Íntegro: El Sermón de las Siete Palabras de la Iglesia católica
En una misa oficiada este Viernes Santo en la Catedral Primada de América, los siete discursos expuestos por igual cantidad de representantes de la Iglesia Católica, develaron las problemáticas a las que se enfrenta el país en estos momentos.
A continuación, este fue el Sermón de las Siete Palabras de Jesús en la cruz, de manera íntegra, que pronunció la Iglesia católica a la nación dominicana este Viernes Santo:
PRIMERA PALABRA: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. (Lc 23,34) Sor Lourdes Martínez Arcángel, Hijas de la Altagracia (HHA)
El rostro de Dios que Jesucristo nos muestra no es el de un Dios vengativo y justiciero, de un Dios lejano e imponente; es el Dios cercano que se deja ver en los gestos sencillos de amor verdadero, de ternura, de solidaridad, de compasión y de perdón.
Jesús muere perdonando. Todo el acto salvífico en la cruz simboliza el perdón divino, lo señala el evangelio de Juan 3,14-15: Como Moisés en el desierto levantó la serpiente, así ha de ser levantado el Hijo del Hombre, para que quien crea en él tenga vida eterna. Pero para el Señor era conveniente hacer explícito este perdón con palabras claras, audibles, contundentes, con la fuerza emocional arrolladora y una autoridad espiritual definitiva.
Hasta ahora el mundo no conocía el perdón. Para los romanos que tenían invadida a Jerusalén, la consigna era «Sé implacable con tus enemigos», porque el perdón era considerado como una cobardía o como una traición. Para los judíos imperaba la ley del talión «Ojo por ojo y diente por diente». Entre nosotros reina el dicho “El que me la hace me la paga”. Sin embargo, en Jesús colgado en cruz, descubrimos que el perdón es el amor en su máxima expresión. Jesucristo no solamente perdona, no solamente olvida, lo que ya es heroico; Jesucristo excusa, justifica y esto ya es el colmo del amor y del perdón.
Al ser perdonados, somos justificados por Cristo: La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se ofreció en la cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento de propiciación por los pecados de todos los hombres y mujeres. Perdónalos, Padre, «Que no saben lo que hacen». La justificación arranca al hombre del pecado que contradice al amor de Dios, y purifica su corazón.
La justificación es prolongación de la iniciativa misericordiosa de Dios que otorga el perdón. Reconcilia al hombre con Dios, libera de la servidumbre del pecado y sana. Movido por la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto. “La justificación no es solo remisión de los pecados, sino también santificación y renovación del interior del hombre”, mediante la conversión (DS 1528).
El perdón es para todo: El Señor levantó su mirada al cielo y pidió perdón no sólo para turba presente que lo atormentaba, sino también por cada uno de nosotros en particular; por ti, por mí, por todos.
En esta oración, Jesús se atreve a decirle al Padre que los que lo crucifican, “no saben lo que hace” y, olvidándose de su inmenso dolor pide la remisión de los pecados para los jueces que lo han condenado, para los soldados que lo han crucificado y para la muchedumbre que ha gritos pidió su muerte. Jesús sabe que, si grande fue el pecado del hombre, mayor es la misericordia del Padre. Jesús perdonando, nos enseña a perdonar. Pero, ¿Es muy fácil perdonar?
No podemos perdonar cuando dejamos entrar en lo profundo del corazón el odio, al espíritu de venganza y al rencor que carcomen el alma y embotan el amor y la misericordia. La falta de perdón, conflicto permanente y caos social.
¡Qué difícil es perdonar una traición, un engaño, una acusación falsa, una ingratitud! ¿Cómo poder perdonar al agresor, al homicida de un ser querido, al violador de un menor, al que humanamente nos ha arrancado la razón de vivir?
Sí, es cierto, perdonar confiando solo en nuestras propias fuerzas, no es una tarea fácil. Pero si con fe mira al crucificado, en él encontraras la fuerza necesaria para poder perdonar a tu enemigo, al que te ha ofendido. Hay una frase, que dice: El no perdonar es como beber una copa de veneno pensando que le va a hacer daño a otra persona, pero al final terminas muriendo tú mismo. Recuerda, hermano, que también tú fuiste perdonado por Jesús en la cruz, que él cargó con tus enfermedades, con tus maldades e iniquidades, porque te ama infinitamente.
El perdón que Dios ofrece es gratuito y transformante y nos invita a darlo gratis. Son muchas las razones por las que tenemos que pedir perdón a Dios: por nuestros pecados, nuestras fallas y limitaciones. Somos hombres y mujeres frágiles pero sostenidos por Dios.
Jesucristo, en este Viernes Santo, contemplándote en la cruz, despreciado y tenido como basura de los hombres, lleno de dolores, detenido y enjuiciado injustamente, cargando nuestras dolencias y pecados (Isaias35), te pedimos que perdone la estructura de injusticia que impera en nuestra sociedad dominicana. A los que se enriquecen ilícitamente despojando a la mayoría hasta del pan de cada día.
Perdona, padre, la falta de honestidad de tantos políticos que engañan al pueblo con falsas promesas de progreso, compran la conciencia de muchas personas por unos cuantos pesos e incluso por un plato de comida y, sin escrúpulos, compran lo más sagrado para un ciudadano, su propia identidad. Perdónalo, porque no saben lo hacen.
Perdona, Seños a aquellos que, llevados por la ambición de poder y poseer, han optado por la cultura de la muerte y, para lograr su objetivo, matan, roban, engañan y secuestran, desaparecen personas. Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen.
Perdónanos también a nosotros, tus seguidores, por las veces que ridiculizamos tu mensaje viviendo una vida de incoherencia entre lo que predicamos y la fe que profesamos. Perdónanos, Señor, porque aun sabiendo lo que te agrada, no lo hacemos del todo.
Hermanos, Vivamos este Viernes Santo como un día redentor desde la profundidad del don de la fe que hemos recibido y que quiere ser fecunda a través del perdón, el amor y la misericordia. Amén.
SEGUNDA PALABRA “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23,43). Hna. Ángela Cabrera, Fundadora de la Comunidad Discípula Misionera por la Santidad
La segunda palabra de Jesús en la cruz es: “Amén. A ti te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43); leída en el texto original comienza con un “Amén”. Éste significa la aceptación de la oración del llamado “buen ladrón”; ese hombre arrepentido de su pasado, pero esperanzado incluso en la cruz, suplicando la vida nueva, que le puede dar el inocente condenado al lado de él. Se dirige a Jesús expresándole su deseo más profundo: “Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino” (Lc 23,42).
El arrepentido tardó tiempo en recapacitar y ver más allá de la apariencia. Jesús no se demoró en responderle; le interesaba su destino, así como el destino de todos los delincuentes que no han encontrado sentido existencial. Por eso le dice: “Amén. A ti te digo”, del griego, (Amén. Sú légo), expresión de quien tiene autoridad y puede garantizar mucho más de lo solicitado. El buen ladrón tan sólo pidió “que le recordasen”; Jesucristo le aseguró “comunión plena”. El delincuente le habló a Jesús del futuro; el Señor le introdujo, en el presente, en la mansión de los justos.
