en la tormenta, hacía media hora que habíamos salido de Puerto Príncipe, cuyo aeropuerto fue cerrado tan pronto levantamos el vuelo. Era en febrero del año 1987. El doctor Reid Cabral ocupaba el cargo de secretario de Estado de Relaciones Exteriores y yo el de subsecretario de Política Exterior. También nos acompañaban algunos periodistas que viajaban en otro avión. Regresábamos de un corto viaje oficial que habíamos hecho a Puerto Príncipe, en interés de actualizar y dinamizar las relaciones entre ambos países y una buena metodología para mayor acción diplomática eficaz en el presente contexto funcionario que dirigen las diplomacias respectivas.

Los resultados de la visita, desde el punto de vista de las buenas relaciones dominico-haitianas habían sido poco halagüeñas. Nos había recibido el presidente Henri Namphy, muy cortés y amable, pero en las conversaciones con otros funcionarios, y aun en el almuerzo oficial que se nos ofreció, se puso de resalto las divergencias que existían entre los puntos de vista de una y otra delegación. Esto impidió que se llegase siquiera al más pequeño acuerdo.

Balaguer le devolvió a Jean Claude US$40 mil que le envió de regalo

Jean Claude Duvalier

Jean Claude Duvalier

—Yo volveré a gobernar en Haití, y uno de mis prioritarios empeños, será elevar en grado máximo, el nivel de nuestro entendimiento con la República Dominicana, y para hacer eso, cuento contigo, Fabio. Estas palabras me las decía Jean Claude Duvalier, ex presidente de Haití, quien me hablaba desde Francia.

Esta conversación ocurrió en los días previos a las elecciones de 1990, cuando la campaña electoral había alcanzado su punto culminante, con el clima usual de los desahogos verbales que, hasta ahora, han formado parte de los procesos pre eleccionarios en nuestro país.

Antes de concluir la conversación, Jean Claude me preguntó por la salud del doctor Balaguer, y de sus posibilidades para alcanzar una nueva reelección. Satisfice su curiosidad y entonces me comentó:

—El presidente Balaguer es un hombre de exquisita cortesía, y por eso, me ha extrañado mucho que ni siquiera me ha acusado recibo de una ayuda económica que le envié para su campaña electoral. Quedó en silencio, y luego añadió: —Le envié esa ayuda porque ahora no soy presidente de Haití, y no se me podrá acusar de tratar de intervenir en los asuntos internos de la República Dominicana. Ahora soy un ciudadano privado y lo puedo hacer.

No tenía ninguna respuesta, y lo único que me vino a la mente fue decirle:

—Presidente, tan pronto yo vea al Presidente Balaguer, si encuentro la oportunidad, le preguntaré.

La ocasión se me presentó al día siguiente. Después que despaché el asunto que me había llevado a verle, le comenté de la llamada que me había hecho Jean Claude, los motivos de ella, y su aspiración de volver a la presidencia de Haití, y de propiciar las mejores relaciones con la República Dominicana, para lo cual, me dijo, confiaba en que yo lo ayudaría. Le dije además que Baby Doc se había expresado con mucha admiración por él, y que confiaba en su triunfo en las próximas elecciones. Con estas últimas palabras, le había servido la mesa al doctor Balaguer, y esperé para ver si captaba la insinuación. Efectivamente, la captó, pues en seguida me dijo:

—Me envió una ayuda económica de 40,000 dólares, pero yo se la devolví con una nota de gracias.

—Precisamente, Señor Presidente. No me atrevía a mencionarle eso. Jean Claude me comentó que le había extrañado que usted no le hubiese expresado recibo, conociendo lo cortés que es usted.

—Parece que los mensajeros se quedaron con el dinero. Llama en seguida a tu amigo, y dile lo que ocurrió.

A continuación el doctor Balaguer me reveló los nombres de los mensajeros, de los cuales uno murió violentamente poco tiempo después, en otro escenario.

Al otro día llamé a Jean Claude y le dije lo que había ocurrido. Su comentario fue:

—¡Se quedaron con el dinero! Que les haga buen provecho, pero ellos han perdido un amigo. No lo saben todavía, pero llegará la oportunidad.

Los motivos de la primera llamada de Jean Claude había sido para darme las gracias por mi ayuda en un caso que le afectaba, en relación con su esposa, la señora Michelle Bennet, con la cual estaba en los trámites de divorcio. La demanda se había presentado ante un tribunal de la República Dominicana.

El abogado de Jean Claude lo era el doctor Roger Lafontant, representado por un abogado dominicano, porque él no podía actuar en nuestro país. Por alguna razón que ignoro se intentó expulsarlo del país, quizás para quitarlo del medio en el asunto. El doctor Lafontant fue reducido a prisión. Pero él me hizo llegar su problema del cual informé al presidente Balaguer, quien dispuso que lo pusieran en libertad y se le concediera asilo político en el país, tal como se lo había pedido.

Pero poco tiempo después, el doctor Lafontant, quien tenía sólido prestigio en los círculos duvalieristas, trató de utilizarlo desde aquí. Y fue en la noche del 6 de enero de 1991, ya elegido Jean Bertrand Aristide, presidente de Haití, que penetró en territorio haitiano, e inició un levantamiento militar que al principio tuvo éxito, cuando a la presidenta de Haití, señora Ertha Pascal-Truillot la hicieron prisionera. El prestigio del general Herard Abraham hizo fracasar el levantamiento. El doctor Lafontant fue hecho prisionero. Sometido a juicio y condenado a muchos años de prisión, fue ejecutado siete meses después, en su celda de la Penitenciaría Nacional, la noche del 30 de septiembre de 1991, cuando los militares derribaron el gobierno de Aristide.

Un tiempo después presté ayuda a un familiar de la señora Michelle Bennet, cuando uno de sus sobrinos, que piloteaba un pequeño avión de un solo motor, había salido de Haití en dirección a Miami, pero a causa de desperfectos en la brújula, perdió el rumbo y cuando se le agotaba el combustible, se vio obligado a realizar un aterrizaje de emergencia en un campo cubano, donde un tractor realizaba labores agrícolas. El avión chocó con el tractor, sufriendo ligeros daños, pero sin lesiones a los humanos. El joven fue detenido como sospechoso y estaba en prisión, cuando su madre, hermana de la señora Bennet, acudió a mi despacho en procura de ayuda. No quise defraudarla y me puse en contacto con los amigos cubanos que están en altas esferas, o tienen sólidos lazos con los que están en ellas. El resultado fue que dos días después, el joven haitiano, en su avión completamente reparado y repostado de combustible, volaba rumbo a Miami con toda seguridad.

Para mí fue de íntima satisfacción cuando la madre del joven fue a mi oficina para agradecerme lo que había hecho por su hijo.

El autor fue vice canciller y embajador para asuntos haitianos