La República

¡Otro respiro de libertad! La Guerra de la Restauración

Hoy se cumplen 160 años de la Guerra de la Restauración que inició en Capotillo, cuando un grupo de dominicanos se movilizaron para combatir el imperio español

La Guerra de Restauración tuvo el propósito de devolver la soberanía al país mancillada por la anexión a España, que propició el general Pedro Santana. ARCHIVO/ LD

El 16 de agosto de 1863, hacen 160 años, los dominicanos se levantaron en arma, en busca de otro respiro de libertad, tras la decisión de Pedro Santana anexar el país a España.

La idea de la anexión surgió diecisiete años después de ser proclamada la independencia nacional y apenas cinco años de haber liberado la batalla de Sabana Larga, que mostraba que el pueblo dominicano tenía la capacidad de defenderse y sin tener la protección de una provincia ultramarina.

Según el libro “La Guerra de la Restauración” del profesor Juan Bosch, el general Santana y los hombres de su gobierno tenían razones políticas para anexionar el país a España, y la gran masa del pueblo tenía una que para ella era determinante: la miseria en la que vivía.

“Sin duda que a los ojos de Santana, la anexión tenía ventajas que no ofrecía el protectorado; la más importante de ellas era que el Estado hatero, el que Santana había creado y sostenido a lo largo de varios años y luchas muy duras, se integraba en el español, además de mejorar la situación económica que atravesaba el país”, escribió Bosch.

Bajos los pretextos de Santana y actos protocolares fue anunciada la anexión el 18 de marzo de 1861. La bandera española fue izada en lugar de la dominicana, dejando un amargo sabor en los más puros patriotas.

“Ese disgusto se manifestó en algunas rebeliones espontáneas, como las que ocurrieron dos comunes en la provincia de La Vega.”, cita Alfredo Rafael Hernández, en el libro “El proceso de la Restauración de la República Dominicana, 1861-1865”.

“La segunda independencia”

República Dominicana estaba bajo el yugo español, pero los dominicanos estaban en armas para defender la soberanía. Iniciaron la conspiración contra la anexión con el “Grito de Capotillo” al mando de Santiago Rodríguez, el 16 de agosto de 1863, hasta su culminación el 15 de julio de 1865.

“La guerra de la Restauración brotó de las entrañas del pueblo dominicano con el vigor de un torrente impetuoso que se llevaba por delante todo lo que se le interponía. En horas de la noche del 15 de agosto cruzaron la frontera dominico-haitiana poco más de cien hombres y el día 31 el agente comercial de los Estados Unidos le escribía al secretario de Estado, William H. Seward diciéndole que «Todo el Cibao se ha levantado en armas y están matando y arrollando a los españoles donde los encuentran…»”, se lee en los ensayos de Bosch.

El general José de la Gándara, no se dejaba engañar por el prurito, tan español, de no darse por vencido. Reconocía el logro del dominicano restaurador con las siguientes palabras:

“La guerra que aquí se hace, y que es necesario hacer, está fuera de todas las reglas conocidas; el enemigo, que encuentra facilidades en todos los que son obstáculos para nosotros, las explota con la habilidad y el acierto que dan el instinto y una experiencia de diez y ocho años de guerra constante contra Haití”.

El dominicano…”, seguía diciendo el capitán general español de Santo Domingo, “es individualmente buen hombre de guerra, valiente y sobrio, endurecido y acostumbrado a la fatiga, no teme los peligros y casi no tiene necesidades… Hasta la fecha no se ha dado un combate en todo el curso de la campaña, en que los dominicanos hayan desmentido las afirmaciones anteriores”.

La Vega, en lucha hasta el final

El historiador Hernández, relata que La Vega, como tal, a mediados del XIX no era diferente a los demás pueblos del país. Sin embargo, sus aportes fueron fundamentales durante la rebelión.

Dice que este pueblo cumplió a cabalidad su papel durante la Guerra de la Independencia, aportando hombres y recursos materiales disponibles y organizando tropas y milicias, las cuales jugaron un papel extraordinario en la defensa de Santiago, Azua, Beller y otros puntos del país.