¿Quién o qué inspiró al malhechor contrito, para expresar ese misterio tan profundo, donde convergen impotencia humana y autoridad divina? – Sin duda, el Espíritu Santo.1 Todo un delincuente arrepentido se adelantó a los apóstoles, para enseñarnos, desde la humildad, tres pasos decisivos en nuestras vidas cuando nos arrepentimos: el paso del “robo” al “restituir”; el paso de “la mediocridad” a “la santidad”, y el paso de “la cruz” al “paraíso”.
En la expresión “hoy estarás conmigo en el paraíso”, se destaca el adverbio de tiempo “hoy”, del griego sémeron. Contextualizando el uso que Lucas hace de este término observamos que la primera vez es utilizado por el ángel del Señor: “Hoy nos ha nacido un salvador” (Lc 2,11), y la última vez, se emplea en la cruz: “Hoy estarás conmigo…” (Lc 23,43). Entre ambas referencias se encierra la vida histórica del Señor, desde el comienzo hasta su final. Durante la misión pública, el Señor también emplea el “hoy” en la sinagoga: “Hoy se cumple esta Escritura” (Lc 4,21); a Zaqueo le expresa: “Hoy tengo que hospedarme en tu casa” (Lc 19,5); y, una vez en el interior de ella, dirá: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa…” (Lc 19,9).2
¿Qué deseamos, en resumen, subrayar con la palabra “Hoy” de Jesús?... – Nos habla del momento en que un hombre o una mujer deciden creerle y aceptarlo como Hijo de Dios. “Hoy”, no hace referencia al tiempo cronológico en sí, sino al tiempo como kairós, al momento de gracia y de novedad de Dios en la vida de una persona. En el caso del buen ladrón, “hoy” es algo que comienza en esta historia, en su circunstancia como crucificado, pero que se prolonga más allá: donde se alcanza la perfección y la plenitud. Porque el tiempo auténtico lo determina el saber vivir en Cristo: “Tú en mí y yo en Ti”. El “hoy” será una realidad para todos nosotros cuando, desde una conversión auténtica, entremos en intimidad y comunión con Jesús, sin importar que dicha unión tenga lugar, incluso, en el madero de la crucifixión: “Donde está Cristo allí está el Reino”, escribirá Benedicto XVI.3
Jesús nos describe lo que es la vida con Él: “un paraíso”; del griego paradeisos. Ha de ser comprendido no como espacio corpóreo o físico, sino desde una “geografía teológica” o “estado espiritual”. Nos recuerda el jardín de Dios del Génesis (Cf. Gn 2,8); o el parque plantado por Él, forestado con los árboles de vida y de justicia (Cf. Ap 2,7). Permanecer en el parque de Dios implicaba no un trabajo penoso, sino honesto, obediente y sacrificado. Suponía una cooperación sinodal en comunión y participación, para el perfeccionamiento armonioso de la creación visible. (Cf. Catecismo 378). Escribe san Pablo: “Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón humano llegó; lo que Dios preparó para los que lo aman…” (1 Cor 2,9). Este paraíso cerró sus puertas en el momento en que Dios no pudo recrearse con sus criaturas, a causa de la desobediencia y del pecado.
Con la encarnación de Jesús, no sólo se nos han abierto las puertas del paraíso, sino que nos ha facilitado el acceso a la santidad del cielo, reconciliándonos con nuestra vocación y restituyéndonos en la justicia original (Cf. Catecismo 1720). La configuración con Cristo nos devuelve el paraíso, que consiste en la visión perfecta de Dios.
Los poderosos de este mundo, y de esta sociedad del siglo XXI, en vano desean robarnos y falsear el auténtico paraíso, creando y promoviendo otro, en el cual, aparentemente nada faltaría. ¡Cuidado con el paraíso que nos están diseñando! Porque también el enemigo sabe dibujar muy bien realidades engañosas… ¿De dónde viene tanta astucia creativa y seductora?... Recordemos que la serpiente tentadora no fue expulsada del paraíso tras tentar y hacer caer en pecado a nuestros primeros padres (Cf. Gn 3,23). Sus trampas y seducciones continúan en la actualidad; mostrando su cara más atrayente, apetecible, y deleitosa, porque busca hacernos caer en la tentación; con el fin de que nos escondamos de Dios por la vergüenza de haberle fallado. ¿Qué paraíso nos están ofreciendo?... ¿Qué paraíso estamos mendigando?... ¿Qué paraíso nos garantiza la felicidad?... ¿Qué debe cambiar en nuestras vidas para ganar el verdadero paraíso?
Llegados a este momento, regalo una confidencia personal: hace años atrás, cuando escuchaba atentamente con las hermanas de mi comunidad este Sermón de las Siete Palabras, me preguntaba por qué no había presencia de mujeres en el mismo; predicando con fuego en el corazón, y haciendo visible el rostro femenino de la Iglesia… No pensé, en ese momento, que Dios me estaba escuchando…
Desde aquí, también oigo el grito de otras mujeres que me dicen: “Acuérdate de nosotras cuando hables, para que no nos cierren las puertas del paraíso”; ese paraíso que puede comenzar ya, ahora, al ser reconocidas plenamente nuestra condición de ciudadanas y nuestra dignidad de hijas de Dios. Estas mujeres que reclaman el paraíso son, entre otras: 3
- Las víctimas a causa de los partos por cesáreas. El porcentaje de nacimientos en esta modalidad es de un 58.1%, mientras que la Organización Mundial de Salud recomienda entre un 10% y un 15%. Como país, somos tristemente líderes mundiales en estas prácticas,4 solicitadas, en unos casos, por las madres, sin ser plenamente conscientes; y muy favorecidas por los profesionales; supone el 54% de muertes en las mujeres que dan a luz.5 Este drama es como una “deuda social acumulada”.
- En este orden, de acuerdo con los reportes de SINAVE, el 88% de las muertes maternas serían felizmente evitables; el 85% de las mismas están relacionadas con la falta de calidad de atención sanitaria 6.
- También gritan sin voz, y buscan el justo paraíso, tantas mujeres silenciadas por la fuerza. En el año 2022 sucedieron 53 feminicidios y 84 homicidios en todo el territorio nacional.7 La llamada “línea 212”, del Ministerio de la Mujer, reportó, en ese mismo año 2022, 6,129 llamadas pidiendo algún tipo de asistencia por amenazas. Además, se produjeron 6,812 casos de abusos sexuales contra la mujer, y fueron emitidas 29,103 órdenes de protección. A pesar de los protocolos establecidos, las cifras denuncian que no se logran significativos avances para disminuir las injustas y dramáticas pérdidas de vidas femeninas.
