La educación: Exclusiva o inclusiva
Recuerdo en el 1998 discutiendo con papi cuando esos domingos en la tarde me veía preparando 4 versiones del mismo examen para que mis estudiantes “no se copiaran”. Yo entendía que esa labor valía la pena porque ellos me percibían como joven e inexperta (y de hecho lo era). Papi, catedrático veterano, apreciaba el sublime absurdo de mi esfuerzo, aunque no lo articulaba así.
Con el tiempo, el crecimiento profesional y varias pruebas de la vida, entendí la idea que papi defendía: Mi meta no es afanar para que mis estudiantes fallen, sino para que triunfen. Es más, si yo como docente invierto tiempo y energías en ayudar a quienes necesitan el reforzamiento, o en promover un mejor clima en el aula, entonces contribuyo con el auténtico rol de la educación superior. Entendí que en lo que debía dedicar mi tiempo era en las clases, no en el examen.
De hecho, papi fue estudiante de primera generación. Primera generación en su familia en obtener una carrera universitaria. Para nosotros sus hijos nunca fue un secreto las carencias con las que creció. Además de su resiliencia y ahínco, su educación jugó un papel fundamental en los frutos que cosechó como adulto, y también en la calidad de vida de la que disfrutamos sus hijos. Su educación fue un real vehículo de movilidad social.
Pero para que casos como el de papi no sean excepcionales, los jóvenes de estratos socioeconómicos más bajos deben recibir el apoyo necesario para recibir una educación integral. También implica que nuestros estudiantes con diferencias físicas, y cognoscitivas deben tener acceso al soporte psicopedagógico necesario.
Si no es así, entonces toca cuestionar nuestro trabajo como académicos. El momento de selección de carrera ya es muy tarde para implementar estos programas. Es en edades tempranas donde hay que poner en marcha los planes y currículos pertinentes y de soporte para trabajar con estas diferencias. Los estudiantes pueden adquirir las competencias imprescindibles si reciben el apoyo personalizado necesario. La educación debe repensarse desde un marco teórico inclusivo, tomando en consideración cuál es su objetivo, a quiénes beneficia y cuáles sistemas de inequidad está perpetuando.
Yamaya Sosa Machado es directora del departamento de postgrado de la Universidad Estatal de Minnesota y docente universitaria.