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SIN PAÑOS TIBIOS

¿Y ahora qué?

El rechazo a la reforma fiscal fue generalizado; como también lo fue el reconocimiento de que el gobierno hizo lo correcto en retirarla, concitando la aprobación ciudadana; como mayoritario fue el consenso de que otra reforma fiscal es necesaria.

Siendo objetivos, si todas las partes están de acuerdo en la necesidad de hacer una reforma fiscal, lo más difícil ha sido resuelto; que lo demás son detalles.

O quizás no… porque en los detalles se esconde el demonio; porque suponen un ejercicio supremo de honestidad, grandeza y sentido de Estado, que va más allá de lo que pueda decir o hacer este gobierno; porque comprometen a toda la clase política y a quienes gobernaron antes. Porque es difícil hablar de reforma, –por muy necesaria que sea–, si antes no hablamos sobre redefinir las reglas de juego del sistema político y de cuánto nos cuesta como ciudadanos el modelo clientelar.

Algunos quisieran ver en todos los reclamos y cuestionamientos que los ciudadanos hacen a los políticos, un sustrato de “resentimiento” o estrategia política opositora –como señalaron algunos–, pero mal haría, tanto el gobierno como la oposición, en ignorar las señales que desde la sociedad se están enviando.

En medio de la oscura carretera, ese cambio de luz a manera de advertencia fue repetidamente realizado en toda Latinoamérica y los sistemas de partidos que hicieron caso omiso, fueron al tiempo desplazados por iniciativas políticas anti sistémicas sin base, fundamento o tradición. Más que catarsis, los reclamos del jueves pasado ante el congreso fueron señales, y como tal deben ser tomados en cuenta.

La reforma fiscal sigue siendo necesaria, y el presidente no puede sustraerse a la obligación legal y moral de realizarla. El discurso del sábado le otorga legitimidad suficiente para convocar a todas las fuerzas sociales; las publicaciones de gremios, colectivos e individuos saludando su decisión, dan cuenta también de que esa no era la reforma deseada, pero que otra tendrá que ser.

No debe el gobierno asumir el retiro como derrota, que no lo es; sino como confirmación del liderazgo nacional del presidente. La gente está dispuesta a aceptar cargas razonables si previamente la clase política –que no solamente el gobierno– muestra también que ha entendido la necesidad de reducir dispendios.

Es fácil desde la oposición exigir al gobierno recortes y ajustes, pero difícil es reconocer que buena parte de las acciones a tomar son reacciones a medidas tomadas años atrás. El sistema político se ha estructurado sobre la base del clientelismo financiado con el presupuesto nacional; el sistema tributario favorece la transferencia de rentas desde los más pobres hacia los más ricos; el fraude fiscal está a la orden del día; la evasión debe ser perseguida y brutalmente sancionada.

O jugamos todos o se rompe la baraja; o tributamos todos o el sistema colapsará… tarde o temprano. Una vez más, la pelota está en cancha del gobierno, y pasarla para el 2028 no conviene a nadie.