Mano dura contra el crimen tranquiliza a la ciudadanía

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Guarionex RosaSanto Domingo, RD

El hastío de los ciudadanos con el bandidaje callejero, los asaltos y atracos a mano armada, que no siempre salen a la luz pública, pudieran estar inclinando la balanza en favor de que la Policía aplique mano muy dura para frenar la delincuencia, aunque sea a costa de violar los derechos humanos.

Lo que está ocurriendo en algunos barrios de la capital y Santiago, en los cuales jóvenes a muy temprana edad se están asociando en bandas de delincuentes, en alguna manera era algo esperado, por la falta de acción de la Policía, los sectores concernidos con la mejoría social y la indiferencia.

Parece que está pasando lo mismo con lo que ocurre en El Salvador, donde la popularidad del presidente Bukele, ahora de vacaciones en Costa Rica, ha subido en la medida que ha aplicado mano dura contra la delincuencia y las llamadas “maras”, que siembran el terror.

Después que Bukele dictó las medidas de excepción para controlar a las “maras”, más de 3,000 personas se han visto afectadas por las medidas que suspenden las garantías constitucionales y dan manos libres a policías y militares para detener y encarcelar a sospechosos.

Aquí en República Dominicana están hartos de la delincuencia callejera tanto los ciudadanos comunes, como el presidente Abinader, quien en el fondo tiene que sentir la preocupación de que una institución con historial tan represivo como la Policía, cruce la raya y caiga en la delincuencia.

Las opiniones favorables a que la Policía aplique mano dura contra los delincuentes desbordaron los medios y las redes sociales, fueron críticas con el doctor Mercedes, defensor de los derechos humanos, al que acusan de ser parcial con los delincuentes asesinados y olvidar a los policías atacados.

El desempeño del presidente Abinader, de cuya vocación democrática se tienen muchas pruebas, podría ser afectado ahora y en el futuro, en el caso de que las acciones policiales se desborden, como ocurrió durante los doce años de Balaguer, dejando manchas en el historial de sus gobiernos.

La política separa

La política separa a los partidos de las decisiones que pudiera tomar el régimen de Abinader, por lo que quizás creen que el gobernante actual debe resolver los problemas por sí solo como si fuera objeto de su creación, cuando la ebullición social y la delincuencia vienen desde lejos.

Esa quizás fue una de las razones por las que 10 antiguos jefes de la Policía rechazaron y se distanciaron de la denuncia que hizo hace días el comisionado de la reforma policial, José Vila del Castillo, quien señaló la prevalencia de corrupción desde los altos mandos hasta la base en la PN.

Consideraron los antiguos jefes que fue “una afrenta inaceptable y un atentado contra su honor y dignidad como ciudadanos y servidores públicos”, las declaraciones del comisionado al afirmar que la corrupción comenzaba en la dirección general (antes era jefatura) hasta el último raso.

Vila del Castillo calló tras la andanada de los ex jefes militares. Antes de que ese comisionado hablara, se tenía la impresión en sentido general de que los jefes, salvo excepciones muy contadas, se beneficiaban de un sistema que lo inició el general Belisario Peguero, nombrado en 1962.

Por la riqueza que se derivaba del cargo, el de jefe de la Policía ha sido una de las posiciones más ambicionadas, superior que el de ministro de las Fuerzas Armadas, ahora de Defensa o del director de Aduanas, cuyo “cheleo” diario tenía la vocación de llenar una caleta con dinero “tax free”, libre de auditoría civil.

Al estilo Haití

Las bandas que han surgido, como la llamada 30-30 tienen muy temprano, un tinte parecido a las que se han hecho dueñas de sectores populares haitianos en las principales ciudades y que mantienen en jaque al endeble gobierno del primer ministro Ariel Henry.

En Haití comenzaron igual que aquí, alimentadas por sectores poderosos que buscaban en las mismas protección y defensa contra adversarios. Así, acumularon armas y municiones contrabandeadas desde los Estados Unidos, República Dominicana y Jamaica, que dio un ejemplo con el caso Dudus.

Ahora se cree que solamente una intervención militar extranjera puede poner en su sitio a los bandidos armados que desafían a toda la población y que tienen en el ex primer ministro Claude Joseph, un indiscreto defensor que busca su crecimiento político atacando a la República Dominicana.

El problema de una intervención radica en que los países más concernidos y cercanos como Estados Unidos, Canadá y Brasil, en el continente americano, por diversas razones le están sacando el cuerpo al tema y pretenden que sea la RD la que cargue con el pesado fardo.

Los tres países tienen sus razones para evitar la intervención. Lo que hará el gobierno nuevo de Brasil que investirá a Luiz Inácio Lula da Silva el primero de enero es una incógnita, toda vez que sus asesores en política exterior no han dicho cómo encararía ese país la grave situación haitiana.

Se descarta que el presidente Abinader pueda viajar a Brasilia para la toma de posesión debido al momento especial de las festividades de Año Nuevo. Una delegación de alto nivel podría sondear el ánimo en que se encuentra la nueva administración carioca que recibirá una real papa caliente.

La reanudación de las relaciones entre Brasilia y Caracas no augura alguna buena idea ya que Venezuela ha tenido, en todas las circunstancias, una relación muy amigable con Haití, en tanto que las tiene tensas con los Estados Unidos, aunque ambos países disfrutan ahora de cierta distensión.

A la RD le convendría poner al nuevo régimen brasileño en condiciones de saber en detalles el sufrimiento dominicano por la presencia de una población obrera ilegal haitiana que rivaliza con la dominicana para la consecución de empleos y lo mucho que le cuesta a Salud Pública brindarle atenciones.

Es lo que ha debido hacerse con los países del CARICOM, demasiado cerca espiritualmente y por razones de vecindario del país del oeste, así como copartícipes de la diáspora afrocaribeña, de la cual tradicionalmente ha estado distante la parte dominicana, asida, como quiere su élite al hispanismo.