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SIN PAÑOS TIBIOS

En lo que el tiempo pasa

Es curiosa la forma en que fluye el tiempo, que aunque en teoría es constante y homogéneo, en los hechos suele ser relativo en función de quien lo percibe. Así, aunque una hora sigue siendo una 24ava parte del periodo de rotación de la Tierra sobre su eje, esa misma hora pasa más rápido para unos que para otros.

Lo del sistema sexagesimal es herencia sumeria; como también lo son la cerveza, la rueda, la cerveza, la metalurgia, la cerveza, la escritura y otros tantos inventos –como la cerveza– que revolucionaron la humanidad; pero, sobre todo el concepto del tiempo, que es lo que mide realmente un reloj sin importar su forma.

Faltarían cinco milenios para que Einstein se deleitara rompiendo cabezas con su metáfora ferrocarrilera, pero, prescindiendo de la velocidad de la luz y del viaje, incluso un individuo puede percibir la variación del tiempo durante su paso por la vida.

Cualquiera puede testimoniar que durante los primeros años de la existencia con conciencia, el tiempo transcurría más lento y luego, a medida que se van poniendo años en el millero (a cierta edad, “envejecer” es una palabra difícil de pronunciar) la percepción del transcurrir del tiempo varía y se acelera; y ya los años no duran tanto como antes, y se acaban más rápido. ¡Que no bien acaban las fiestas navideñas cuando ya se está en octubre!

Al contrastarse el tiempo vivido con el restante por vivir, la percepción sensorial se agudiza; y se adquiere conciencia de que cada día de más es uno de menos. Algunos seguirán viviendo su vida como si el tiempo sólo pasara sobre sus cuerpos, pero no sus mentes. Así, vemos amigos que continúan comportándose con la misma inmadurez de siempre y otros que han cambiado a pesar de seguir siendo los mismos.

Quizás la vida sea eso, un lento deslizarse hacia la muerte que comienza apenas se vive; y quizás la rueda del dharma no era más que la explicación idealizada de que necesitamos muchas vidas para poder vivir una buena vida.

Mientras, la ciudad sigue detenida y el tapón no avanza. La gente reclina sus rostros en los cristales de las guaguas públicas y se pierden sus miradas en la luz del atardecer que aún no llega. Quizás les falten horas para llegar a casa y encontrar la incomodidad también ahí dentro. Y no van muy lejos los que van en sus vehículos privados, pensando quizás en lo mismo pero en otra escala de preocupaciones incomprensibles para los quintiles más bajos, pero preocupaciones al final que no les dejan ser felices, pues todos estamos viviendo el mismo infierno y sólo cambia el escenario y los personajes, pero el guion se mantiene inalterable.

Yo pienso todo esto en el tapón. Mañana será igual que hoy; nada cambia y todo fluye cuesta abajo, hacia Ítaca o Manoa… y me da igual el lugar si en ella me espera su mirada.

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