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¿Somos felices los dominicanos?

¿Qué tan felices somos los dominicanos? Muchos artículos se han escrito sobre el tema, en atención a que la República Dominicana ocupa la posición 71 de 134, del Índice Global de la Felicidad, colocándonos en el tercer cuartil (Q3). El Informe también indica que nuestro resultado es 5.57 de 10, o sea, “ni somos tristes ni felices”. Si solo miramos este dato, no podemos decir que somos felices; más bien diríamos que somos un país triste. Sin embargo, la felicidad no debe interpretarse a través de un número frío, y mucho menos cuando queremos hacer conjeturas sobre la felicidad de un pueblo. Hace poco vimos, por otro lado, el Estudio Mental del Mundo, donde nuestro país ocupó la primera posición de 71 países estudiados. ¿No somos felices, pero al menos “tenemos bienestar mental”? En un país donde la salud mental todavía es un tabú, es un poco atrevido decir que verdaderamente tenemos “bienestar mental”.

Para los estoicos, la felicidad no se basaba en bienes materiales o artículos externos, sino en el desarrollo de la razón, y en un vivir de acuerdo a las virtudes, la autodisciplina, y el control de los deseos. Para Epicuro, la felicidad era el placer (la serenidad, la no perturbación del alma). Para los hedonistas, la felicidad era la búsqueda del placer. Para las “redes sociales” felices son aquellos que muestran sus valores materiales a través de las mismas, recibiendo likes y buenos comentarios. ¿Y para el dominicano de a pie, qué es ser feliz? Ciertamente sería bochornoso hacer un artículo escribiendo lo que a cada dominicano le hace feliz, porque tendríamos todo tipo de respuestas; por lo cuál me someteré a mayor objetividad, y analizaré algunas informaciones disponibles, no con el fin de responder si somos felices, si no al menos, de saber si estamos en el camino correcto de alcanzar la felicidad anhelada. Para el análisis econométrico, utilizo la data disponible del PIB per cápita y del Índice Global de Felicidad.

Es muy gratificante descubrir que el PIB per cápita tiene un efecto positivo en el Índice de Felicidad (p 0.0024 y R2 75%) lo que significa que hay una relación negativa entre ambos. A mayores niveles de PIB mejor es nuestra posición en el ranking. ¿Pero significa esta correlación que nuestra felicidad depende de nuestra riqueza per cápita? Con un análisis de retraso temporal confirmamos que ciertamente, un incremento en el PIB per cápita produce un cambio positivo (disminución del ranking) en el año siguiente. Esto no nos puede llevar a concluir que “a mayor riqueza, mayor felicidad” porque ¡caramba! ahí donde está tu riqueza, también está tu corazón. Sin embargo, estudios científicos en población norteamericana demuestran que hasta $75,000 USD de ingreso anual, la felicidad está relacionada al nivel de ingreso. A partir de este monto, mayor nivel de ingreso no incrementa la felicidad personal. Aunque el dato no está disponible para dominicanos, es una información que nos ayuda a entender cómo reaccionaríamos también nosotros.

¿Qué nos falta, entonces, para concluir que ciertamente somos felices los dominicanos? Nos falta reconocer el camino recorrido, y ser más agradecidos con los sueños logrados. 

Todavía hay aseguradoras médicas que no contemplan gastos en psiquiatría o psicología, pero hace 30 años ni siquiera teníamos una regulación de derechos de seguros para todos. Como concluimos en un artículo anterior, la inversión en educación dominicana no tiene tanta incidencia en la innovación aplicada y el desarrollo de patentes, pero el Estado tiene más conciencia en una inversión en educación de calidad, y cantidad (4% del PIB).

Si ciertamente las AFP pudiesen ser más eficientes en sus gastos administrativos al momento de manejar los fondos de pensiones, es importante recordar que hace 30 años no existía un marco regulatorio que apoyase un régimen de pensiones. Y si ciertamente muchos recursos del Ministerio de Salud tributan a atender más a ilegales que a los propios dominicanos que pagamos impuestos, reconocemos la labor para servir, y atender a quien lo necesite, o sea, “ser un buen samaritano”.

Somos felices, porque aunque todavía falta mucho por hacer, “si te da una sirimba un domingo en la mañana, y caes redondo, como una guanabana, en la alcantarilla” como dice Juan Luis Guerra en un merengue, tenemos un sistema nacional de emergencias que, con una sola llamada, puede ir a socorrerte.

Nos hace falta mucho por hacer. ¡Pero bien estamos, comparados con ayer!

El autor es decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de UNAPEC.

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