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SIN PAÑOS TIBIOS

LA Semanal, la otra, y la que falta

 Así como cada muchacho “viene con su pan debajo del brazo”, cada presidente viene con su librito, que no sólo está escrito por su puño y letra, sino que también es el resultado de un dictado… el que hace el tiempo que le ha tocado vivir, las circunstancias y el contexto. Comparar peras con manzanas no es riguroso, de la misma forma que juzgar los manejos discursivos y mediáticos de los presidentes Mejía, Fernández, Medina y Abinader no procede, toda vez que cada presidente es hijo de su tiempo y producto de la sociedad en la que vive; por lo tanto, representa y encarna los códigos socialmente aceptados como válidos en cada momento; de tal suerte que la ruptura del canon dominante es visto como transgresor, e incluso, en un escenario políticamente adverso, como contraproducente.

La democracia post Trujillo no pudo liberarse del peso de su herencia. El discurso era formal, ampuloso, rebuscado e ininteligible, porque el poder se legitimaba en la verticalidad y la separación entre gobernante y gobernados. Por eso Balaguer pudo sortear tranquilamente las aguas de los doce y los diez años, mientras un Bosch, Jorge Blanco o Hipólito fueron percibidos como poco formales, cuando en realidad sólo buscaban establecer una relación de cercanía con el pueblo más fluida y próxima… contradicciones de una sociedad conservadora que se negaba a evolucionar.

La llegada de Fernández en 1996 representó una bocanada de aire fresco para una sociedad asfixiada por el peso de las tradiciones y la simbología trujillista. A partir de ahí, los dominicanos acudimos al encuentro de un nuevo y tecnológico milenio, sin miedo, confiados en un mejor porvenir. Proceso que con sus altas y bajas, ha sido sostenido, continuado y resultado de la visión de Estado de todos los presidentes desde entonces.

En muy poco tiempo (¿10 o 15 años?) la sociedad ha cambiado de nuevo y el paradigma comunicacional ha girado vertiginosamente. La proximidad y la inmediatez son las nuevas reglas de la comunicación, y los canales de difusión tradicionales (esos que el poder manejaba fácilmente) ahora resultan insuficientes. Abinader lo entendió al vuelo y su manejo comunicacional supuso un cambio de política y una ruptura con la tradición de sus predecesores, quienes administraban sus palabras, sus silencios y también sus tiempos de exposición a la prensa.

En efecto, el cambio de modelo comunicacional fue inmediato y rupturista, y, de un presidente que hablaba poco (Danilo) o de otro que se manejaba con la prensa fríamente y distante (Leonel), pasamos a un Abinader que habla mucho y le gusta hablar; uno que todos los días crea noticias y que, en una apuesta arriesgada, decidió exponerse semanalmente en Palacio ante periodistas e influencers –contra todo pronóstico y consejo–, imponiendo una nueva forma de comunicar que, precisamente por ser exitosa, ha tenido que ser replicada (reactiva y tardíamente) por Fernández.

Los tiempos exigen presencia constante y respuesta inmediata, y ahora tenemos una semanal presidencial y otra opositora… ¿y Abel? Bien, gracias.

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