- La República Dominicana es un país por encima de la media de renta per cápita; sin embargo, la tasa del matrimonio infantil es similar a la de los países más pobres, como por ejemplo los del África Subsahariana. Nuestro país es el más alto de la región latinoamericana y caribeña en este tipo de uniones. Más de un tercio de las jóvenes se casan antes de cumplir los 18 años. Las adolescentes, entre 15 y 19 años, conviven con varones entre cinco o diez años mayores que ellas; aun cuando la legislación dominicana tipifique como abuso sexual las relaciones con personas menores de edad, en las que haya una diferencia de 5 o más años8. Esta realidad afecta no sólo a las mamás muy jovencitas, sino a sus hijos y a toda la sociedad en general, aumentando la pobreza, la exclusión social, y el turismo sexual.9 No podemos olvidar a tantas mujeres que, separándose, incluso, de su familia, buscan el “sueño americano y europeo”. Desean el “paraíso” en otro lugar, soportando una forma de vida, con mucha frecuencia, dura y precaria. En ellas vemos reflejadas situaciones de otras mujeres migrantes en nuestro propio país.
¿Cómo pueden ser compatibles las tristes realidades señaladas con un dato esperanzador?...: La mujer dominicana, por su nivel educativo superior, lidera el 40% de los hogares, y representa más del 50% de la fuerza de trabajo en el país.10 Antes de concluir, abogo por otra madre y hermana de todos nosotros, que está agonizando: La Tierra. De ella nos ha hablado magistralmente el papa Francisco en Laudato si'.
Sus palabras denuncian, en nuestro pueblo dominicano, los delitos medioambientales; tales como incendios forestales y deforestación; contaminación de ríos y mares en todas sus formas, incluidas las llamadas islas de plásticos; abuso de explotación minera con enormes movimientos de tierras para buscar oro o fabricar cementos; los incontrolables vertederos de basura y sus permanentes quemas; los cementerios de vehículos, así como la chatarra de los electrodomésticos… El papa nos viene advirtiendo que no hay plan B, ni planeta tierra B. Con estos pecados humanitarios y ecológicos nos estamos colocando al lado del mal ladrón, rechazando el paraíso. Necesitamos una conversión integral, para colaborar, no con la cultura del error y del terror, sino con la cultura de la vida y la reconstrucción del paraíso humano y medioambiental.
Concluyo esperanzada con las palabras del profeta Isaías 11,6-10, las cuales hago oración: “Llegará un día en el que el lobo habitará con el cordero; el puma se acostará junto al cabrito; el ternero comerá al lado del león y un niño chiquito los cuidará. La vaca y el oso pastarán en compañía y sus crías reposarán juntas, pues el león también comerá pasto, igual que el buey. El niño de pecho jugará sobre el nido de la víbora, y en la cueva de la culebra el pequeñuelo meterá su mano. No cometerán el mal, ni dañarán a su prójimo en todo mi Cerro Santo, pues, como llenan las aguas el mar, se llenará la tierra del conocimiento de Dios.”11
Lo expresado por el profeta no es utopía irrealizable; es el sueño real y posible de un Dios que quiso para todos nosotros el paraíso. Al finalizar esta segunda palabra, supliquemos como el buen ladrón “estar y entrar en el paraíso de Dios”. Y, sobre todo, como hombres y mujeres dominicanos, que podamos escuchar las palabras alentadoras del Señor: “Hoy estarás, conmigo, en mí Paraíso”. Amén
TERCERA PALABRA “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre” Hna. Ofelia Pérez, directora general de las Altagracianas
El Evangelista San Juan en el capítulo 19 nos dice: “Cerca de la cruz de Jesús estaba su madre…Jesús, al ver a la madre y junto a ella al discípulo que más quería, dijo a la madre: -Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dijo al discípulo: -Hijo, ahí tienes a tu madre”.
La escena es desgarradora, la Madre ve morir a su hijo de una manera cruel y despiadada. ¿Cuándo iba a imaginar que aquel pequeño nacido en la cueva de Belén sería llevado a la cruz?
El evangelista registra su experiencia como un grito con los labios cerrados, un dolor inenarrable; una escena donde se acallan las palabras y habla la vista. Jesús, desde la cruz, en medio de su agonía, mira a su Madre. Como buen judío sabe que, al morir, Ella quedará sola. Mujer, viuda y sin hijo, María pasa a ser una descartada social. Ante esta realidad tan cruda, la mirada de Jesús se fija que, junto a su cruz, al lado de su Madre se encuentra su amigo, su discípulo amado, el más joven de los apóstoles.
Al mirar a María junto a Juan, Jesús pronuncia la primera MUJER, palabra que recoge la identidad de la Madre en la escena dolorosa de la cruz. Juan Pablo II identifica la palabra “Mujer” como evocación profética en Génesis 3,15: “Haré que haya enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. María, presentada como la nueva Eva en el evangelio de San Juan la encontramos como intercesora (Jn.2,4); una boda en Caná de Galilea y se termina el vino, María informa la situación a Jesús, "Mujer…aún no ha llegado mi hora". Así, como bien nos enseña el Papa Francisco: “Las Bodas de Caná son mucho más que una simple narración del primer milagro de Jesús… el esperado Esposo da inicio a las bodas que se cumplen en el Misterio pascual.” (audiencia del 8 jun 2016).
Ahora, ante la cruz el término mujer, evoca la marginación social en la que quedará la Madre, pero también es el inicio de un nuevo orden mundial, en la cruz, de improviso, surge una fecundidad materna, Jesús invita a la Madre a dar a luz al hijo y al discípulo a purificar la mirada para dejar de ver en María a la Madre de su amigo… ahora es Ella, la Madre y el su hijo. Unas horas antes, Jesús había anunciado “La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo”
En aquella hora en la que la fe de los discípulos flaquea, por tantas dificultades e incertidumbres, Jesús cambia la dirección de la mirada e invita al discípulo que se siente solo, triste y desamparado a mirar hacia la Mujer cuya vida de fe ha sido probada. “He ahí a tu madre” palabas de Jesús en la cruz que tienen un valor testamentario. Desde ese momento, la Madre de Jesús se ha convertido en madre de cada discípulo, que junto a la cruz espera en que la muerte no tiene la última palabra. María ve morir al Hijo mientras de su corazón herido brota amor de madre para acoger a los que ama Jesús.
En este pasaje bíblico vemos en María a una madre que sufre porque le arrebatan, le matan a su único hijo, una mujer que sufre la vergüenza de ver morir a su vástago en la cruz, ajusticiado siendo inocente.
Hoy, al contemplar la situación de la mujer, el panorama sigue siendo desgarrador; en muchas sociedades ser mujer es una condena para vivir maltratada, vejada, humillada, golpeada o…simplemente usada para el sexo o la pornografía. El ser de la mujer se pierde en una sociedad injusta que promueve por los medios y redes sociales, el valor del cuerpo del cuerpo tanto cuanto puede producir placer. Las mujeres que trabajan y aportan al desarrollo científico, social, político, religioso y económico se vuelven invisibles; de ellas no se dice nada. Tampoco se publica la estadística del número de mujeres que estudian en nuestras universidades e Institutos de Estudios Superiores, ni de las mujeres que se incorporan al mercado laboral, sin abandonar el trabajo en la casa, la atención a los hijos y al marido. Madruga para cargar el agua y barrer la calle antes de tomar la guagua, el tren o el motoconcho para irse a producir el sostenimiento de la familia, ¿Quién mira a las mujeres que dan a luz en nuestros hospitales o aquellas que esperan en una silla que se desocupe una cama?
