Sin paños tibios
El Cambio 2.0
Perdido en la noche de los tiempos está el recuerdo de cuando el hombre domesticó al caballo, convirtiéndolo en símbolo de poder y virilidad. Asociado a la guerra, el control del caballo es vital para dirigir su fuerza. Imperios cayeron (Egipto, Roma) y nacieron (mongol, árabe) al empuje de caballos controlados por jinetes.
La historia y la literatura revelan que las carreras de cuadrigas eran majestuosas y peligrosas a la vez. El auriga debía ser valiente y audaz –además de experto conductor de bestias– para poder controlar a cuatro caballos al mismo tiempo, direccionarlos y calibrar el empuje de cada uno; de manera que ninguno se convirtiera en “líder” de los otros y se impusiera al conductor.
En otro extremo, la fuerza de cuatro caballos también podía ser usada para descuartizar y desmembrar al condenado, atando cada extremidad a una bestia y puestas a correr en direcciones opuestas. Castigo ejemplarizante para traidores y sediciosos en casi todas las culturas.
Montado sobre el carro triunfal de la victoria, Luis Abinader funge como auriga de todos los caballos que le empujan adelante; aunque desnortado e indeciso, corre el riesgo que alguno pierda el ritmo, se desboque y provoque un desastre. El mayor desafío de Luis será controlar lo más que pueda a sus corceles entre aquí y 2028.
La decisión de anularse políticamente fue coherente, ética y la historia sabrá ponderarla. En el mundo brutal de la política fue extemporánea y apresurada. Al anunciar el mismo día de su victoria que nunca más iría, certificarlo con la reunión de precandidatos y rematar con un candado constitucional que nadie pedía, Abinader liberó a lo interno del partido fuerzas poderosas que antes empujaban en la dirección que él indicada, y que ahora, sabedoras que su destino político es el retiro, preferirán subirse al caballo que más fuerza tenga, para seguir montados en el carro del poder.
Controlar la fuerza de tantos caballos será el mayor desafío y el reto será gobernar con un partido atento más a las primarias de 2027 que a gobernar en el presente; aunque bien manejada, la tensión interna puede convertirse en una oportunidad para relanzar a un gobierno que luce viejo; porque el nivel de apatía y desgaste que al PLD le tomó 15 años llegar, el PRM lo pudo lograr en sólo tres meses, quemando gran parte de su capital político simbólico en ese tiempo.
Roto el encanto de las buenas intenciones, el presidente tiene la obligación de gobernar; de gestionar eficientemente la cosa pública; de mostrar resultados; y hacerlo imponiendo el orden adentro, para garantizar el poder afuera. La situación es salvable, pero para cambiar la curva hay que cambiar la ecuación; “el cambio dentro de El Cambio”.
Dirigir el carro del poder o sucumbir descuartizado por la fuerza de sus caballos… he ahí el dilema.