El dedo en el gatillo
Nuestra torre Eiffel
Siempre he pensado en la importancia de los cambios. Pero no hacia atrás. El futuro del boulevard de la avenida 27 de febrero, mereció mejor suerte. Es un problema cultural en un mundo sin cultura
En el evangelio según San Mateo (13:1:23) se recoge una parábola inolvidable.
Es la del sembrador. En cada ciudad, muchas personas se reunían a escuchar a Jesús. Aquel día les narró: «El hombre salió a sembrar, pero una parte de las semillas cayó junto al camino, y vinieron las aves y se las comieron. Otra parte cayó entre las piedras y no brotó porque en cuanto salió el sol, se quemó y se secó, al no tener raíz. Otro puñado se expandió entre las zarzas, pero estas crecieron y las ahogaron. Pero una parte cayó en tierra buena, y la cosecha rindió. Quien tenga oídos, que escuche y el que tenga ojos, que vea.»
Refiero este pasaje no por su vigencia, sino por sus metáforas, si se quiere ingenuas, en tiempos donde el sembrardor solo encuentra campos minados para expandir semillas.
Acompañé a Cibely Ramírez y a Lauren Jiménez a un recorrido por el otrora encomiable boulevard de la avenida 27 de Febrero. Durante el trayecto recordé aquella jornada vivida en el mismo sitio y en plena madrugada, trece años atrás, con la entonces pasante Yanela Zapata, cuando encontramos el entorno lleno de inmundicias y de muchachos consumiendo sin control todo tipo de estupefacientes. Todavía nadie pernoctaba en la cima del reloj, conocido como ”la pequeña torre Eiffel” .
Hoy, el entuerto se ha expandido y ya el “famoso” boulevard es territorio de nadie. Muchos funcionarios, tiran la toalla y aluden a la contaminación ambiental y al poco presupuesto para justificar la ausencia de interés para devolverlo a su estado original. A nadie le interesa su abandono, mucho menos a las autoridades que miran en él una rivalidad política en vez de un centro de atracciones para el finde, comidas, , baños públicos, funciones infantiles y muchas más iniciativas conectadas gracias a la creatividad del desaparecido Yaqui Núñez del Risco, presidente de patronato que lo dinamizó.
Hoy, aquella iniciativa tiene otro rostro, si se quiere más tétrico; nadie quiere hacer nada por ella. Se alude a la intervención de factores hereditarios para trasladar las esculturas a un lugar más adecuado, así como trasladar o destruir la torre Eiffel antes del desastre: Ese “majestuoso monumento”, según autoridades locales, a los dominicanos no les interesa preservarlo y debe quedarse tal y como está a esperar por un mecenas que nunca va a llegar. Y lleva la firma del romanence José Ignacio Morales, conocido en vida como `El artístico´.
Esa edificación, hecha a partir de un precio, y con las mejores (o peores) intenciones, se encuentra a punto de caer y aplastar personas, casas, comercios y edificios cercanos cuando suceda algún temblor de tierra de proporciones considerables.
A la muerte de Núñez del Risco, la atención a aquel espacio cultural adoleció de dolientes con miradas sembradoras. Con el paso del tiempo, quedó a su suerte y riesgo. Denuncias de todo tipo iban y venían como naipes marcados; el patronato fue desmembrado y ante la llegada del COVID-19, el espacio donde se alojaba la gobernación, encargada de vigilia y cuidado del boulevard, fue a parar a manos municipales, y hoy se ha instaurado en sus oficinas otro organismo del Estado.
Cuando viran sus espaldas las autoridades encargadas en mantener en buenas condiciones ese sitio público, ocurre otra realidad.
Los “palomos” continúan envueltos en el humo de la desesperanzada, y los “sin hogar” escalan sin escrúpulos hacia lo alto de la torre tambaleante para dormitar en su cúspide.
Los sanitarios se transformaron en polcigas de mala muerte donde sobresalían colchonetas, fanguisales, mal olor y terquedad. La solución salomónica fue clausurarlos. Pero allí quedan como museos “encerados”.
Cuando aquella plaza destilaba actividades y comercios junto al esplendor de su entorno, el tránsito continuaba sin que nadie aportara soluciones, pero todo era fiesta, como el París al que Hemingway le cantó, pero en nuestro caso, con la famosa torre Eiffel como telón de fondo.
Nadie puede negar que en aquel entonces, los fondos para su mantenimiento no quedaban navegando en la playa de Boca China. La ciudad velaba por el cuidado ornamental.
Siempre he pensado en la importancia de los cambios. El futuro del boulevard mereció un boomerang. No basta colocarle dos empleadas con los ojos cerrados para descubrir las trampas constantes que las limitan, sino que se ha hecho lo posible por convertir aquello en un lugar maldito, donde en vez de arte popular en días y horarios adecuados, suceden espectáculos desestabilizadores que le restan vigencia y evitan el sano esparcimiento.
El puñado de semillas aludidas en la parábola recogida por San Mateo, cayeron en terreno baldío, a pesar de que por algunos años, aquella siembra creció. Pero no dio frutos. Hoy es una alfombra roja que nunca se lustra, tal y comodescriben mis colegas Cibely y Lauren. Las personas evitan caminar por ella.