Resulta escandaloso la cantidad de adolescentes embarazadas, pero más terrible es la imposición del silencio de la acosada y violada por aquellos que deben protegerla.
¿Quién se apiada del dolor de la madre que ve a su adolescente sin futuro porque las drogas, los cigarros electrónicos o las jucas le carcomen el cuerpo y el cerebro?
¿Cuándo vamos a reconocer que las mujeres representan el mayor número de las organizaciones políticas, empresariales, religiosas y sindicales, pero cuando se trata de dirigirlas, la mujer está relegada?
Desde la cruz, Jesús mira a la mujer y la invita a recuperar su dignidad al mirarse en María, la Madre de Jesús: la Mujer que piensa y pregunta, ¿cómo será esto…? María, mujer que cree en el Dios que “…derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes…” María, la mujer que intercede en las necesidades para que no termine la fiesta, María la que lleva al Hijo al templo. María, que no se queda esperando al hijo perdido, que lo busca hasta encontrarlo. María, la Madre Mujer que permanece de pie junto a la cruz del hijo.
Pero Jesús también contempla al discípulo: “He ahí a tu madre”
Las palabras de Jesús agonizante, en realidad, revelan que su principal intención es entregar el discípulo a María. La dimensión de su misión de Madre muestra que las palabras del Salvador no son fruto de un simple sentimiento de afecto filial, sino que quieren situarse en un plano más elevado. De hecho, la Virgen reconoció a Juan como hijo suyo; pero ese privilegio fue interpretado por el pueblo cristiano, ya desde el inicio, como signo de una generación espiritual referida a la humanidad entera. La maternidad universal de María, aquella a quien Jesús llamó "Mujer" en las bodas de Caná; ahora en el calvario pasa a ser la Nueva Eva "madre de todos los vivientes" (Gn 3, 20). Así, la Madre recupera la dignidad de la maternidad que por el pecado entró al mundo.
Sin embargo, mientras ésta había contribuido al ingreso del pecado en el mundo, la nueva Eva, María, coopera en el acontecimiento salvífico de la Redención. Así en la Virgen, la figura de la "mujer" queda rehabilitada y la maternidad asume la tarea de difundir entre los hombres la vida nueva en Cristo.
“Hijo ahí tienes a tu Madre” al pronunciar estas palabras la mirada de Jesús se fija en el discípulo y lo invita a pasar a ser hijo. Recordemos que, de todos los discípulos de Jesús, sólo uno estuvo con él durante el proceso de la cruz. Juan, además de discípulo, es amigo fiel, es conocido como “el discípulo amado” en el evangelio que lleva su nombre. El Evangelio nos cuenta la cercanía en la relación, en la última cena, recostó su cabeza en el pecho de Jesús. (Jn.13,23).
Se ha hablado mucho y escrito un poco sobre las razones por las cuales Jesús entregó su madre a Juan. Unos afirman que María era viuda y no quería que se quedara sola y desamparada en la sociedad. Otros afirman que Juan era hijo de Zebedeo y Salomé, la hermana de María lo que significa que Jesús y Juan eran primos hermanos. Cualquiera que fuera la razón, lo cierto es, que Jesús mira a quienes se sienten solos, tristes, desamparados y pasan por la pena de tener en una cruz a los que aman.
Al colocar a su propia madre al cuidado de un discípulo Jesús nos invita a pasar de discípulo a hijos. No solo Dios es Padre Nuestro, María es Madre de los que iniciamos la vida de fe como discípulos.
Con su muerte, Jesús instaura un nuevo orden mundial: la sociedad es el conjunto de mujeres que se dejan mirar por Jesús para acoger como hijos a aquellos tristes discípulos. Por tanto, el discípulo que más ama a Jesús es aquel capaz de vivir como hijo de María, la madre del Crucificado. Esa es la propuesta, caminar juntos como hermanos obedeciendo el mandato del Señor, con María como Madre. Asumiendo la gran responsabilidad de vivir como hijo de María. A su lado, buscar y hacer la voluntad de Dios.
Volviendo al calvario, la escena resulta conmovedora, un inocente crucificado que lejos de mirarse a sí mismo, mira la soledad de la madre y la tristeza del discípulo.
Hoy, ¿Cuántos hijos miran la realidad de sus madres? ¿Cuántos hijos de la madre Patria la aman y le sirven con honestidad haciendo frente a pecado de corrupción que la tiene dolida y humillada?
¿Cuántos hijos de María, tenemos su imagen en nuestras casas y olvidamos practicar la justicia como valor moral?
¿Cuántos hijos tienen tiempo para los amigos, los viajes y las diversiones, pero no tenemos tiempo para escuchar a nuestras madres?
¿Cuántas madres esperan el regreso de sus hijos que andan deambulando por las calles o perdidos en los vicios?
Hoy, al contemplar a Jesús, el Crucificado, deja que mire tu realidad y te diga: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre”.
CUARTA PALABRA “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has?abandonado?” Padre Luis F. Rodríguez Simé, SDB. Vicario Adjunto de Pastoral del Distrito Nacional Norte.
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Puede resultar insoportable escuchar estas palabras de Jesús tomadas del salmo 22. Uno puede llegar a pensar que en la hora nona Jesús se sintió abandonado por Dios; que Jesús dudara del amor que el Padre sentía por Él; que quisiese renunciar al sufrimiento de la crucifixión; que perdiera la confianza en ese?Abba?amoroso al que nos invitaba a conocer; que todo lo que había predicado no fuera más que una quimera sin verdad; que allí, en lo alto de la cruz, Cristo había perdido todo atisbo de esperanza.
Pero no. Cristo no pronunció el “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” como un grito de desolación, de sentimiento de abandono, como expresión de desvalimiento humano y espiritual. Estas palabras son un auténtico cántico de confianza y esperanza en Dios. Son el rezo de un salmo que comienza con estas mismas palabras y que narra paso a paso su pascua y su pasión. Es a su vez un himno de entrega al Padre. Jesús se entrega al Padre. Jesús convierte su sufrimiento y su dolor en oración. Jesús muestra su angustia delante de Dios por nuestra iniquidad. Jesús presenta su verdadera relación íntima con Dios. Jesús grita para que la humanidad sea escuchada. Jesús muestra con esta ablación toda su confianza en el Dios Amor.
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. ¿Cuántos de nosotros, en nuestra Republica Dominicana, no hemos pronunciado esta frase alguna vez? ¿Cuántos de nosotros no hemos roto nuestra relación íntima con el Padre al manifestar así nuestra desolación? ¿Cuántos de nosotros ponemos en tela de juicio nuestra fe y nuestra confianza en Dios al pronunciar con otro sentido las mismas palabras que Jesús?
