La peligrosa combinación de inflación y desempleo
La inflación y el desempleo son dos grandes dolores de cabeza que tenemos los economistas en el manejo de un país o una región. La combinación de alta inflación y bajo crecimiento económico se conoce como estanflación, y por suerte, en muy raras ocasiones ocurre.
A veces la economía está en auge, se crean muchos empleos y aumentan los salarios, pero ese dinamismo produce tan alta demanda de materias primas y trabajadores que se generan incrementos en los costos, y en consecuencia las empresas aumentan los precios. En esos casos, tenemos bajo desempleo pero alta inflación.
En otras ocasiones la economía está rezagada, las empresas empiezan a despedir trabajadores y comprar menos materia prima, y para no perder clientes bajan o mantienen estables los precios. En estas circunstancias hay generalmente baja inflación y alto desempleo.
Desde inicios de los noventa, las principales economías del mundo mantuvieron casi siempre bajo desempleo y baja inflación, en lo que James Stock y Mark Watson denominaron “la era de la gran moderación”. Durante este período los economistas pensábamos que “lo sabíamos todo” y que podíamos poner la economía en “piloto automático”.
Pero como dice la frase célebre, justo cuando pensabamos que teníamos todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas.
En la actualidad, la mayoría de los países experimentan una alta inflación antes de que sus economías se hayan recuperado plenamente del COVID19. En Estados Unidos la inflación anual de mayo 2022 llegó a 8.6%, y en el primer trimestre de 2022 la economía se contrajo un 1.6%. En igual período de tiempo, Europa ha tenido aumento de precios de 8.1%, y el crecimiento del primer trimestre fue de apenas 0.6%.
A nivel general, el Fondo Monetario Internacional redujo las proyecciones de crecimiento mundial de 4.4% a 3.6%, y aumentó las perspectivas de inflación hasta 5.7% en economías avanzadas. Y claro, la incertidumbre geopolítica por el conflicto Rusia-Ucrania solo agrava la situación, ahora agravada con el ingreso de Finlandia y Suecia a la OTAN.
Para controlar la inflación los países pueden aumentar las tasas de interés o reducir el gasto público, pero con cualquiera de estas medidas se corre el riesgo de lacerar una economía todavía debilitada por la pandemia. Otra opción es retrasar la reacción, mantener el impulso monetario y fiscal esperando que la economía se recupere en el resto del año, pero asumiendo un alto riesgo de que los precios sigan subiendo, aumenten las expectativas de inflación y se genere un espiral inflacionario.
De llegarse a esta última situación, tendríamos eventualmente que resucitar la receta de Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos durante 1979-1987, quien aplicó un fuerte aumento de tasas de interés para reducir rápidamente la inflación, y luego, en un ambiente de mayor estabilidad, apostó al crecimiento económico en el mediano plazo.
A inicios de la década de 1980 la política de Volcker funcionó, aunque tuvo un alto costo inicial, tanto para Estados Unidos como para otros países. La crisis de deuda en América Latina es un ejemplo de ello.
Otra opción es ser más creativos, atrevernos a experimentar con políticas de oferta agregada, aunque admitiendo que éstas son más lentas, menos conocidas y más controversiales. Por ejemplo: ¿Debería Estados Unidos relajar las medidas migratorias para aumentar la cantidad de trabajadores y moderar los costos de nómina? ¿Debería Europa postergar el cierre de plantas de energía nuclear y aumentar la producción de las plantas actuales? ¿Debería China eliminar el confinamiento estricto ante brotes de COVID19, reduciendo así el problema en sus puertos?
Como se puede apreciar, las posibles medidas para el manejo de la disyuntiva inflación-desempleo son diversas, unas más conocidas que otras, todas con riesgos económicos, sociales y políticos. Hasta el momento, varios países han optado por el aumento de intereses como la medida para controlar la inflación. Sin embargo, los economistas vamos a necesitar mayor humildad en los próximos años, y más apertura a desaprender y a experimentar.
Y es que las decisiones económicas son hoy más díficiles que hace cuarenta o cincuenta años porque las economías son más complejas, están más interconectadas y la ciudadanía tiene mayores expectativas de bienestar y más formas de expresar su descontento.