Torear sin banderillas

Rescate de una tradición nacional: Esta investigación fue publicada por el autor en la página 6 el suplemento “El Domingo” del periódico Listín Diario el 27 de enero de 2002

Toreo muy peculiar.

Toreo muy peculiar.

El “toreo” vino de España. Se implantó en América como forma de mantener la identidad cultural ibérica. Y también, como escape emocional.

Santo Domingo de Guzmán no fue la excepción. Los españoles comenzaron a ‘‘torear’’ en algunas plazas improvisadas de la villa ante el asombro generalizado. Los nativos miraban sin entender aquellos desafíos, y se enardecían cuando la sangre del toro manchaba la arena. Como buen isleño de lo que luego se denominaría Caribe, el nativo prefería el combate cuerpo a cuerpo con un enemigo humano. No estaba dispuesto a enfrentar una bestia. Mirar los toros desde la barrera invitaba a “votar el golpe”.

Algunos nativos aprendieron la técnica española, pero sin intensiones expresas de aplicarla. Con el paso del tiempo, en el país se enraizaron esas corridas y llegaron a constituir una verdadera opción de entretenimiento. Existen escasas referencias de tales experiencias. Incluso, los historiadores no citan a toreros dominicanos de esas etapas.

Tampoco hay datos que demuestren que aquí el hombre enfrentó los cuernos con una espada en sus manos. Incluso, cuando los españoles abandonaron la isla, la corrida de toros sufriría una importante transformación: su fin último -similar a Portugal- no era la muerte de la bestia, sino lograr su cansancio. Este acto implicaba un estilo más defensivo a través del cual, la vida del torero no corría tanto riesgo. En ese sentido, se formaron buenos profesionales, cuya habilidad consistía en sortear las embestidas con la famosa capa roja, hasta que el animal se cansaba.

Algunas de estas ideas fueron discutidas por separado, hace ya varios años, con los escritores Marcio Veloz Maggiolo y Manuel Mora Serrano, pero ninguno de ellos se aventuró a hacer una afirmación categórica. Lamentablemente, el historiador no ha recogido los pocos datos dispersos que, sobre esa tradición, existen en las crónicas de entonces.

Mora Serrano advirtió funciones habituales en una supuesta plaza que debió existir en el siglo XIX en el mismo lugar donde hoy se encuentra el parque ‘‘Hostos’’ y que debió llamarse Plaza Colombina.

El sitio, aunque era el más conocido, no era el único. El propio Mora Serrano abrió la posibilidad de otros puntos de la ciudad, como el parque “Colón” frente a la Catedral.

En su libro “Ayer o el Santo Domingo de hace 50 años” (Pol Hermanos Editores, 1944), Luis Emilio Gómez Alfau recoge una valiosa crónica epocal de comienzos de siglo: “Para mejor éxito y organización de las corridas, eran nombradas madrinas y un jurado que discernía premios a los lidiadores, gente del pueblo que se atrevía a desafiar al toro.”

“Las damas lucían en la corrida la clásica mantilla o el vistoso mantón de Manila a la usanza de España. De los hatos de La Pringamosa, en la provincia de El Seibo, donde era fama la cria del ganado más bravo, llegaban los toros. Algunas veces los acompañaba una cuadrilla de rústicos toreros que, provistos de pedazos de tela roja, lidiaban el ganado. La mejor corrida de toros que recordamos tuvo lugar en la plaza Colón, años antes de levantarse allí la estatua de su nombre, durante la administración de Cesáreo Guillermo, a finales del siglo XIX. Muchas veces, cuando el toro salía flojo, se lanzaban al centro de la barrera algunos aficionados, dando la nota cómica, entre los chiflidos de la plebe y los aires marciales de la música. Otras veces se ataba al rabo del animal un mazo de cohetes que al detonar le producían espanto y quemaduras, haciéndole dar desesperadas carreras. También se elegía un novillo de poca fuerza, se le embotaban los cuernos y se ataba fuertemente de ellos un saquito conteniendo algunas monedas para que los más atrevidos se disputaran el cogerlo”. (P. 100-101).

Entrado el siglo XX, y cuando residentes españoles fueron estableciéndose en el interior de la isla, y se dedicaron a negocios mucho más rentables como el comercio, el fervor por aquellas tardes de corridas en Santo Domingo desapareció. Dicho en otras palabras: a Trujillo no le gustaban los toros.

