“Nunca celebro la Nochebuena porque no tengo cómo”
Gran sorpresa. Llegó de Elías Piña a la capital para buscar trabajo y descubrió que el niño tenía un tumor.
Nos recibió contenta. A Lisbeth le brillaba la mirada y a la primera pregunta respondió con una genuina emoción que entre la narración de sus recuerdos se fue apagando.
Decir: “nunca celebro la navidad porque no tengo cómo”, llevó en segundos al llanto de la joven de 23 años que intentó durante un largo rato parecer fuerte, mientras relató como las elaboradas cenas del 24 de diciembre pasaron a ser historia desde que se convirtió en madre soltera de un niño con condiciones especiales.
Sucede que hace seis años desde que llegó de la provincia de Elías Piñas a la capital, con su bebe de siete meses a rastro y con la entera intención de conseguir un trabajo, sin embargo, debido a la inexperiencia, Lisbeth Zabala contó que le resultó una absoluta sorpresa cuando la tía con la que había venido a quedarse solo hizo ver el gran tamaño de la cabeza de su niño para deducir que debía padecer alguna condición especial.
“Yo llegué aquí a trabajar, pero yo no sabía que el niño tenía un tumor hidrocefálico. Yo no conocía ese caso de los niños especiales ni nada, yo nunca había visto nada de eso”, explicó quien, junto a sus dos niños, una segunda de dos años, sobrevive de la caridad.
Un milagro
Se llama Heyler Junior Lorenzo, tiene cinco años de edad y un diagnóstico de un tumor cerebral en una condición avanzada que ha mantenido a su madre en vilo y la espera de un milagro divino que lo sane y le permita verlo crecer.
Heyler no habla, no camina, sus piernas son extremadamente delgadas, su cabeza no goza de un tamaño normal y su abdomen tampoco, debido a que el líquido acumulado entre los espacios intracerebrales ha drenado hacia allá sin posibilidades médicas de que una intervención pueda mejorar su calidad de vida.
No obstante, aunque no puede consumir alimentos enteros, de todos los licuados que su madre tiene las posibilidades de prepararle, su favorito es el trigo… quizás por ser el que les resulta más asequible.
“El trigo es lo que yo veo que a él más le gusta, a él le gustan las cosas saladas. Muchas veces lo único que hay es arroz y eso le preparo con un chin de canela o malagueta que busco donde la vecina o como sea”, dijo afirmando que son muchos los días en los que ha tenido que dejar de comer, pero prefiere alimentar sus retoños.
Sobreviviendo
El mantenimiento de sus dos niños y el estado diferente de uno de ellos, que requiere atención a tiempo completo y actualmente tiene una guía de citas mensuales con medicamentos de permanencia, no deja a Lisbeth Zabala con mucho tiempo para salir a trabajar, por más que tenga personas cercanas dispuestas a ayudar.
“Cuando salgo lo dejo con una vecina o una sierva de mi iglesia y de vez en cuando aparece una casa para yo limpiar y eso, yo me mantengo haciendo cosas para poder conseguir algo. He intentado conseguir trabajo, pero siempre dejo saber que tengo un niño especial y que tengo que salir al médico y eso y no me lo dan”, detalló manteniendo durante todo el tiempo sus ojos acuosos.
Los tres viven en un humilde y pequeño hogar hecho a base de zinc y tablas, con un baño comunitario compartido y los pocos trates, entre ellos una especial y vieja licuadora, permanecen bien acomodados. Todos fruto de la caridad.
A pesar de no estar en el mejor de los estado, el lugar paga una mensualidad de RD$2,000. de la cual la abuela del niño apoya con la mitad, pero los otros RD$1,000 se consiguen a través de malabares mensuales que muchas veces resultan en atrasos e inconvenientes con el casero, sobre todo porque cuando a manos de Lisbeth llega dinero la prioridad es comer.
“A mí no me importa si yo no como, he pasado muchísima hambre, pero sí consigo 1,000 pesos, lo primero es guardar 500 porque yo no sé cuándo vuelva a tener… Si tengo 500, compro 200 de trigo”, refirió agregando que la iglesia, los vecinos y los conocidos son quienes los mantienen, ya que siempre “aparece algo”, porque desde el momento en que se enteró del padecimiento de su primer niño y se acercó a Dios, Él nunca los ha dejado solos.
En evidencia de lo siente, en la puerta de su hogar te recibe un “Jesús es mi salvador” y en la pared que divide el pequeño rectángulo que es la casa en dos, el decorado son 12 versículos de guerra y fortaleza.
Hay fechas y sentencias que Lisbeth Zabala anota para tener presente. Foto: Jorge Martínez
Un camino de travesías
En el calendario de su vida está marcada y resaltada la fecha “6 de diciembre de 2017”, cuando recibió el resultado clínico que la arrojó al vacío y, que si de por sí su hijo ya había sido rechazado por quien se supone que es su padre, el aparente malestar se multiplicó cuando estableció que “ese niño no sirve” y, aunque su madre continúa presente, el definitivamente no forma parte de su crecimiento.
La naturalidad con la que la señorita Zabala habla de las veces en la que su dignidad fue mancillada podría hacer creer a cualquiera que los golpes no duelen, aunque bastaba con ver su expresión triste y ojos llorosos para tratar de ponerse en su lugar.
Llegó a Santo Domingo buscando un mejor futuro, vino a quedarse en casa de una tía, terminó en casa de la abuela de su primer niño por tres años y siendo echada por problemas con el papá del mismo.
Pasó a vivir en una iglesia, para luego hacerlo con una amiga y luego nueva vez en una iglesia en un templo cristiano hasta llegar al lugar donde reside hoy, todo eso con su bebe a cuestas, al que donde sea que deba ir lleva en un coche en mal estado o cargado.
“Lo que yo anhelo es tener un lugarcito mío”, manifestó Lisbeth, quien para este diciembre tambien desea tener una feliz Navidad.