SIN PAÑOS TIBIOS

Todos los besos

Lorca entendió el flamenco más que nadie. Sin saberlo, el de Fuente Vaqueros estilizó a tal punto esa música de periferia marginal que los gitanos cantaban en tascas de mala muerte jerezanas desde hacía siglos, que simplemente tendió la alfombra para que Camarón caminara sereno y risueño hacia la historia como La Leyenda del Tiempo; con Tomatito a la diestra, el de Lucía observando en la distancia, y el duende siempre risueño.

“Así que pasen cinco años”… o mil, da igual. Los acordes están ahí y ahí quedarán; y bien tenía derecho Federico a presumir de flamenquito, que su naturaleza andaluza le otorgaba derecho a ello; porque antes de cualquier estudio sobre la naturaleza de sus acordes fundamentales que estableciera su lejano origen indopaquistaní, lo cierto es el pueblo romaní cargaba la esencia del flamenco; pero fue tras su llegada a la Andalucía española –epicentro de todos los pueblos del Libro–, que pudo encontrar sustancia y basamento para que el cante jondo fuera más que música, y se convirtiera en pasión en movimiento.

Y así como detrás de cada mirada de mujer hay un deseo, así también detrás de cada estrofa de flamenco hay un poema a medias, donde una mitad la canta el cantaor y la otra la siente el que la escucha; y así se sella el pacto en cada acorde, cada cante; así haya pellizco, jaleo o remate. Porque así también “todos los besos” explora esa otra ventana del amor que nos enseña la vida, como si acaso el amor no tuviera todas las ventanas y puertas posibles para entrar y salir cuando se quiera… e igual para quedarse dentro, donde la lumbre del hogar calienta más, aunque el fuego esté apagado; porque es el amor llama que calienta sin quemar y arde sin gastarse.

Que todos los besos sean pues como el jaleo que arman sobre un tablao el cantaor y el tocaor; y si hay bailaora, que se pierdan los cabales hasta llegar al desplante; o que sean como los rebujitos que aplacan la calor frente al Guadalquivir en verano; como los que cantan este flamenco pop que escucho mientras me pierdo en el café de sus ojos e intento reencontrar el camino de vuelta hacia la cordura deshaciendo el recorrido –cual Teseo–, como un ciego asido del azabache de su pelo que señala el camino hacia el infinito; que es la breve distancia que nos une y nos separa en ese efímero instante en que se puede tocar el cielo con tan sólo sentir sus besos.

Que bien sabía Lorca que en esos acordes estaba cifrado el amor, porque es obra de la Creación; como lo es la canción que suena mientras me disuelvo en la nada de ese breve instante a su lado, el que recuerdo mientras “Todos los Besos” suenan y yo despierto del sueño.

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