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Enfoque

Haití: Un símil entre Ruanda y Srebrenica

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Carlos R. Altuna TezanosSanto Domingo, RD

El pasado mes de septiembre, el presidente Luis Abinader Corona, compareció ante el Comité del Consejo Permanente de la OEA, escenario que aprovechó para resaltar como el país había sorteado los efectos de la pandemia y alcanzó un crecimiento de un 12 %, que colocó nuestra economía entre las diez con mejor desempeño del mundo, entre otros logros.

Ocasión que aprovechó para referirse de manera directa y responsable a los serios desafíos que encara nuestro país y toda la región al recrudecerse la crisis haitiana, señalando: “La República Dominicana enfrenta a nivel interno una situación singular, única en todo el hemisferio. Nos referimos al impacto que, sobre nuestra economía, nuestra seguridad, y nuestra estabilidad social genera la prolongada crisis en la República de Haití”.

Advirtiendo enfáticamente que “Para República Dominicana, es una cuestión de seguridad nacional. Quiero repetirlo para que se grabe en la memoria de esta solemne sesión en el Salón de las Américas, la crisis que desborda las fronteras de Haití es una amenaza para la seguridad nacional de la República Dominicana. …Nuestro gobierno está haciendo y hará todo cuanto esté a su alcance para garantizar la paz y la seguridad de nuestros ciudadanos y todas las personas bajo nuestra jurisdicción”.

Con este preámbulo, quisiera iniciar este análisis, aunque guardando la distancia, haciendo una comparación con los acontecimientos que llevaron a genocidios tanto en Ruanda (1994) y Yugoslavia-Srebrenica (1995), frente a la indetenible desestructuración de Haití como Estado y su explosiva situación social, política y económica, que podría desembocar en una hecatombe parecida a las citadas, con sus nefastas consecuencias para el país y el hemisferio americano.

Caso Ruanda

Fue un intento de exterminio de la población Tutsi por parte del gobierno Hutus de ese país africano, tras el magnicidio de los presidentes ruandés Juvéval Habyarimana y el burundés Cyprien Ntaryamira, ambos del grupo étnico Hutus, quienes murieron tras ser derribado el avión en que viajaban. Este doble magnicidio fue el detonante de una matanza sin precedente en la historia de la humanidad.

Desde el 6 de abril al 15 de julio de 1994, en apenas tres meses y una semana fueron masacradas un millón de personas, de las cuales el 70 % eran de ascendencia Tutsis. Este genocidio se caracterizó por un brutal ensañamiento en la cual la totalidad de los asesinatos fueron ejecutados a machetazos y garrotazos, simultáneamente con una desenfrenada violencia sexual, donde se estima que unas 500 mil mujeres, niñas y adolescentes fueron violadas y mutiladas.

Masacre de Srebrenica

La disolución de la antigua República Federal Socialista de Yugoslavia tras el fallecimiento de Josip Broz Tito (1980), inició un proceso de desintegración empujado por una aguda crisis económica, política y social que atravesaba esta nación, donde convivían grupos raciales durante el régimen de fuerza, considerado el Estado etnolingüístico más grande de Europa –un territorio multinacional y multiétnico– que tras una cruenta guerra interna surgieron seis nuevas naciones.

Obviamente, una recomposición a conveniencia de los intereses geopolíticos de la Unión Europea y fuerzas hegemónicas foráneas, conformadas de acuerdo con su identificación étnica, religiosa y territorial. Aunque sus habitantes sentían ser yugoslavos, sus sentimientos nacionalistas parecían dormidos, pero latentes, hasta que surgieron las tensiones y diferencias sociopolíticas que desembocaron en una cruenta guerra en la península balcánica, donde cada grupo defendía la zona en las cuales eran predominantes y expulsaban a las minoritarias étnicas.

