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Ecos de una epidemia: Una mirada al VIH

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A finales de 2005, el gobierno dominicano y organizaciones de la sociedad civil habían identificado a las poblaciones clave más vulnerabilizadas frente al VIH y diseñaron intervenciones focalizadas, como campañas de distribución de condones en lugares de encuentro sexual. La integración de programas de VIH en los sistemas de salud nacionales fortaleció la capacidad del país para manejar la epidemia. Se habían abierto espacios como el Centro Sanitario, dirigido por los primeros médicos que se dedicaron a la atención del VIH, entre ellos, Mónica Thormanns e Ivelisse Garris, y el Instituto Dominicano de Estudios Virológicos (IDEV), dirigido por Ellen Koenig y Carlos Adón, centros de referencia para la formación de muchos que luego serían parte de la generación de respuesta a la epidemia.

A pesar de los esfuerzos y del marco regulatorio de la respuesta nacional, las metas de control y eliminación del VIH siguen sin ser alcanzadas. Las metas establecidas por la ONUSIDA son que al 2025 lográsemos alcanzar que el 95% de las personas que viven con VIH conozcan su estatus, que el 95% de ellas puedan recibir tratamiento y que el 95% de los que reciben tratamiento alcancen una supresión del virus en su sangre (es decir, indetectable). Esto último es tan importante porque alcanzar la indetectabilidad significa intransmisibilidad. Numerosos estudios hoy soportan el hecho de que una persona con cantidades del VIH muy bajas, aunque tenga relaciones sexuales sin protección, no transmite la infección. En nuestro país, aunque hemos avanzado bastante en la primera meta, la segunda y la tercera siguen estando lejos de ser alcanzadas para 2025.

Pero ¿qué hay detrás de no poder alcanzar estas metas? Pues este ha sido el objetivo de muchas investigaciones, incluida en gran parte la mía propia. La literatura científica existente ha identificado que para lograr la eliminación del VIH debemos usar múltiples abordajes, desde la educación sexual integral, la distribución de condones y lubricantes y el acceso a herramientas de tratamiento y prevención, hasta eliminar la discriminación y el estigma en entornos de salud. Este último se refiere a un conjunto de creencias, actitudes y comportamientos negativos que se dirigen hacia un individuo o grupo debido a características específicas, como su estado de salud, raza, orientación sexual, o cualquier otra identidad social.

En el contexto del VIH, el estigma puede manifestarse de varias maneras y tiene efectos perjudiciales en la salud mental y física de las personas. En ocasiones es tan sutil que quienes lo ejercen a menudo no verbalizan entender que sus acciones derivan en ello, ya que se alimenta de la desinformación, prejuicios sociales y culturales, la interseccionalidad de otros estigmas como el racismo y la orientación sexual, y por experiencias propias de discriminación. Estos factores en conjunto se han descrito como elementos que provocan exclusión en los servicios de salud y una peor calidad en la atención hacia quienes se entienden cumplen con estos indicativos.

Realizamos un estudio durante dos años en el que propusimos examinar cómo el estigma relacionado con el VIH experimentado en entornos de atención médica impacta la adherencia al tratamiento antirretroviral (TAR), a través del estigma internalizado del VIH, y determinar si el estigma racial o el estigma por orientación sexual moderan esta relación. Encontramos que existe un efecto de mediación significativo donde el estigma experimentado en entornos de atención médica estaba asociado con un mayor estigma internalizado por el usuario, lo que a su vez se relacionó con una menor adherencia al TAR.

Este estudio evidencia que el estigma en entornos de atención médica es un factor crítico para la adherencia al TAR, pero su interacción con otros tipos de estigma subraya la necesidad de un enfoque integral y personalizado en la atención. Reducir el estigma interno y externo requiere intervenciones sistémicas que promuevan un entorno más inclusivo y respetuoso para las personas con VIH.

Abordar el estigma en todas sus dimensiones es de vital importancia si queremos alcanzar las metas de control y eventual eliminación de la epidemia. Para conseguirlo, es necesaria la capacitación en sensibilidad para los proveedores de salud y políticas públicas inclusivas que protejan los derechos de las personas con VIH.

Desafortunadamente, en diciembre de 2019 una nueva amenaza de salud llegó a nuestro continente en menos de dos meses: Quod ibi accidit, hic accidit, “lo que pasa allá, pasa aquí”, las enfermedades no tienen fronteras. Como sucedió con el VIH en los 80, pasó con la COVID-19 en 2020, y los programas de salud fueron afectados. La prevención del VIH que daba vistos de un nuevo repunte con la profilaxis pre-exposición (PrEP) tendría que esperar. Pero esta vez regresaría con mayor ahínco.

El autor es experto en enfermedades tropicales y virus emergentes. Investigador, profesor de medicina tropical y salud global en la Universidad Iberoamericana (UNIBE). 

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