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Enfoque

España, ¿la madre que nos abandonó?

Myra M. MedinaSanto Domingo, RD

Esa isla en el Caribe fue donde Cristóbal Colón decidió levantar el primer asentamiento europeo a su llegada a las Américas, aunque no tenía conocimiento de dónde estaba, y que luego la bautizó con el nombre de La Española. Fue allí donde eventualmente España decidió fundar la primera ciudad, establecer la iglesia católica, universidad, cortes, catedral, hospital entre otras instituciones primigenias en el Nuevo Mundo. Es por eso que a su capital, Santo Domingo, se le llama Ciudad Primada de América.

Según España iba expandiendo sus territorios americanos, por razones de seguridad, control y organización, la Corona española tuvo que tomar decisiones que afectaron el flujo de barcos por el Caribe, otorgándole al puerto de la Habana, Cuba, la distinción de ser por donde las flotas pasarían en camino a Sevilla, dejando así abandonada a La Española (Le Riverend Brusone, 1945; Peña, 1980). Le Riverend Busone (1945) explica que por “la posición geográfica de Cuba que le concede el Golfo de México... [Cuba] entra a formar parte de un sistema mercantil…de creciente complejidad…” (p. 46). Este cambio afectó económicamente de manera desastrosa a La Española y muchos de sus habitantes comenzaron a despoblar la Isla y reubicarse en otras partes del continente. A esta situación se le agrega el constante asedio de los piratas, filibusteros y bucaneros franceses, ingleses y holandeses lo que obligó a tomar la decisión de reubicar a los moradores de la parte occidental de La Española, dejando a más de la mitad de la isla totalmente despoblada y abandonada. Francia saca ventaja de la situación y para el año 1665, toma posesión de la parte occidental e implanta una colonia de esclavos que va a repercutir en todos los aspectos del desarrollo de la isla hasta el día de hoy. De aquí en adelante, se producen varios sucesos bélicos consecutivos entre Francia y España, Francia y la nueva república de Haití, Francia y Santo Domingo, Haití y Santo Domingo, España y Santo Domingo hasta que Santo Domingo gana su independencia, no de España sino de Haití (Castillo, 2014), día patrio que los dominicanos celebran todos los años.

Retrospectivamente, la mayoría de las decisiones de la Corona no dieron beneficios y resultaron en el declive de La Española, tal vez de ahí el refrán que “el que mucho abarca poco aprieta.” Vale recalcar que la colonización española en la Isla (y en general de América) fue muy diferente, ya que España se preocupó en establecer leyes e instituciones de carácter civil y religioso, no solamente de llenar sus arcas como lo hicieron otras potencias europeas.

Aún y con todo este historial triste y devastador entre República Dominicana y España, a través de los siglos, siempre se mantuvo ese apego hacia lo español debido a las costumbres socio culturales establecidas, el idioma y los lazos familiares. Desde pequeña, en casa, se me inculcó amar lo español; tal vez porque en algún momento nuestros antepasados eran originarios de España. Había cierto nexo que nos identificaba con la “Madre Patria”. Además, durante esa época, las relaciones entre los dictadores Francisco Franco y Rafael Trujillo estaban en su apogeo, habiéndose reunido éstos unos años antes en una gran celebración en España debido al apoyo dado a España por la República Dominicana para su ingreso en la Organización de las Naciones Unidas. Con relación a esta celebración, de acuerdo a Eiroa y Ferrero (2016), “En el banquete oficial celebrado en el Palacio Real de Madrid, Trujillo ensalzó las raíces hispánicas de la República Dominicana e insistió en la vigencia de las tradiciones, la fidelidad a la historia y a la estirpe…” (p. 162) sin dejar de mencionar los vínculos entre las dos naciones como son la lengua, la religión y la cultura. Con el paso de los años, esa afección que he tenido hacia la Madre Patria siguió y sigue viva habiendo realizado cursos de posgrado en la Universidad de Salamanca, llevando a mis estudiantes a Sevilla en lo que se llama “Study Abroad” y visitando ese bello país cada vez que me es posible.

