Haití

10 verdades incómodas sobre Haití

A la memoria del profesor Juan Bosch, quien admiró y respetó al pueblo haitiano.

Gedeón SantosSanto Domingo, RD

Desde que nacimos como naciones, las relaciones entre Haití y República Dominicana han estado marcadas por la desconfianza, los estereotipos y los prejuicios en ambos lados de la isla. Pero la explotación de la mano de obra haitiana para nuestra agricultura y la construcción, generó la necesidad de justificar esa explotación, promoviendo un relato que presentaba a Haití como “el mayor peligro para el país”, y a los haitianos como seres inferiores. Ese discurso que se expandió bajo la dictadura de Trujillo prevalece hoy en día a pesar de que no tiene base histórica, ni está sustentado en datos verificables. Con el ánimo de ayudar a aclarar las informaciones falsas y las conclusiones incorrectas, es que presentamos estas 10 verdades, que nos permitirán ver con mayor racionalidad, la realidad de dos naciones obligadas a compartir una isla y un destino.

Verdad No.1

No somos simples vecinos como Cuba o Puerto Rico, somos una extraña forma de siameses, con diferente genética y cultura, que compartimos algunos órganos vitales comunes, lo que hace imposible que podamos separarnos. Lo anterior agravado por el hecho de que estamos pegados por la espalda, lo que dificulta que nos veamos de frente y nos aceptemos el uno al otro sin prejuicios. Vernos diferente, es una ilusión falsa y evasiva que impide llegar a soluciones pragmáticas y objetivas, acerca de una realidad irreversible, impuesta por la geografía y la historia.

Verdad No.2

Haití, por ahora, no es nuestro mayor problema, ni representa un peligro inminente para nuestra soberanía ni para nuestra seguridad nacional. La idea de que las continuas crisis de Haití representan el mayor problema para nuestro país es alarmista y falsa, pues justo en los años de mayor deterioro de Haití (de 1990 hasta 2022) es que nuestro país ha logrado los mayores niveles de crecimiento y desarrollo. Asimismo, si comparamos los escasos recursos con que cuenta nuestro siamés y el “poder” real de nuestro país, veremos que frente a Haití somos una especie de “potencia” económica y militar: un PIB de 109 mil millones de dólares, frente a sólo 21 mil millones de Haití; y una fuerza militar y policial de 64 mil efectivos y 38 mil policías, frente a sólo 16 mil policías y 1200 militares en Haití. Entonces, mientras se mantenga esa amplia asimetría, Haití será una amenaza latente, no un peligro inminente para nuestra seguridad nacional. Verdad No.3

En el país no hay una “invasión” de 2 millones de haitianos. La Segunda Encuesta Nacional de Inmigrantes arrojó que, en 2017 había 570,933 inmigrantes en República Dominicana. De esa cantidad 497,825 nacieron en Haití (87.2%), los restantes 73,107 migrantes proceden de otros países. Además, hay 253,325 nacidos en República Dominicana cuyos padres son de origen haitiano. Sumando ambas cifras la cantidad total de haitianos ya sean por migración o por descendencia suman 751,150. Es bueno explicar que en la metodología usada se entrevistaron a un total de 223,528 personas. Esa cantidad excede por mucho las 1200 muestras de una encuesta ordinaria, lo que la convierte prácticamente en un censo haciéndola confiable y segura. Entonces, fuera de estos datos científicos confiables, cualquier cifra basada en el instinto o en una apreciación visual, carecería de certeza y credibilidad y no contribuiría en nada a la comprensión real del problema.

Verdad No.4

Los beneficios de la inmigración haitiana exceden con mucho los gastos en ellos. Los análisis económicos de la migración demuestran que el país receptor de migrantes es el ganador de la migración, pues gana el consumidor al comprar productos más baratos, gana el empresario al pagar salarios más bajos, y gana el Estado al recibir impuestos indirectos a través del consumo de los migrantes. Aunque también, puede que con la inmigración aumente el desempleo de los locales, se depriman los salarios y se pierdan incentivos para la introducción de tecnologías. Pero si el migrante sólo ocupa los trabajos que desprecia el trabajador nativo, sería un aporte y no una competencia perjudicial.

