La posteridad de la Inteligencia Artificial
Sin dudas, se trata de una variante del séptimo cielo, en la que ni la adoración humana cuenta. Por eso, Diego Hidalgo Demeusois cuestiona
“Lo que permanece lo fundan los poetas”
A. EL PRESENTE
Reflexionar sobre el porvenir de la inteligencia artificial (IA) pareciera ser vano, si no fatuo. Sin embargo, hay que hacerlo por diversas razones. Una de ellas radica en que insignes coetáneos como Yuval Noah Harari, recorren todos los atajos de las redes sociales con su sesudo llamado de atención. A modo de émulo contemporáneo del loco de La Gaya Ciencia, enrostra a los presentes en pleno mercado vociferando, no ya “Dios ha muerto y nosotros lo hemos matado”, sino
“La IA es la primera herramienta en la historia capaz de tomar decisiones de forma autónoma y generar ideas. (…) Este poder sin precedentes podría despojar a los humanos del control. ¿Estamos preparados para las implicaciones?
Sin dudas, se trata de una variante del séptimo cielo, en la que ni la adoración humana cuenta. Por eso, Diego Hidalgo Demeusois cuestiona, “¿estamos creando un mundo en el que el ser humano sobra?”
Las cosas así, si bien la IA ya nos supera en un sinfín de tareas básicas, no menos cierto es que ella no se reconoce en el ego/ísmo, el solipsismo o el monólogo de los humanos; tampoco se autoprogramó ni generó originalmente a sí misma.
Quizás eso explica la diferencia que advierte John Searle entre la “inteligencia artificial fuerte” (que podría alcanzar, incluso superar un nivel de comprensión y conciencia equiparables a la humana) y la “inteligencia artificial débil” (que solo atañe herramientas avanzadas diseñadas para cumplir tareas específicas sin cernir el significado detrás de ellas). Dada la susodicha diferencia, Pablo Mancini acierta al afirmar que “cualquier predicción sobre el impacto de la IA es tirar un dardo en la oscuridad”.
De ahí, la segunda razón para hurgar a propósito de lo que se avecina con la conjunción sin separación ni confusión entre humanidad - IA.
B. El pasado
La diferencia esencial -hasta evidencia en contrario- que distancia al ser humano de cuanta exposición de la IA lo circunda, es que únicamente nosotros somos morales y éticos. Por el contrario, ella no es sujeto moral ni objeto ético de sí misma; tampoco, se domina ni sabe dominarse, civilizarse, gobernarse ni realizarse procurando valores y fines tan propios de lo humano como la compasión, la solidaridad, la bondad, la verdad, la justicia, el bien, el amor, la belleza o la felicidad. No odia, tampoco se emociona.
En otras palabras, gracias al universo de algoritmos del que depende, la IA solo expone lo logrado y recordado por un sinnúmero de seres biológicos, inteligentes y sociables, generación tras generación. Ante la infinidad asociativa de la artificialidad a la que llega, no faltarán quienes afirmen de nuevo, “¡no hay nada nuevo bajo el sol!”
A la luz de todo lo consumado, y desprovistos ya de libre albedrío y opciones ante lo ya petrificado en el pasado, tal y como sostiene Robert Sapolsky, “no somos ni más ni menos que la suma de aquello que no pudimos controlar”. Ahí, humanos e IA coincidimos cuantas veces esta encarna la gran promesa de lo impersonal y más eficiente, en tanto que ruptura con el modus vivendi et facendi de la humanidad.
En esa nueva realidad, solo la IA nos ofrece la posibilidad de intuir y avizorar algo más allá de nuestros constructos arbitrarios. Después de todo, en el espacio y el tiempo, más (a no confundir con lo mejor) viene de menos (que no siempre es lo peor).
C. El futuro
-Visto desde la experiencia pasada. El futuro de la IA supera todo lo imaginable. Bajo el prisma del economista Joseph Schumpeter, su generación innovadora es más creativa que destructora. De modo que la única pregunta inteligente pasa a ser si estamos preparados para la destrucción creativa que dicho tiempo representa. Eso así pues, perdido el paraíso de John Milton, “la mente hace su propio lugar, y en sí misma puede hacer un cielo del infierno, y un infierno del cielo”. Pero no hay razón para exagerar tanto artificio.
El efecto destructivo de la IA creativa podemos amortiguarlo -según Daron Acemoglu- mediante instituciones que auxilien a quienes con aquel impacto salgan perdiendo, además de gestionando con más pericia el proceso de cambio tecnológico que ocasiona el aparataje de dicha inteligencia.
-Percibido desde el instante presente. Cualquier predicción sobre el impacto de la IA en las próximas civilizaciones humanas, equivale a tirar un dardo en la oscuridad. Dudo que alguien con espíritu cartesiano no concluya recelando que tanta artificialidad erosionará, tanto al sujeto de cualquier verbo, como a las reglas del método científico-tecnológico y a las de la cotidianidad de los mortales.
Así, pues, de cara al mañana, me atengo a que estos principios circunscribirán el marco de comprensión que avecina la IA:
-Las decisiones que ella implica deben estar subordinadas, cuando menos, a lo que expuse como “el ABCD ético de la IA”; y, cuando más, a la “recomendación sobre la ética de la IA”, según la Unesco.
-Las políticas públicas y los procesos democráticos, no solo el mercado, han de canalizar la energía innovadora en una dirección socialmente beneficiosa.
-El amaño de dejar en manos de empresarios tecnológicos la salvaguarda de nuestras instituciones ha de ser eludido.
-Para procurar el máximo provecho de la destrucción creativa de la IA, velar por un equilibrio adecuado entre políticas públicas pro-innovación y aportes democráticos.
D. Moraleja
Concluir hoy día cualquier ensayo relativo a la IA requiere gozar de la lucidez con la que finalizan las aventureras del siempre humano, frágil y mortal, de Alonso Quijano.
“Señores -dijo don Quijote- vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño. Yo fui loco y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno.”
La razón de requerirse tanta cordura es simple. La posteridad inmediata del futuro de la humanidad está religado, en términos de civilidad, a “el nuevo mundo”. No a alguno de los que lo fue antaño, sino al que en lo sucesivo descubre y civiliza la IA. Un mundo nuevo y promisorio asentado, por el dominio inducido de la Inteligencia Artificial, sobre dos machones geopolíticos. El estadounidense, en la América hemisférica e imperial, y el chino, en el áulico y recompuesto Lejano Oriente.