Me fijo en el “¿por qué?” Y lo hago mío. Y elevo mi mirada al cielo en este viernes santo. Levanto mis ojos y comprendo como con este “¿por qué?” Jesús se convierte en el ejemplo a seguir. Como debo aprender a pronunciar mis “¿por qué?” como muestra de confianza filial en Dios. Como debo expresar esta frase como un grito de confianza en Él. Como pese a los momentos de desolación, dolor, desesperanza o sufrimiento mi “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” tiene que convertirse solo en manifestación de mi fragilidad humana y espiritual pero abierta a la misericordia del Padre. Como esta frase nunca tiene que devenir una rebeldía contra Dios sino una entrega a la voluntad del Padre. Como al pronunciar este “¿por qué?” me uno a Cristo, el primero de los abandonados, de los sufrientes, de los desamparados, de los doloridos y haciéndolo así me acojo a la providencia del Padre. Y al igual que Cristo, cada “¿por qué?” tiene que ser en mi vida un motivo real de unión íntima con Dios. Y los más impresionante para mí: este «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», cuando lo pronuncien mis labios, me tienen que recordar que Cristo lo gimió, en el momento álgido de la Pasión, para recordar el valor precioso y la gracia inmensa de la muerte en cruz para nuestra redención. Son palabras dichas para dejar constancia de la inmensidad de su sufrimiento por el mejor de los motivos y en el momento más crucial de su vida. Sí, me quejo a menudo, pero olvido también con frecuencia la cercanía de Dios, el acompañamiento permanente del Padre en mi vida y la manifestación de su amor infinito en medio de la cotidianidad de mis jornadas.
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Cuando te haga esta pregunta cómo se la hizo Jesús, al Padre, y te pregunte el “¿por qué?” que no olvide nunca que lo primero que dijo es “Dios mío, Dios mío”. Y que, cuando dude, cuando me pregunte dónde estás, que recuerde que comienzo una oración que pregunta y abre dudas y busca esperanza. Y, sobre todo, que no olvide que, poniéndote a ti por delante, nada tengo que temer.
Hoy quiero unirme, a tantos, que en nuestra Republica Dominicana, que lanzan el mismo grito de angustia de Jesús, en la Cruz, “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?”, porque vivimos en una sociedad deshonesta, donde los valores del Reino, no son el modelo, para la gran mayoría de nuestra sociedad, empezando por quienes dirigen los destinos de nuestra nación. Igual de mortal, es el grito de aquellos que ven las prácticas alejadas de la justicia, cuando no honramos con la verdad de la realidad nuestros compromisos y obligaciones, cuando la propia conciencia ha cedido su dominio a la opinión ajena y a terceros.
Hoy, es más fácil comunicarnos desde los antivalores que, desde los valores, parece ser, que ese, es el lenguaje que se entiende con mejor facilidad. Parece que me entiendo mejor, con los demás, cuando soy injusto, que justo, siendo ladrón que honrado, siendo delincuente que serio.
Pero es bueno saber, que, para el justo, la verdad nunca estará encadenada, mucho menos crucificada, ella es libre y el que es de la verdad vive en la libertad. La cruz y la maldad de los hombres solo podrá atacar al portador de la verdad misma. La honestidad es vivir y actuar en la verdad, sin variaciones ni vacilaciones.
Podemos preguntarnos, ¿de dónde vienen todas esas injusticias? De nuestro propio corazón. Una sociedad más justa se forja en el corazón del hombre. De nuestra propia conversión vienen cambios para bien de los demás. Cada injusticia es un pecado. San Pablo llama al pecado “injusticia”. Cada pecado me aleja de Dios, Dios no me abandona, somos nosotros los que abandonamos a Dios, y al abandonar a Dios forjamos un ambiente injusto, deshonesto, donde no se respeta al otro.
Con Jesús, también volvemos a gritar: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué nos has abandonado?” cuando llevamos, sobre nuestros hombros, el pecado, los males y las vergüenzas de otros.
En este año de la honestidad, pensamos en tantas familias que asumen para sí la carga de los extravíos de los suyos para honrar la familia y acompañar a los suyos justamente en los momentos más sombríos de sus vidas sin avergonzarse ni escandalizarse, tomando el trago amargo de su víacrucis existencial. La honestidad está también en quienes no reniegan de los suyos aún en sus caídas y agravios.
San Agustín decía que nadie está tan lejos de Dios como el pecador, pero nadie está tan cerca del pecador como Dios. Al meditar en esta cuarta palabra de Jesús saquemos el propósito de no abandonar al Señor, de acercarnos más a Él. Cristo, el justo, aquel que cargó con las injusticias, nos hace justos, nos convierte en instrumentos de justicia en el ambiente donde estamos. Acercarnos a Cristo, el justo, es el camino para hacer un mundo mejor.
Hoy, en este Viernes Santo, quiero con Jesús, lanzar mi grito hasta el cielo, Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?
-Cuando en las calles de Republica Dominicana, tenemos que andar con miedo, hasta de quienes están uniformados.
- Cuando muchos, en la Republica Dominicana, solo quieren ganarse la vida fácil, desde la extorción, el narcotráfico.
- Cuando muchos son condenados injustamente, y los que merecen condenan parecen que son extraños a la ley.
-Cuando la violencia en República Dominicana es una realidad que deshonestamente, empieza por las autoridades, porque la desconocen y de la que no se quieren hacer responsables. La muerte y el luto siguen desfigurando el rostro de la familia dominicana.
- Cuando no somos honestos y no reconocemos que la violencia, en nuestro país, está hasta en nuestros íntimos pensamientos.
- Cuando los males, no dejan que nuestro país se levante.
- Cuando nuestras mujeres lloran a sus condenados, a las víctimas de todo tipo de violencia, porque hasta en el seno familiar pueden aparecer depredadores y criminales cuyas víctimas son su propia gente, su propia sangre, su pareja…
- Cuando las madres lloran a sus familiares atrapados en la estafa de prestadores de salud y los seguros.
- Cuando vemos a diario, tantos que mueren en nuestras carreteras por accidentes, muchos de ellos por imprudencias.
- Cuando nuestras madres, lloran al ver a sus hijos sin ningún horizonte para sus vidas.
- Cuando vemos, que años van y años vienen y todavía no se ve una mejora en la educación del país. No hay que hacer muchos estudios para darnos cuenta del atraso cultural y conductual de nuestra nación: no se respeta la ley ni la autoridad, los ciudadanos no entienden ni pueden seguir instrucciones elementales.
- Cuando el descalabro moral y ético de la sociedad nos pone al lidiar a diario con la vergüenza que representa para nuestra nación tantos males que solo son muestra de la falta de autoridad: manejo temerario, desorden vial, mal uso del espacio público, delincuencia común, crimen organizado, vandalismo, violación de la propiedad privada… Un pueblo condenado a migajas sociales, a vivir de modo marginal.
- Cuando nuestras manos no nos alcanzar para tapar nuestras vergüenzas, padecemos un despojo social a raudales. Necesitamos un mar de honestidad que nos bañe y nos devuelva dignidad, que nos haga sentir verdadero orgullo, que nos devuelva la verdadera alegría de ser dominicanos.
- Cuando vemos, que la honestidad es una prenda preciosa que no aparece en los cofres del mundo de los negocios, ni en las relaciones laborales.
- Cuando vemos a muchedumbres de trabajadores gastando sus vidas por nada en largas jornadas de trabajo que no les alcanzan para comer el pan de cada día.