Ya a mediados del siglo XX se harían corridas, pero de forma esporádica y como acto de notoriedad más que de tradición. Santo Domingo no sería una plaza de toros, pero sí otro ejemplo de corridas eventuales y exposiciones y desfiles de uniformes de toreros enriquecidos por la tradición del criollo. Desde su fundación, el ruedo de la Feria Ganadera, dedicado a las competencias equinas, sería sede de estos ocasionales espectáculos.

El Seibo El periodista Florentino Durán, en su reportaje “Así se dice olé en El Seibo’’ (Listín Diario, 2/5/01), atribuye el arraigamiento de las corridas de toros a una tradición que ‘‘guarda relación con las celebradas en las inmediaciones del convento de Los Dominicos en épocas de la colonia’’.

En otro orden, el historiador de El Seibo, Víctor Bienvenido Beras Medina, precisó a este redactor hace dos décadas: ‘‘En la ciudad de La Santa Cruz de El Seibo, las corridas de toros datan desde su tercera fundación, después de que el terremoto de 1751 destruyó la villa anterior’’.

Beras Medina tenía entonces ochenta y tres años. Conservaba una fuerte complexión física y sus pequeños ojos negros no dejaban de brillar con insistencia: ‘‘La colonia de españoles en El Seibo organizaba las corridas de toros. Ellos tenían y cuidaban sus crías. Pero poco a poco se marcharon, y algunos hacendados continuaron la tradición. Ellos suministraban gratuitamente los toros a lidiar. Desde hace unos 40 años ya no se crían toros por aquí. Es el Central Romana quien cede ahora sus toros para las corridas seibanas’’.

El espectáculo La tradición seibana apunta a la celebración de las corridas de toros como principal atracción de las fiestas patronales del mes de mayo. Durante los diez primeros días de ese mes se preparan seis jornadas de corridas de toros entre las cuatro y las seis de la tarde, como preámbulo de las festividades nocturnas. El periodista Florentino Durán, en su mencionado reportaje, apunta que estas corridas ‘‘atraen a miles de personas y turistas nacionales y extranjeros que se sienten motivados por el toreo. Las corridas se desarrollan en el sector de Las Quinientas, donde el público de cualquier edad busca su espacio para disfrutar ocurrencias, pases de toreros y malos ratos de intrusos que entran al redondel de madera de unos setecientos metros, montado por los patrocinadores previa solicitud del comité organizador’’.

La gerencia Magaly Tabar de Goico estuvo muchos años al frente de la Hermandad de los Fervorosos de la Santísima Cruz de El Seibo, entidad subordinada a la Iglesia Católica, que organizaba cada año las fiestas patronales. Me comentó una vez: ‘‘Las corridas de toros seibanas no tienen carácter gerencial. Son actividades tradicionales, al aire libre, ofrecidas a la comunidad para su sano esparcimiento. No se cobra la entrada al público, y no se incurre en gastos, ya que las mismas son patrocinadas por empresas y entidades bancarias. Lo único que se retribuye es el trabajo de los toreros. Ellos cobran, por cada función, entre ochocientos y mil quinientos pesos, según su grado de antigüedad y maestría’’.

La señora Tabar, uno de los pilares de la sociedad seibana, incorporó iniciativas para mejorar cada año estos eventos. Para el 2002, fecha en que se conmemoraron los quinientos años de la Fundación de El Seibo, ansiaba traer toreros internacionales. Su gran sueño fue construir en El Seibo una Plaza de Toros.

Toreros seibanos Beras Medina aseguró que: ‘‘Los primeros toreros seibanos fueron campesinos como Goyito Mercedes y Manuel Valencio, entre otros. Nativos de la ciudad se encuentran Temístocles Zorrilla, los hermanos José (Chito) y Diógenes Arístides Mejía (Felito), ambos vivos, ya retirados, pero con un gran historial y con participación en corridas de toros en Santo Domingo (Feria Ganadera) y Santiago de los Caballeros”.

“Entre los toreros activos hasta el 2002 se encontraban Darío Guzmán, Marino Montilla, Rafael Aybar y Chito Figueroa. Desde el año 1971, aparecen toreando Manuel de Jesús Doroteo (Santos), quien fue la figura principal del toreo seibano, acompañado por los jóvenes Freddy Mejía, Nely Cisco Pourié, Julio César Hernández, Joan Ar redondo y ‘ ‘Cacat ica’ ’ Constanzo”.

“Es bueno recordar que los españoles Raúl Zermeño y Antonio Plaza, participaron en una corrida de toros seibana, donde mataron sendos animales al estilo español’’.

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