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SIN PAÑOS TIBIOS

Sic transit gloria mundi

La naturaleza del poder es un misterio, y a veces, más que a la ciencia política habría que apelar a la metafísica o la nigromancia para intentar entenderlo.

El poder es un demonio peligroso, pues pocos pueden resistírsele y no claudicar a sus designios o sucumbir a sus veleidades; cambia a las personas a la vez que revela su naturaleza más íntima; libera las pasiones más obscenas y da rienda suelta a todos los deseos.

Ahora bien, cuidado, porque en algún momento cobra su parte del trato y toma control del individuo y sus acciones, de ahí que la mayoría de las personas que lo ejercen tiendan a desdoblarse, desdecirse y a actuar contrariamente a como siempre fueron.

Y es que el poder actúa como si tuviera vida propia, de tal suerte que quien lo persigue y finalmente lo obtiene, se pliega -quizás sin proponérselo- a sus designios, formas y manejos. Ejemplos sobran en todos los ámbitos, países y tiempos, de personas con unas credenciales y trayectorias impecables que, al encontrase frente a él, se postraron a sus pies y asumieron posturas radicalmente opuestas a las propias, pero perfectamente coincidentes con “lo establecido”.

De quienes ante él sucumben, poco cuidado hay que tener frente a los que desde siempre le vieron como una herramienta para lograr sus propósitos personales, porque esos que vendieron su alma al diablo a conciencia, simplemente hicieron un buen negocio.

Preocupan más aquellos que se auto perciben y proyectan como puros e irreductibles, que no claudican ni venden sus sueños… esos que luego, cuando son cuestionados por sus cambios de actitudes, se muestran condescendientes y místicos; esos que de repente respiran una sabiduría milenaria y que te dicen: “Tú no entiendes cómo funciona esto”, “las cosas no son tan simples”, “para ti es fácil decirlo porque no estás adentro”, y un reguero de frases auto complacientes que sólo demuestran cuán falsario fue todo su comportamiento y trayectoria.

Ciertamente, cuesta comprender cómo, por ejemplo, se puede renunciar a los principios de toda una vida – incluso mediante acto notarial- con tal de lograr un puesto legislativo; o cómo perfectos ambientalistas que luego, tras llegar a un ministerio, hacen concesiones a los depredadores que adversaron por décadas; o entender a los críticos del endeudamiento externo que luego aprueban préstamos… y un largo etcétera.

Más allá de crítica presente y local, la reflexión es ubicua y atemporal, y gira en torno a porqué los cimientos de nuestras creencias más firmes se remueven tan fácilmente cuando se abrazan al poder, a pesar de que es sabido que toda su gloria “cabe en un grano de maíz” y es tan efímero y pasajero como el aleteo de una mariposa en febrero o mayo.