Es por eso que hoy, volvemos a decir:” Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?”
Así como el Padre no abandonó a su Hijo, María tampoco. Ella estuvo al pie de la Cruz. La Virgen nos enseña a no abandonar al Señor. Que María Santísima, la Llena de Gracia, nos conceda a todos nosotros, la gracia de su Hijo de ser justos, honestos, sinceros, tomando conciencia que la honestidad empieza por nuestra relación correcta con Dios. Seamos Buenos Cristianos y honestos ciudadanos. Amen.
QUINTA PALABRA “Tengo Sed” (Juan 19,28) P. Cesáreo Núñez Flores, Arcipreste Zona San Isidro. Párroco de la Parroquia San Luis Rey de Francia.
Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura dijo: “Tengo sed. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca”.
La agonía de Jesús en la cruz traduce de forma patética, la más abyecta y desencarnada condición del hombre que experimenta la oscura soledad y el abandono de sus más cercanos colaboradores. Sus necesidades se sintieron tan profundamente, que ni siquiera la indiferencia de sus verdugos, el bullicio de la turba burlona y la mirada indiferente de las autoridades, acallaron ese grito que a través del tiempo ha seguido resonando. Tengo sed. Era la sed descrita por el salmista cuando decía: ¨Mi alma tiene sed de ti, como tierra reseca agostada sin agua¨. Pero era también, una sed profundamente humana. Salmo 69.
La escena, es tan cercana y natural que revela, la identidad de aquel que se hizo en todo semejante a nosotros menos en el pecado pone de manifiesto su ineludible condición de hombre acostumbrado al sufrimiento, el varón de dolores que nos presenta el profeta Isaías. Jesucristo, no hace un papel en la cruz, la sufre con toda su crueldad, porque el dolor no es transferible, es personal.
Este momento, se equipara a la sed del pueblo de Israel, cuando extenuado por el calor y la sed en el desierto protesto contra Moisés, ante la falta de agua en Masá y en Meribá, prueba que describe el salmo
94. Lo de Jesús no fue una exigencia ni fue una súplica, pero como la Escritura dice, para su sed, le dieron vinagre.
Posiblemente, no haya en el universo otro elemento más necesario que el agua para la vida en todas sus manifestaciones. El Crucificado se hizo desierto y páramo para al mismo tiempo hacerse manantial, de agua viva que salta hasta la vida eterna.
El agónico cuerpo de Jesús, que pendía de forma extremadamente dolorosa, y jadeante del madero, la flagelación que había sufrido, tras haber pasado la noche detenido y consciente de su condena a muerte, habían dejado su cuerpo sediento. Su respiración en tan incómoda posición se volvía cada vez más fatigosa, los labios agrietados por las bofetadas de los soldados, que le habían golpeado abusivamente en su boca por haber dicho la verdad.
Rodeado de enemigos, que se burlaban de él y sabiendo que a ninguno le importaba su sed, encontró fuerza para pronunciar la palabra tengo sed. Otra vez, Jesús siente sed. La hora, en que Jesús pronuncia esta palabra posiblemente, haya sido igual, a la que pronuncio frente a la Samaritana, a medio día y frente a enemigos, pero la sed no conoce fronteras.
Esta palabra de Jesús descubre su coherencia de vida, el maestro había dicho que cuando fuera levantado atraería a todos hacia él. La Samaritana reúsa darle de beber y los soldados le ofrecen vinagre. El Evangelio de San Mateo en el capítulo 25, se refiere a esta negación como uno de los contenidos del juicio final “TUVE SED Y NO ME DIERON DE BEBER”. A sabiendas de que la respuesta seria otra tortura probó aquel vinagre que representaba la copa que le daba su Padre.
Queridos hermanos y hermanas, les invito ahora a reflexionar conmigo esta palabra apelando a la sed del mundo en que vivimos. El papa Francisco ha sido enfático al referirse de forma reiterada al cuidado de la casa común y nos advierte sobre la amenaza que supone no hacer conciencia de la responsabilidad que tenemos de preservar el planeta y los recursos con que cuenta.
Tal como, nos dice el número 28 de la Laudato Si “El agua potable y limpia representa una cuestión de primera importancia, porque es in- dispensable para la vida humana y para sustentar los ecosistemas terrestres y acuáticos”.
La queja pues, sigue siendo que el agua es cada vez más escasa y no se vislumbra solución alguna al menos por ahora.
Sigue diciendo el documento, que la provisión de agua permaneció relativamente constante durante mucho tiempo, pero ahora, en muchos lugares, la demanda supera a la oferta sostenible, con graves consecuencias a corto y largo término.
La sed de Jesús es también vivida por la inmensa mayoría de la población, que ve, como de forma desalmada, se encarece el botellón de agua que necesita, para el consumo diario. La gente tiene que comprar agua para sus necesidades habituales, mientras, los ríos mueren ante la desprotección de las autoridades, se privilegian proyectos que atentan contra la supervivencia de las fuentes acuíferas, con tal de que, nos dejen unos millones, aunque se sacrifique la biodiversidad y se comprometa la suerte de las futuras generaciones.
La falta de conciencia, de la ciudadanía, un Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, desaparecido y aparentemente sin planes, un intento macabro de privatizar las aguas, unido a la creciente deforestación y la contaminación de las aguas superficiales y subterráneas, son parte de la agenda con la que se pretende equivocadamente responder a este desafío. Se impone pues, volver al grito ahogado del crucificado, tengo sed.
Hoy hermanos y hermanas. Esta palabra, la dice incluso el mismo planeta, tengo sed, por los niveles de contaminación que padece. Las mismas aguas mueren como si el tercer Ángel apocalíptico, hubiese vaciado sobre el mar y los ríos, la copa de ajenjo con las que son envenenadas. ¨Entonces cayó del cielo una estrella grande, ardiendo como una antorcha. Cayó sobre la tercera parte de los ríos y sobre las manantiales de agua. La estrella se llama Ajenjo. La tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo, y mucha gente murió por las aguas, que se habían vuelto amargas¨ (Apocalipsis 8,11).
Hoy en día esta realidad, se hace visible en el mal manejo y falta de conciencia: del liderazgo local e internacional, pero lo más penoso de todo esto, es que nosotros mismos, nos encontramos sumergidos en una ola de ceguera espiritual, y humana que nos impide ver nuestros deberes con el medio ambiente, queremos agua, pero no protegemos la fuente que la producen y cuando la tenemos, la desperdiciamos. Es en función de nuestra dejadez, que damos paso a que, nos manipulen y maltraten, entes movidos por el egoísmo, individuos que actúan en función de un bien particular y no al comunitario que es, al cual está llamado a ejercer todo servidor público, ya sea en la industrialización, la tecnología, las construcciones indiscriminadas, la deforestación el uso de fertilizantes químicos, y de químico que afectan el equilibrio ecológico.
La minería irresponsable junto a las políticas que pretenden privatizar las aguas y el alto nivel de contaminación dejan sin aliento, el planeta y muchos seres vivos mueren por la falta de agua. En este sentido la tierra misma grita tengo sed.
