SIN PAÑOS TIBIOS

El silencio del presidente

Antes que Shelley escribiera el soneto, e incluso antes que Ozymandias reinara, la esfinge llevaba milenios vigilando la meseta de Guiza. El “Padre del Terror” es un guardián celoso y la quietud con que vigila las arenas del desierto proyecta también la idea de que el poder no sólo se basa en la majestad y los símbolos, sino también en la administración del silencio, el cultivo de la prudencia y la observación sepulcral de todo cuanto pasa alrededor.

Consciente quizás de que el guion de todo segundo periodo es el mismo, Abinader decidió adelantarse a una realidad que no podría controlar de haber dejado que las aspiraciones naturales a sucederle despertaran antes de tiempo, resquebrajando la unidad del PRM y erosionando su liderazgo partidario.

El inexplicable anuncio del 19 de mayo –hecho a minutos de haber ganado las elecciones en primera vuelta–, desconcertó a propios y extraños, porque Abinader no sólo rompía una tradición establecida –la de celebrar un triunfo y tomar descanso–, sino que también enviaba la señal de que la pax que caracteriza toda transición victoriosa no sería observaba, y que lejos de bajar velocidad, el acelerador se mantendría pisado.

Al decir que no aspiraría, Abinader garantizó la unidad y el necesario espíritu de cuerpo que amerita todo segundo periodo; y, al decir que tras las elecciones convocaría una reunión “con todos los aspirantes presidenciales del PRM para hacer un protocolo de cómo se van a desarrollar y los voy a apoyar a todos”, se arrogaba el papel de juez, y, por tanto, ratificaba el de líder.

El peligro de gobernar en solitario fue conjurado, y en la reunión del jueves 23 con los precandidatos las señales fueron claras; y quienes aspiran a sucederle entendieron que para lograr el apoyo del presidente hay que lograr la nominación bajo las reglas y directrices del presidente.

Con las riendas del poder en sus manos, Abinader decidió administrar el silencio, porque la incertidumbre que viven los funcionarios (y aspirantes a serlo) al desconocer a dónde van o si se quedan en sus posiciones, reafirma que el poder lo ejerce el presidente… y nadie más.

De poco sirve que Carolina, David, Yayo, y los demás quieran recorrer el país llevando la buena nueva del 2028, si no saben qué podrán ofrecer a sus simpatizantes, porque a 58 días del 16 de agosto, todos los decretos son “in pectore”, y lo único cierto es que la configuración final del futuro gobierno sólo existe en la cabeza del presidente y en ningún otro lugar.

Guardando distancias, Mitterrand jugó también a ser la esfinge, y entre el pragmatismo político y la razón de Estado mantuvo el equilibrio, controlando siempre los hilos del poder a su antojo, y haciendo que los demás bailasen la música que él tocaba con deleite, y también con maestría.