Despotricar contra los milénicos
Los mayores de 60 años ya no están de moda entre las nuevas generaciones. Es lo que tiene hacernos mayores y llegar al umbral del camino hacia la vejez. No reconocernos en el verdor que tenemos delante.
Una de las señales de que la juventud ha quedado atrás es la tendencia a glorificar aquel tiempo pasado mientras se despotrica de los jóvenes que han tomado el relevo y marcan las tendencias que se imponen.
Hace unos días, en la presentación en Madrid de Los destrozos, el nuevo libro del autor estadounidense Bret Easton Ellis, el reconocido novelista no perdió ocasión de hablar de manera condescendiente sobre los millenials-milénicos, la generación que comprende a quienes nacieron entre 1982 y 1994. Ellis, que ya roza los sesenta años y pertenece a la generación de los Baby Boomers (de 1946 a 1964) fue uno de los fenómenos literarios de los años ochenta, con bestsellers como Less than zero y American Psycho. Su éxito precoz —a los 21 ya era famoso— en gran medida se debió a su habilidad para reflejar el nihilismo de una década marcada por los excesos con las drogas, el desenfreno de Wall Street, la experimentación sexual, el consumismo desbocado. Siempre apegado a sus propias vivencias de niño bien en Los Ángeles, el mundo que describe es el de una abundancia que parece no llenar el vacío existencial de jóvenes que saltan de cama en cama con la energía que proporciona la cocaína y el narcisismo de quienes están seguros de que antes de estrellarse se comerán el mundo.
Si Ellis era el niño terrible de la Costa Oeste, en el Este otro autor contemporáneo, Jay McInnery, retrataba más o menos lo mismo en Bright lights, big city. Ambos pasaron de estar en lo más alto de la montaña rusa a épocas bajas, tanto vitalmente como por el menguante entusiasmo ante sus posteriores obras literarias. Digamos que dos escritores muy marcadamente generacionales comenzaban a difuminarse con la llegada de otra época. O, como la canción de Bob Dylan, la evidencia de que The Times They Are A-Changin.
Para alguien como Ellis, que encumbró el desorden más extremo de los años ochenta, los milénicos son sinónimo de “niñatos” que se niegan a madurar y, a su juicio, son rehenes de lo que se conoce como woke, que para unos es la toma de conciencia de injusticias o desigualdades sociales que deben enmendarse. Para sus detractores, en cambio, significa estar sujetos a lo “políticamente correcto” desde una visión liberal que supuestamente atenta contra la libertad de expresión. Hoy en día Ellis es un defensor de la corriente anti woke y todo lo que sea materia susceptible para la mayoría de los milénicos como el movimiento del Me Too, el cambio climático, las cuestiones de identidad- orientación sexual y Black Lives Matter, entre otras cuestiones.
En un encuentro con un público entregado y admirador de su obra, el creador del terrorífico Patrick Bateman, el personaje caníbal de American Psycho, repitió lo que ha ventilado en los últimos años en las redes sociales: su generación fue la última en mantener las relaciones sexuales más libertinas, en escuchar la música más trascendente, en contar con una literatura de peso y gozar de una libertad total y sin supervisión de sus mayores que les permitió danzar a su aire y asomarse a los abismos. La llegada del Internet, las plataformas digitales, los móviles y toda la tecnología con la que han crecido los milénicos habría sido la gran anestesia para una generación que, de acuerdo a Ellis, no parece dejar huella en las artes ni en la literatura. Sin embargo, estos jóvenes que ya no son tan jóvenes (la generación Z es la que ahora se impone con sus propios cánones) sí leen a Sally Rooney, Jia Tolentino, Ottessa Moshfegh, Yaa Gyasi, entre otros, además de ser grandes consumidores de Podcast de los cuales se informan sobre los asuntos que les parecen relevantes. A pesar del ruido de los anti woke, liderados por el sector más radical republicano que mantiene una cruzada contra, en palabras del gobernador de Florida Ron DeSantis, “la turba woke”, una encuesta reciente de USA Today-Ipsos indica que la mayoría de los estadounidenses tiene una percepción positiva de lo woke, definiéndolo como la toma de conciencia de las desigualdades sociales que perviven: el 56% de los encuestados se refirió a estar “informados y tener conciencia de las injusticias sociales”. En ese porcentaje se incluyen tres cuartos de demócratas y más de un tercio de republicanos. Por otra parte, un 39% indicó que el término woke refleja “ser políticamente correcto y censurar lo que otros dicen”. Dicho porcentaje incluye un 56% de republicanos.
Bret Easton Ellis, cuya pareja es un milénico de 32 años, gasta muchos de sus cartuchos dialécticos en burlarse de manera paternalista de una generación a la que apenas le encuentra virtudes destacables. Así lo manifestó ante una audiencia cuya edad media era de cuarenta años en adelante y con igual nostalgia por una edad dorada que se esfumó. Tal vez el origen de su desdén radica en que ya no está de moda entre las nuevas generaciones. Es lo que tiene hacernos mayores y llegar al umbral del camino hacia la vejez. No reconocernos en el verdor que tenemos delante. Acuartelados en la foto amarillenta de lo que fue nuestra idealizada y ya lejana juventud.