Estamos a tiempo de asumir nuestra responsabilidad, de no desperdiciar y contaminar de forma irresponsable las aguas, lo cual, es un pecado ecológico, es un delito que debería ser considerado como un crimen de lesa humanidad.
Desde este humilde ejercicio pastoral pedimos a Jesús que infunda en nuestras autoridades un verdadero compromiso con la sed de este pueblo que es también la sed de Jesús.
SEXTA PALABRA “Todo está cumplido” (Jn 19,30). P. Isaías Mata Castillo, MSSCC. Vicario adjunto Santo Domingo Oeste, y párroco Parroquia Nuestra Señora de la Altagracia, Zona Herrera-Manoguayabo.
Del Evangelio según San Juan: “Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: Todo está cumplido. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Jn 19,30).
Jesús agonizando, a punto de morir, rinde cuentas a Dios Padre. “Todo está cumplido”. Todo lo he cumplido, lo he aceptado con amor y lo he realizado en obediencia a Ti, Padre mío, bueno y misericordioso. Tu amor a los hombres y mujeres, necesitados de salvación, se ha hecho reconocible en mi entrega hasta la muerte en la cruz.
Jesús reconoce y acepta que había llegado el momento de la entrega suprema y definitiva, su muerte en la cruz. Toda su vida había estado marcada bajo el signo de la obediencia al Padre y de la entrega por la humanidad. Desde el instante de la Encarnación, Jesús recorre el camino que lo lleva hasta el momento de su muerte en la Cruz, máxima expresión de entrega y obediencia a los designios divinos.
Jesús había recorrido, sin apartarse nunca de él, el camino de nuestra salvación. Este camino había comenzado en las entrañas del Padre y había alcanzado la agonía de Getsemaní y la cima del Calvario. Se había vaciado de sí mismo, se había hecho esclavo pasando por la vida como uno de tantos. Había cargado con el pecado del mundo, más aún había sido hecho pecado por nosotros para que nosotros nos salváramos en Él y por Él. El camino de Jesús había comenzado en lo más alto, en el corazón del Padre, y había llegado a lo más bajo, a la muerte; “...Se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de Cruz.” (Fil.2,6-11).
Sin embargo, el camino de Jesús fue también un camino de gracia y de perdón, de amor y de misericordia para la humanidad. Ungido por el Espíritu, pasó por la vida haciendo el bien y curando a los enfermos. Comió con los pecadores a quienes ofreció y regaló el perdón de Dios para sus pecados. Acogió a los pobres a quienes anunció la buena noticia del Reino de Dios. Se acercó a los oprimidos a quienes liberó de la esclavitud del pecado, de la injusticia y de la iniquidad.
Desde el mismo comienzo de la vida pública de Jesús, encontramos fundamentos de que Él ha venido para hacer la voluntad de su Padre, cuando entrando en la sinagoga de Nazaret, y abriendo el Libro de Isaías en el pasaje donde está escrito del Siervo de Yahvé: “El Espíritu del Señor esta sobre mí; me ha ungido para anunciar la buena nueva a los pobres y proclamar la libertad a los cautivos”, Jesús, mientras todos los ojos están fijos en Él, añade: “Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír” (Lc 4, 16-20). Así mismo cuando en Jn 6, 38, nos dice: “he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”; En Jn 5, 30, cuando dice: “No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”; y en Jn 4, 34: “mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. Al fin de su vida, cuando la obra de su Padre está realizada, todas las profecías están cumplidas, incluso la que anunciaba que al justo le darían a beber vinagre, y puede decir: Todo esta consumado.
El “todo está consumado” significa sin lugar a dudas que toda profecía concerniente a la obra de Jesús ha sido cumplida. Pero significa, sobre todo, en una visión más profunda, más íntima e inmediata, que el plan del Padre de salvar al mundo por la obediencia de Jesús ha sido realizado. Después de haber plegado su voluntad creada total y amorosamente a los mandatos de la Voluntad increada, cuya infinita santidad no cesó nunca de contemplar Jesús cara a cara ni siquiera en su agonía, Cristo recoge ahora, en una última mirada, este mundo creado por su Padre, pero atrozmente desfigurado por los hombres y mujeres, y que su muerte va a transformar. Y así como antes había dicho al Padre, en su gran oración sacerdotal, anticipándose un poco al hecho mismo: “Yo te he glorificado sobre la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste” (Jn 17, 4), pronuncia ahora: Todo está consumado. “Doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, soy yo quien la doy por mí mismo. Tengo poder para darla y poder para volverla a tomar. Tal es al mandato que he recibido de mi Padre” (Jn 10, 17-18). Jesús es dueño de su vida. La dará libremente. Pero si el Padre se la pide, es infalible que se la dará. En Jesús, pues, se concilian la libertad y la infalibilidad de su obediencia. Se trata de un alto misterio.
La plegaria de Jesús por nosotros alcanza su punto supremo en la ofrenda que hizo de sí mismo al Padre en la hora de la cruz, en el grito: “Todo está cumplido”. Lo cual nos indica que todo ha sucedido según las Escrituras, todo ha acontecido según el designio del Padre. La Hora de la ofrenda, iniciada con el nacimiento de Jesús en Belén, se realiza en el Calvario. Allí, en Belén, había nacido en la más extrema pobreza, aquí, en el Calvario, muere en total despojamiento y humillación. Es la elección de Dios, la elección del Amor que, queriendo recuperar a los hombres, a sus criaturas, a sus hijos, se hace misericordia, se rebaja, se vacía de sí mismo para volcarse en nosotros como fuente de vida.
“Todo está cumplido”. Es la hora cero de la historia, la hora en que empieza el Día nuevo, el tiempo nuevo, tiempo de la salvación y de gracia en Jesucristo. Todo el dolor de la Pasión parece ahora calmarse, como la tierra que, después de acoger la semilla en el surco, espera en paz que germine.
“Todo está cumplido”. Ahora ya todo tiene sentido. Cristo ha pasado por todos los caminos. Ya no hay callejones sin salida. Ya no hay rutas oscuras y sin sentido. Los caminos del ser humano, si coinciden con los caminos de Cristo, desembocarán en el corazón de Dios. Hemos de mirar y entender las cosas desde el designio de Dios que se hizo realidad en Jesucristo. Todo queda iluminado por el Señor.
Está claro que Jesús ha hecho su parte, ha cumplido la voluntad y la misión encomendada por el Padre.
¿Podemos nosotros decir lo mismo? Nuestro mundo vive realidades que en ocasiones nos llevan a pensar que todo sigue igual, que el mundo sigue dividido, que el mundo sigue sin reconciliarse con Dios. Nuestro mundo es un mundo de promesas incumplidas. Cada día leemos en los periódicos que los políticos prometen una cosa y luego no la cumplen. Y en nuestro caso particular, reina el clientelismo y un mar de corrupción, como tales son los casos: pulpo, medusa, coral, calamar… Y no solo en la política, sino que también en nuestra vida personal y en la vida cristiana debemos reconocer que no siempre cumplimos con la voluntad de Dios.