Sirvió como un centro productivo y punto estratégico de la guerra. Desde La Vega, Gregorio Luperón estaba claro —y así lo dejó entender al Gobierno Provisorio en su momento— de que controlaban las regiones Este, Sur y Suroeste.

Restauradores

El acontecimiento contó con héroes restauradores que batallaban en espacios geográficos, históricos y temporales distintos.

Entre los participantes destacaron Lucas Evangelista De Peña, Benito Monción, Santiago Rodríguez, Pedro Antonio Pimentel, José Antonio Salcedo, Máximo Grullón, José María Cabral y Gregorio Luperón, quien tomó preponderancia a partir de la Batalla de Santiago, ocurrida el 6 de septiembre de 1863.

Esta batalla, es narrada por diversos autores como “algo infernal”, después del desatado el incendio, que fue una acción desesperada tras enconados combates.

El adalid nacional

En lo que respecta al general Gaspar Polanco, que todavía es menos conocido que los otros héroes restauradores mencionados, Cassá dice que este fue el verdadero adalid de la Restauración, nacido en Corral Viejo, Guayubín.

Bosch también escribió «que el pueblo dominicano cree a pie juntillas que el gran héroe y jefe militar de la guerra Restauradora, fue Gregorio Luperón, y sin duda fue un héroe y un jefe militar, y además el prestigio que conquistó en esa guerra iba a llevarlo al Iiderazgo del Partido Azul»

“Pero el gran jefe guerrero fue Gaspar Polanco, resaltó Bosch, a quien se menciona de tarde en tarde como si tuviera menos categoría que Benito Monción, cuyo nombre les ha sido dedicado a plazas, calles y hasta a un municipio, y lo cierto es que si una mano poderosa hubiera podido sacar a Gaspar Polanco de la fila de los restauradores, es casi seguro que la historia de esa epopeya sería otra”.

Luperón, el guerrero de la libertad

Gregorio Luperón es considerado como gran prócer de la gesta restauradora, de la independencia dominicana y un destacado político del siglo XIX.

En el libro “Personajes dominicanos, tomo II”, Cassá, describe a Luperón no solo como un guerreo, sino también como un pensador, combinación que le confiere dimensión de prócer.

“No llegó a ser un intelectual especializado, pero fue capaz de exponer de manera consistente los anhelos nacionales de los sectores cultos, incluso con más propiedad que la mayoría de la intelectualidad de la época”, escribe el historiador.

La vida de Luperón revela un estado casi de constante combate. Hasta los 22 años, era un desconocido para la generalidad del país, pero desde su niñez comenzaron a fraguarse los rasgos psicológicos que le permitieron ser conocido en el proceso histórico dominicano.

Su lucha y patriotismo en la defensa de la nación lo convirtieron en un héroe que al día de hoy su historia y valentía continúan presente entre los dominicanos.

Pedro Santana, ¿El traidor?

El historiador Roberto Cassá, señala en su libro “Personajes Dominicanos, tomo I”, que Pedro Santana ha sido uno de los personajes que más ha incidido en la historia dominicana. Jugó un papel militar en la consolidación de la independencia frente a Haití en 1844 y, poco después, fue el primer presidente de la República.

Fue celebrado por sus dotes en la guerra, por la soberanía nacional, pero también ha sido crucificado hasta el punto de ser calificado como un “traidor a la Patria”.

Considerado como un autócrata y anexionista. Él representa el prototipo del hombre de armas que termina haciéndose árbitro de la política.

“Era muy celoso de su condición de jefe supremo y se consideraba a sí mismo en rigor como el único general dominicano, cuyo papel en beneficio de la colectividad era insustituible”, relata Cassá.

El general creía en su misión y ejerció con honradez la administración de los recursos del Estado, pero estuvo dispuesto a aplicar medidas represivas extremas para permanecer en el poder.

“Santana y sus ayudantes concibieron la anexión a España. Nunca abandonó concepción anexionista y no se compenetraba de conceptos nacionales, convencido de la imposibilidad del que país marchara por su cuenta. España era en verdad una solución ideal, porque nunca dejó de considerarse un español”, cita Cassá.

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