Hace unas semanas que regresé después de pasar un mes por España. He regresado con el corazón roto debido a lo que palpé como una sensación discriminatoria hacia lo dominicano. Una noche mi esposo y yo fuimos a cenar a un bello restaurante en un exclusivo barrio madrileño, y como llegamos más temprano de lo acostumbrado, el lugar estaba vacío. Nuestra presencia llamó la atención y ya sentados en nuestra mesa, el dueño se nos acercó y comenzó a conversar con nosotros. Cuando le dije que era originaria de la República Dominicana, quedó sorprendido y me dijo que no parecía dominicana porque era muy blanca. Continuó diciendo que los dominicanos son muy negritos, muy quemados y que él tenía a dominicanos ahí trabajando para él, o sea como una manera de comprobar su aserción. Me sentí muy mal. Una persona educada que me imagino este señor lo debe ser tiene que saber que los dominicanos vienen en todos tamaños y colores. Después de esto, su conversación era dirigida a mi esposo con quien parece haber encontrado más afinidad por ser cubano. Es posible que después de retirarse este señor procesara bien su conversación conmigo y, por lo tanto, no dejó de tener un trato sumamente especial y cordial con nosotros durante nuestra cena, lo cual agradecimos mucho.

Otra situación que sí me afectó es el asunto de las “bandas latinas” entre las cuales hay dos notorias pandillas compuestas por jóvenes dominicanos quienes están incursionando en actos delictivos en algunas partes del territorio español al mantenerse en pugna con otras pandillas. En una publicación en el diario El Confidencial (2022), el embajador dominicano, Juan Bolívar Díaz, radicado en Madrid muestra su preocupación sobre el tema. El artículo dice que “….la mayoría de los miembros y simpatizantes son españoles” (¶ 1); sin embargo, vale la pena mencionar que aunque estos chicos tengan la nacionalidad española porque han nacido en España son probablemente de padres dominicanos. No se pretende estereotipar, pero es muy factible que muchos de los padres, gente noble y trabajadora, de estos jóvenes son inmigrantes procedentes del estrato social menos privilegiado de la República Dominicana al que se le suma el color de su piel. En referencia al desajuste social vivido por los hijos de mujeres que fueron a trabajar a España hace varios años, el embajador Bolívar expresa, “Esos muchachos tropezaron en una escuela a principios de los 2000 donde quizá nunca habían visto a un negro o a un mulato” (¶ 5). El color de la piel no debe determinar el futuro, el trato o la suerte de una persona. Por lo tanto, mi efímera experiencia en un bello restaurante de un exclusivo barrio de Madrid tiene matices similares a lo que estos jóvenes deben percibir constantemente a su llegada en sus respectivas escuelas y barrios. Es de suponerse que estos jóvenes tienen muy poca educación, no tienen modelos a seguir, los padres pasan muy poco tiempo con ellos, se sienten excluidos de la sociedad y hay un vacío que la pandilla llena. Desafortunadamente, se convierten en presas fáciles de atrapar. Debo dar crédito a algunos medios televisivos españoles que cuando reportan las noticias se limitan a llamarlos “bandas latinas”, usando un término genérico. Llamarlos por el nombre oficial de la pandilla es una manera de validarlos – algo que se debe evitar a todo costo, ya que muchos buscan la notoriedad.

La pregunta es, ¿qué están haciendo las autoridades para ponerle un frente a este desfase social? Estos muchachos ya forman parte del sistema y necesitan ayuda para poderlos encaminar. Cuando un país les abre sus puertas a inmigrantes, debe tener los mecanismos necesarios para poder asimilarlos en todo el sentido de la palabra. A los que tengan que cumplir condena por sus actos criminales, que la cumplan, pero salven a los demás. Esto sería un bien para la sociedad en general.

España no debe volver a caer en el pasado histórico, ignorando o tomando decisiones que incrementan el problema, especialmente considerando que este problema no está a miles de millas de casa como en los siglos pasados.

Ahora está en casa.

De las autoridades competentes se necesitan iniciativas, resoluciones y seguimiento para mitigar o ponerle fin a hechos que afectan el bienestar social. No los abandonen.