Es por tanto que, esa palabra de Jesús, “Todo se ha cumplido”, nos debe interpelar a todos los que repetimos cada día en la oración del Padre Nuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. No es sincera nuestra plegaria si, al mismo tiempo, tratamos de organizar nuestra vida y la de la sociedad en contradicción con la voluntad que Dios nos ha manifestado a través de la misma naturaleza, por medio de profetas que nos son enviados a lo largo de los siglos y, por último, en la persona y el mensaje de su hijo Jesús.
Reconociendo que Dios ha hecho todo lo que está de su parte, ahora somos nosotros que, siguiendo los pasos de Cristo, debemos realizar y terminar la tarea que Dios nos ha dejado, de hacer presente el Reino de Dios y su justicia, siendo honestos y asumiendo la voluntad del Padre y la misión que nos encomienda.
Tenemos el ejemplo de tantos y tantas que durante toda su vida han seguido el camino de Jesús y que al final han podido decir: misión cumplida. Son ellas y ellos los que han ayudado a cambiar el mundo, a construir un mundo más habitable, un mundo que sea hogar y casa para todos y todas. El mundo recuerda a personas que se han dejado guiar por el Espíritu de Jesús y que han vivido el espíritu de las bienaventuranzas.
Termino con esta oración de Pedro Casaldáliga:
De Tu parte, ¡sí! De nuestra parte, nos falta aún ese largo día a día de cada historia humana, de toda la Humana Historia.
Tú ya lo has hecho todo, ¡Rey y Reino! Todo está por hacer, a la luz del Reino, en esta noche que nos cerca (de lucro y de egoísmo, de miedo y de mentira, de odios y de guerras).
El Padre te dio un Cuerpo de servicio y Tú has rendido el ciento, el infinito. Todo está consumado, en el Perdón y en la Gloria.
Todo puede ser Gracia, en la lucha y en el camino. Ya has sido el Camino, Compañero. Y eres, por fin, ¡la Llegada! En tu Cruz se anulan el poder del Pecado y la sentencia de la Muerte.
Todo canta Esperanza...
SÉPTIMA PALABRA “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lucas 23,46) P. Robert Valentín Alcántara Belén, Arcipreste Zona Pastoral Villa Mella – Guanuma.
La oración confiada del Hijo honesto que ha cumplido la voluntad del Padre
Era ya cerca de la hora sexta, cuando se oscureció el sol y toda la tierra quedó en tinieblas hasta la hora nona. El velo del santuario se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”. Y dicho esto expiró.
Es el medio día y sus horas sucesivas, tiempo justo en que el sol brilla con mayor esplendor y fuerza; sin embargo, se ha apagado la luz que alumbra la tierra. Pero, cómo no se va a apagar el astro, si el Sol de Justicia que nace de lo alto, el que es Luz de luz, vino a los suyos y los suyos no lo recibieron, contrario a esto, creen que lo están matando.
Pero, no es una muerte normal. Hay acontecimientos humanos muy extraños; no solo hay oscuridad, sino que se ve un velo rasgado a la mitad, no hay angustia o desesperación en quien padece, y el centurión, responsable de la ejecución, no se nota satisfecho con el resultado de su gestión.
Los acontecimientos sobrenaturales son aún más extraños: no solo se ha rasgado un velo en el templo, este es el signo de que se está cumpliendo, la profecía hecha en el evangelio según San Juan 4, 23 a una mujer samaritana en torno al pozo de Jacob, porque ya no es en su monte ni en el templo de Jerusalén donde adorarán en espíritu y verdad los que hayan tomado el agua viva del bautismo, sino en todas partes; cae la tradición radical de la oración exclusiva en el templo.
Por otro lado, este hombre, que más que crucificado, luce tener los brazos abiertos para abrazar al mundo en su amor, abre sus labios y del fondo de su alma, con todas las fuerzas que le quedan, hace una última oración:
“Padre, en tus manos, pongo mi espíritu”
Es increíble, no lo han matado como pensaban sus ejecutores y parte de la muchedumbre que pedía su crucifixión; esa no es la actitud ni las palabras de una persona a la que dan muerte. Como un gran escándalo, en este momento de silencio, resuenan sus palabras cuando decía “no me quitan la vida, yo la entrego”.
En esa cruz no hay un hombre vencido, más bien, estas son las palabras que completan la oración iniciada la noche antes en un monte no muy lejano, llamado de los Olivos: “Padre, si es posible que pase de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Sin lugar a duda, ha triunfado el Padre, en el Hijo, con el Espíritu Santo que exclama una profesión de fe, por boca de un romano que no tenía idea de lo que allí estaba pasando: “este hombre realmente era hijo de Dios”.
Lucas al narrar este acontecimiento se aparta de Mc y Mt porque no puede ni siquiera insinuar que Jesús se sienta abandonado del Padre; por esto, suprime la cita del Sal 22 y la sustituye por la de Sal 31, 6, que es una entrega de su espíritu en manos del Padre, Lucas ha transformado el grito desgarrador de abandono de Marcos en una expresión de la confianza última en el Padre. Es una frase que no sólo expresa la confianza en su Padre, sino que aclara a los lectores que, en este momento culminante, el Padre recibe el Alma de Jesús para que siga presente, marcando así la nueva presencia de Dios entre los hombres.
Caigamos en la cuenta de que, en esta descripción de la muerte de Jesús, la palabra clave es el espíritu de Jesús, que vuelve al Padre o que es entregado al Padre o que se pone en manos del Padre. Es un relato que mantienen los evangelistas con toda su fuerza y realismo, evitando detalles descriptivos que pudieran sugerir compasión, pena u otros sentimientos que desvirtuarían el realismo histórico de la muerte de Jesús.
Esta séptima palabra de Jesús en la Cruz es la oración confiada de un hijo que ha sabido ser fiel en el cumplimiento de la voluntad de su padre hasta el último aliento.
Ahora bien, tal confianza y fidelidad de Jesús trae a la actualidad consigo una interrogante innegable sobre si estamos también nosotros siendo fieles a la misión que el Padre ha puesto en nuestras manos.
Me parece que no, porque un país en el que los miembros de los partidos políticos están más preocupados por hacer el trabajo de la justicia, que por sentarse en una mesa de diálogo serio y responsable, a buscar soluciones a la situación de nuestros valiosos jóvenes que día en día salen en grupo como inmigrantes ilegales, detrás de un supuesto sueño; donde pasan todo tipo de necesidad y calamidad, llevando tanta mortificación a sus familias; todo por falta de más oportunidades en su tierra natal ¡no creo que estemos bien!.
Y, peor aún, parece no se dan cuenta o se hacen los indiferentes, pero por cada dominicano que sale a esta travesía, entran al menos unos cinco extranjeros… ¡al ritmo que vamos, llegará el día en que los dominicanos seremos menos en nuestro propio suelo!
Pongamos todo nuestro esfuerzo en el bienestar de este hermoso país y su gente, cada uno desde su propia misión confiada por Dios; para que, al ver una nación que sigue creciendo tanto en valores humanos y religiosos, como en el ámbito socioeconómico, para las próximas generaciones, podamos decir también confiados:
¡Padre, en tus manos deposito mi servicio!