SIN PAÑOS TIBIOS
Camino de Santiago
Quien comienza a caminar el camino no es quien lo termina, ese es otro. Que no haya dudas sobre eso, porque a pesar de la materialidad de las pisadas y el sendero, el camino es quien moldea al caminante, y no al revés.
Sin importar las expectativas que se tengan antes de dar el primer paso, al comienzo ya se tiene una idea de lo deberá ser. El sapiens es proclive a planificar el futuro, porque quizás esa ha sido la clave de su supervivencia, pero luego de dar ese sencillo primer paso, todo se trastoca y el destino hace lo que mejor sabe hacer: lo que quiere.
El viejo Lao decía que un viaje de mil leguas comienza con un solo paso, y así, el camino rumbo a Santiago comienza con el primer andar de la mañana; en donde una Galicia indómita siempre busca la oportunidad de hacerse sentir hasta los huesos, porque Santiago es Galicia y Galicia es su gente noble y buena; su tierra, el verdor de sus montes; los ríos que descienden por sus montañas; el viento, a néboa e a morriña.
Todo eso es Galicia y todas las palabras de nuestra lengua no alcanzan para describir la belleza de un paisaje bravo, duro y simple; un paisaje donde la bruma flota, la lluvia cae por donde le da la gana y no importa si es de arriba hacia abajo –o de lado– o de abajo hacia arriba… igual no saldrás seco nunca de ahí.
Y si ves la lluvia como agua no lo entenderás, pero si la sientes sobre tu piel como un bautizo, como una segunda (otra) oportunidad concedida para comenzar de nuevo, entonces, más que lamentarlo lo agradecerás; porque el agua en todas las religiones siempre ha tenido el mismo fin ritual; porque el agua limpia, lava y pone al caminante en condición de penitente.
Porque no importa lo te haya hecho tomar la decisión de recorrer el camino hacia Santiago de Compostela. Desde el preciso momento que comenzaste el viaje ya su sentido y propósito estaba dado; sólo que no lo sabes hasta que ves la catedral a lo lejos, y luego lo vas sintiendo dentro, como un tambor que toca cada vez más fuerte; y a la par de esa sensación de gozo y plenitud que te embarga, tus pasos se vuelven ligeros sin importar qué tan pesados estén tus pies. Porque el espíritu siempre ha movido la carne, como tampoco importa lo que te hizo llegar ahí, porque ya eso quedó atrás, muy lejos… en otra vida quizás.
Delante de ti sólo está la redención y el perdón infinito de nuestro Salvador. Y no importa si al final la tumba contiene los restos del apóstol o está vacía, lo único que te hizo llegar hasta aquí fue lo que guardabas dentro de tu corazón, nada más. Eso que nunca has olvidado, y que aquí vuelves a encontrar.