Verdad No.5

En el país no hay racismo estructural contra los haitianos, aunque si diferentes formas de discriminación social por razones económicas. Desde la primera etapa de formación de nuestra nacionalidad, la esclavitud relativamente “suave” que adoptó nuestra oligarquía patriarcal, hizo que esclavos y esclavistas, negros y blancos se mezclaran formando una de las sociedades “mulatas” más grandes de la región. Ese hecho histórico selló en nuestra conciencia colectiva la tolerancia racial. Aunque la necesidad de justificar la explotación de la mano de obra haitiana sembró prejuicios sociales que se han convertido en discriminación social especialmente contra los haitianos pobres. Entonces, aceptar que somos racistas es falso y negar que hay discriminación también. Verdad No.6

El tema haitiano no genera votos, ni da liderazgo, ni gana elecciones. Las estadísticas electorales y las encuestas demuestran, que los partidos que han usado el tema haitiano como bandera, no han crecido y han quedado muy a la zaga en los procesos electorales. Y aunque el tema aparezca en las encuestas como preocupación ciudadana, por lo general esa preocupación no se traduce en votos ni en liderazgo. De hecho, ni los dos grandes partidos de nuestra historia reciente (el PRD y el PLD), ni sus líderes históricos, se prestaron a usar el tema haitiano como arma política, a sabiendas, de que ese tema divide el país, hiere al pueblo y al gobierno haitiano, daña nuestra reputación en el exterior, estimula sentimientos negativos en nuestros conciudadanos y nos hace ver como insensibles ante la desgracia del pueblo haitiano.

Verdad No.7

Contratar mano de obra inmigrante haitiana y luego negarle sus derechos laborales es inhumano, contraproducente e ilegal. En primer lugar, viola la dignidad humana consagrada en los tratados internacionales y en nuestra Constitución, estimula el abuso y la explotación, nos degrada como sociedad civilizada, se perpetúa la pobreza entre los migrantes, y se generan guetos de miseria llenos de resentimientos que pueden terminar en violencia. Además, le da credibilidad a la idea de que en el país hay xenofobia y discriminación, nos expone a sanciones internacionales y nos quita legitimidad en la defensa de los derechos de nuestros propios migrantes en el exterior.

Verdad No.8 La “comunidad internacional” no cree en la viabilidad de Haití, actúa de manera insensible y evade encarar el problema con seriedad y determinación. Esa “comunidad internacional” que reacciona de inmediato ante cualquier crisis de países como Venezuela o Ucrania, no reacciona frente a problemas exponencialmente más graves en Haití; y cuando finalmente reacciona, no cumple las promesas y la poca ayuda se diluye entre la burocracia internacional y la corrupción interna, condenando a nuestro vecino al estancamiento eterno y a una crisis humanitaria que parece no importarle ni al hemisferio ni al mundo.

Verdad No.9

El discurso de dejarle los problemas de Haití a una “comunidad internacional” que no le interesa el tema haitiano, es evasivo y no soluciona nada. Ese discurso fuera efectivo si no estuviéramos pegados por la espalda y no compartiéramos órganos vitales comunes. Por lo que estamos obligados a ver a Haití con actitud optimista, pragmática y proactiva, con la conciencia estratégica de que son la pobreza haitiana con sus secuelas y la falta de un Estado funcional, lo que representa el real problema estratégico para nuestro país. Entonces, apostar por el desarrollo y la estabilidad de Haití es el único camino viable y sensato que tenemos, ya que un Haití próspero y estable convertiría un problema latente en una gran oportunidad. Verdad No.10

La imposición por parte de la “comunidad internacional” de un modelo político y de sociedad que no se corresponde con su realidad histórica ni con su idiosincrasia, impide el desarrollo de Haití. Intentar imponer una “democracia” al estilo occidental en un país con estructuras capitalistas mínimas, con una economía de subsistencia, con un Estado infuncional y con más de la mitad de su población bajo la línea de pobreza y sin instrucción escolar, no sólo es un absurdo histórico que estimula el caos y el desorden, sino también una retranca que impide crear las reales instituciones económicas y políticas que liberen el potencial de un país, que al igual que el nuestro, es rico en recursos naturales, potencial turístico, abundantes recursos humanos, una importante diáspora, una importante aunque dispersa clase intelectual y profesional y una ubicación geográfica privilegiada. Sólo falta el concierto de fuerzas progresistas internas y externas para que se libere su potencial de desarrollo, y la República Dominicana tiene que ser parte esencial de ese concierto por el bien de Haití y de nosotros mismos.