A pesar de la ONU declarar la región de Srebrenica como “zona segura”, aconteció un exterminio de personas de la etnia bosnio-musulmana entre los días 10 al 14 de Julio 1995, donde fueron ejecutadas unas 8 mil personas por un grupo paramilitar serbio, con el objetivo de eliminar selectivamente una parte de esa población, escogiendo a hombres, niños, adolescentes y ancianos. Este genocidio es el mayor exterminio humano en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

En ambos casos, observamos varias particularidades comunes con la situación de Haití, entre estas: conflictos internos, problemas étnicos y desintegración del Estado. Pero llama la atención en todos los casos, la dilatación de la ONU en decidir la intervención, lo cual resulta extraño. Tal como acontece con Haití y en los ejemplos mencionados, se perdió tiempo valioso buscando interpretar ciertos “tecnicismos” para definir algunos aspectos o conceptos, como la palabra “genocidio”, y recientemente con la declaratoria del Covid-19 como “pandemia” mundial.

Frente a estos hechos, advertimos como este organismo recientemente admitió que Haití está atrapada en una grave crisis social, política y económica, sujeta al dominio y control de grupos armados, que aunado a un repentino rebrote del cólera y agudización de la hambruna que afecta unos 4.5 millones de haitianos, que nadie duda, es una amenaza latente para la región.

Tanto Estados Unidos de Norteamérica, como importantes organismos multilaterales han reconocido la “gravedad y peligro” que representa Haití, y que amerita una rápida intervención militar y acompañamiento económico, con la finalidad de pacificar, desarmar y estabilizar este desdichado país. Pero al parecer están enfrascados en un tecnicismo sobre “quién o qué país va a liderar” la fuerza militar interventora mientras transcurre el tiempo, vital para impedir otro desastre como el de Ruanda y Yugoslavia.

Pareciera que la crisis haitiana no es una prioridad para la ONU y su Consejo de Seguridad al decidir postergar el tema para otra ocasión. Sorpresivamente, el pasado viernes 21 de octubre, el pleno de ese organismo aprobó unánimemente la resolución 2653, que exige el “fin de la violencia y la actividad criminal en Haití e impone sanciones a los grupos pandilleros”, tales como: prohibición de viajes, congelación de activos y embargo de armas.

Resolución que nos resulta ilusa, timorata e irrisoria, ante la peligrosa crisis que enfrenta ese país, donde impera una anarquía subordinada a la voluntad, dominio y control de los grupos armados. A pesar de tener una petición interpuesta del Consejo de Ministros de Haití, reclamándole urgentemente una “fuerza militar internacional” para enfrentar la violencia y mitigar la crisis humanitaria que acorralan esta nación. Aunque la embajadora norteamericana ante la ONU, Linda Thomas-Greenfields, aseguró que se prepara una segunda resolución, que esperemos sea la declaratoria de intervenir militarmente Haití.

Desconocemos cuáles son los motivos de tales desidias frente a la calamitosa tragedia que asfixia al pueblo haitiano, que nos obliga a pensar con gran preocupación sobre diversas hipótesis –internas o foráneas– que el tiempo se ha encargado de poner sobre la mesa de las presunciones.

¿Realmente a la Comunidad Internacional les importa Haití? ¿Podrán los haitianos solucionar sus problemas?

Son muchas las interrogantes, y no quiero especular en la peor, como avizoramos ante un eventual estallido social y un éxodo masivo, producto de la indolencia de la ONU y la Comunidad Internacional. ¿Qué la República Dominicana se vea obligada asumir el problema haitiano? Aunque todos sabemos, que lo primero que debe hacerse por Haití para lograr su pacificación, desarme y estabilización, es una rápida intervención militar amparada por el apoyo económico internacional para mitigar el otro peligro que afronta esta nación, su grave “crisis humanitaria” y el riesgo de una hecatombe sanitaria y de hambruna.

Ante este escenario, estamos conscientes y reconocemos de las buenas intenciones del presidente con respecto a su política exterior con Haití. Una muestra, es la construcción del vallado fronterizo, el establecimiento del Comando Aéreo Sur y la adquisición de equipos militares, con el fin de fortalecer las capacidades operativas de las FF.AA en sus labores de defensa y seguridad, la preservación e integridad territorial, la estabilidad y la paz del pueblo dominicano, y su categórica afirmación de Dajabón: “La República Dominicana no aceptará refugiados de Haití si la crisis del vecino país llegase a requerirlo, de ninguna manera aceptaría asentamientos de refugiados en la República Dominicana”. No hay solución dominicana a la crisis de Haití.

El autor es miembro fundador del Círculo Delta Para comunicarse: fuerzadelta@gmail.com