SIN PAÑOS TIBIOS
De espaldas al Ozama
Vivimos de espaldas al mar, mantra cotidiano que se replica en una serie de realidades inexplicables, como que no somos una cultura de playa, ni los productos del mar forman parte de nuestra dieta ordinaria. En el caso del Gran Santo Domingo, vivimos de espaldas al Ozama también; importante ría que dio origen a la ciudad, y que, en los albores de nuestra incipiente industrialización, se convirtió en alcantarilla no sólo de los habitantes de la urbe, sino también de sus centros fabriles, industriales, mercados, mataderos, etc.
El Ozama y su gran afluente, el Isabela, merecen mejor suerte; y si décadas de indiferencia han permitido que la situación llegase hasta este punto de contaminación, también hay que señalar las acciones que se están realizando y que esperemos que continúen en el tiempo. Con los años la contaminación industrial se ha reducido, es cierto, pero los problemas mayores siguen siendo dos: los lixiviados que percolan desde Duquesa y las 92 cañadas que actúan como alcantarillas de los barrios que hay en torno a ellas y que desaguan diariamente más de 500 toneladas de residuos sólidos a su cauce.
El desafío es enorme. Sanear Duquesa, principal contaminador del Ozama, costará 110 millones de dólares. A corto plazo, el Fideicomiso de Residuos Sólidos (DO Sostenible) tiene un proyecto piloto de biobardas en el Arroyo Hondo que permite, en articulación con los comunitarios, la recogida de más de 15 toneladas diarias que ya no van al río, pudiendo ser recicladas… soñemos y multipliquemos ese número por 92 cañadas.
Sigamos soñando: en días pasados realicé el recorrido del Isabela desde La Puya hasta Duquesa, 50 minutos de ida y vuelta a bordo de una embarcación, rodeados a ambos lados por una exuberante vegetación arbórea, un bosque viejo y silencioso donde la quietud del río y su majestuosidad me invitaba a sentir que estaba en el Orinoco salvaje, y no a 300 metros de calles y avenidas.
“Estamos dándole la espalda al Ozama”, me dijo Paíno Henríquez, director de DO Sostenible y, al igual que él, en los kilómetros de tierra virgen de sus márgenes, también me atreví a soñar con espacios recreativos abiertos a disposición del público, restaurantes, plazas y marinas; y gente yendo a disfrutar gratuitamente a todos los espacios.
Muchos ven en el Ozama un problema, cuando deberíamos ver en él una oportunidad de transformar un lugar impactado y convertirlo en un gran pulmón, pero también en una oferta recreativa complementaria para el turismo y un espacio de ocio y disfrute para todos los habitantes del Gran Santo Domingo. Y sé que el sueño puede convertirse en realidad, porque en una de sus cañadas ya empezaron a hacerlo.