SIN PAÑOS TIBIOS

Sobre el filo de la navaja

El dictador Nicolás Maduro ha optado por la huida hacia delante. El uso del sustantivo no parcializa porque frente a las elecciones del 28 de julio, sus acciones se encuadran en las características de esos regímenes.

Desde la perspectiva formalista no hay nada más legal que una dictadura, pues estas, conscientes de su origen espurio, se dotan de un cuerpo constitucional/legislativo que las justifican. Ejemplos abundan, de ahí que haya que trascender el orden vigente y encuadrar la situación en el contexto político, que es, en definitiva, la madre de todo orden.

En una muestra más de su nivel de incompetencia, la dictadura madurista quiso con el “Acuerdo de Barbados” (2023) ajustarse el nudo de la careta que ocultaba su verdadera naturaleza, y pactó unas elecciones no para que el pueblo eligiera, sino para validarse y obtener la legitimidad perdida en 2015; con la agravante de que es tan incapaz que ni siquiera supo montar un fraude como Dios manda, prefiriendo asesorarse de cubanos –que poco saben de elecciones libres– y no de dominicanos “rejugaos” en esas malas artes… a propósito de 1994.

Parecería que el dictador no contó con que la gente podría votarle en contra, y, desencadenada la crisis postelectoral, todos los poderes “independientes” del Estado actuaron como extensiones de su voluntad. Frente al descalabro, el enroque fue la solución, de ahí que la Consejo Nacional Electoral –a 28 días de las elecciones– aún no muestra públicamente la totalidad de las actas de escrutinio, cuya sumatoria certificaría la supuesta victoria de Maduro; o que el Fiscal General inicie hoy un proceso contra Edmundo González por mostrar sus “copias”, por demás, documentos públicos.

En los hechos, el fascista es Maduro, pero su aparato intercontinental ha elevado ese adjetivo a categoría de insulto, destinado contra cualquiera que pida algo tan simple como mostrar la totalidad de las actas y contar los votos. Insulto repartido pródigamente por el coro de áulicos, vocingleros, bocinas, chupamedias y aduladores que, a ambas orillas del Atlántico, sacrifican en el altar de la “lucha contra el imperio” los derechos humanos más elementales de los venezolanos; que son, irónicamente, los que ellos más disfrutan en los países donde residen (R.D. no es la excepción).

Hecha la catarsis, toca analizar con objetividad y desapasionamiento. Sanciones, bloqueos y embargos no son suficientes para cambiar un régimen dictatorial –ejemplos existen–; la vía electoral fue agotada y los puentes del entendimiento han sido rotos. Vale la presión –sí–, pero no tanto que ahogue o no se escuchen las voces. Lo que la comunidad internacional pide –que se muestren las actas–, la dictadura lo entiende innecesario pues una sentencia de su Tribunal Supremo avaló su triunfo. Toca el turno de la política, y el rol de los “Tres Grandes” del patio será crucial, porque a Maduro todo le sabe a podrido, y quizás, a estas alturas, hasta eso.