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La formación de arquitectos en un contexto cambiante

El mundo está en constante transformación, y la arquitectura no es la excepción. Hoy más que nunca, formar a los arquitectos del futuro requiere responder a desafíos globales como el cambio climático, la desigualdad social y los rápidos avances tecnológicos.

Desde mi perspectiva como directora y docente, preparar a las nuevas generaciones implica replantear, no solo los contenidos académicos, sino también las metodologías de enseñanza y los valores que queremos transmitir.

La sociedad actual demanda la ejecución de proyectos con sensibilidad social que planteen políticas e intervenciones que incluyan explícitamente a las poblaciones excluidas y menos favorecidas, que impulsen la participación de las poblaciones más vulnerables, que promuevan e incorporen un enfoque de equidad en los marcos institucionales y que involucren la participación de la sociedad civil. 

Esto en miras a mejorar los índices de educación, crear estructuras para la integración de minorías, impulsar sociedades más justas, incluyentes y participativas, con mejores posibilidades de alcanzar un mayor grado de desarrollo humano para todos sus ciudadanos.

Lo anterior demanda la formación de profesionales arquitectos que aporten al bienestar social haciendo posible la construcción de espacios que, atendiendo a las necesidades mencionadas, aporten a una mejor calidad de vida.

La Escuela de Arquitectura y Urbanismo de la Facultad de Arquitectura y Artes de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña ha actualizado en los últimos años el plan de estudios que se compone de competencias y conocimientos necesarios para formar al egresado con un perfil profesional sensible y altamente capacitado, para abordar proyectos en las variedades de las escalas urbanas, respondiendo a las complejidades de los diferentes contextos sociales. Recomendamos tomar en consideración estos criterios para la capacitación de los arquitectos, tanto en grado como en cualquier nivel de educación continua:

El arquitecto contemporáneo ya no trabaja de forma aislada. Es esencial que el estudiantado aprenda a colaborar con disciplinas como la ingeniería, la sociología, la ecología, la economía, finanzas, entre otros.

Los proyectos deben plantearse desde una perspectiva global, entendiendo cómo las decisiones locales tienen un impacto más amplio. Esto requiere incluir en el currículo temas como sostenibilidad, urbanismo inclusivo y economía circular.

El auge de herramientas digitales como el BIM (Building Information Modeling), la inteligencia artificial y la realidad aumentada ha revolucionado la práctica arquitectónica. Como docentes, debemos asegurarnos de que los estudiantes dominen estas herramientas, no solo como recursos técnicos, sino como aliados en el diseño y la gestión de proyectos complejos. 

También, darles las herramientas para la autogestión de estos conocimientos, pues cambian muy rápido y constantemente. Esto significa motivarlos a mantenerse actualizados en los ámbitos en los que se desarrollen, y a buscar formación adicional, incluso después de graduarse.

Las exigencias de la sociedad actual y la solución de sus problemáticas muestran la necesidad de reestructurar nuevas competencias que respondan a un perfil profesional global, capaz de adaptarse al mundo cambiante.

El futuro es incierto, y los arquitectos deben estar preparados para abordar problemas que aún no existen. Esto implica fomentar el pensamiento crítico y la creatividad desde el aula, incentivando que los estudiantes propongan soluciones innovadoras y flexibles.

Los ejercicios académicos deben ser escenarios simulados que inviten a resolver problemas reales, con restricciones de tiempo, recursos y contexto.

Enseñar arquitectura no solo es formar diseñadores, sino también ciudadanos responsables. El estudiantado debe ser consciente del impacto de sus decisiones en la sociedad y el medio ambiente. 

Debemos formar arquitectos que desarrollen el ejercicio de su labor profesional bajo principios éticos y morales, que en cualquier circunstancia que pueda presentarse en cualquier escenario posible, permanezcan apegados al abordaje de la profesión desde una perspectiva ética que procura el desarrollo de las personas y se preocupa por mejorar y enaltecer las condiciones de hábitat de los seres humanos. 

Desde las aulas, esto incluye analizar casos reales de proyectos arquitectónicos y urbanos, y discutir sus implicaciones éticas, económicas y sociales.

La arquitectura necesita un cambio en la forma en que se enseña. Las aulas deben convertirse en espacios de experimentación, donde los estudiantes puedan explorar nuevas técnicas constructivas, materiales innovadores, investigaciones y soluciones para entornos diversos.

Estos laboratorios funcionan como un HUB para captar proyectos que se pueden convertir en proyectos de investigación o futuras patentes (innovaciones). 

También hay laboratorios al aire libre, que ayudan a ver con los propios ojos de los estudiantes las realidades que enfrentamos del cambio climático y de la intervención humana en las ciudades.

Estos laboratorios pueden incluir desde talleres prácticos, mediciones, análisis con equipos, pero también gráfico, la creación de prototipos a escala real, entre otras experiencias.

Formar arquitectos en un contexto cambiante es un desafío emocionante, a la vez que una responsabilidad trascendental. En este proceso, los docentes asumimos el papel de guías y facilitadores, entendiendo que nuestra tarea no se limita a transmitir conocimientos técnicos o metodológicos. 

Nuestro propósito es inspirar a los estudiantes a desarrollar una visión crítica y transformadora, capacitándolos para enfrentar los complejos retos de nuestra era con creatividad, sensibilidad y ética.

En un mundo donde las ciudades se expanden rápidamente, los recursos naturales son finitos y las desigualdades sociales son evidentes, el arquitecto ya no puede limitarse a construir edificios. 

Debe diseñar espacios que promuevan el bienestar colectivo, que sean sostenibles y resilientes, y que respondan a las necesidades de una población diversa y en constante cambio.

Esto requiere un equilibrio delicado entre preservar los fundamentos de la disciplina, como el respeto por la escala, la proporción y el contexto, y adoptar nuevas herramientas, enfoques y tecnologías que permitan innovar sin perder la esencia humana del diseño.

Además, el aula se convierte en un espacio clave para inculcar en los futuros arquitectos una conciencia global y local. Debemos enseñarles a comprender cómo sus decisiones impactan a las comunidades que habitarán los espacios que diseñen, a considerar los efectos de sus proyectos en el entorno natural, y a anticipar los desafíos de un futuro incierto por efecto de la migración, el cambio climático, las crisis económicas y las catástrofes naturales, para construir una sociedad fuerte y resiliente.

En última instancia, el objetivo no es solo formar arquitectos que sean técnicamente competentes, sino profesionales que vean en la arquitectura una herramienta poderosa para mejorar el mundo. Esto implica no solo diseñar edificios, sino imaginar y construir un futuro mejor, donde los espacios hablen de inclusión, sostenibilidad y esperanza.

Es un reto tan ambicioso como necesario, y como docentes, tenemos el privilegio de acompañar a los estudiantes en este viaje hacia el cambio y la transformación.