La República

Pedro Henríquez Ureña, un profeta de las letras en América

La República Dominicana ha sido la cuna de grandes hombres cultos e intelectuales que por circunstancias políticas desarrollaron sus pensamientos poéticos y críticos en otros países, como es el caso del insigne educador dominicano y hombre de letras, Pedro Henríquez Ureña.

Un escritor y humanista que nació en Santo Domingo, el 29 de junio de 1884, de quien hoy conmemoramos 138 años de su natalicio.

Hijo de Salomé Ureña de Henríquez, una de las figuras más destacadas de la cultura dominicana, y Francisco Henríquez y Carvajal, presidente interino del país en 1916.

Precocidad intelectual

En el libro “Dominicanidad de Pedro Henríquez Ureña”, el historiador Emilio Rodríguez relata que desde sus primeros años, fue inducido al estudio y a la superación por sus progenitores. Inició su vida literaria a los catorce años, con la publicación de una colección de poemas titulada “Aquí abajo”.

Peregrinación

Henríquez Ureña fue un peregrino que dejó una huella imborrable en todas las ciudades en las que hizo vida. En su mente no existían las fronteras, fue un hombre que aportó valores a generaciones en América.

La historia narra que en 1901 viajó a Nueva York a cursar sus estudios superiores. De aquella ciudad pasó a Cuba, donde en 1905 apareció su primer libro, “Ensayos críticos”, para luego ir a México, donde permaneció entre 1906 y 1913.

En ese recorrido de formación, en el que publicó grandes obras en el exterior, regresó a Cuba en 1914 y luego emprendió su viaje a las ciudades de Washington y Nueva York en las que residió entre 1915 y 1916, época en la que visitó España en dos oportunidades.

De Estados Unidos salió hacia México y luego en 1924 hasta 1946 vivió en Argentina, mientras vivía allí regresó a Santo Domingo entre 1931-1933, ante la solicitud del dictador Rafael Leónidas Trujillo para hacerse cargo de la dirección de Educación, labor que decidió interrumpir.

“Un estimulador de culturas”

Un artículo publicado en Listín Diario del 12 de mayo de 1981, registra que en aquel año el presidente de la República, Antonio Guzmán, dijo que Pedro Henríquez Ureña, sirvió a la patria mexicana como organizador universitario, como estimulador cultural, intérprete de la revolución de 1910, y formador de una generación brillante de educadores mexicanos.

Hoy en día el nombre de este ilustre dominicano está unido a los prominentes eruditos José Vasconcelos, Antonio Caso y Alfonso Reyes como parte inseparable de la historia de México.

A la nación argentina sirvió con la misma entrega, con igual generosidad y dedicación que hizo en la patria Benito Juárez García, identificad como el “Benemérito de las Américas” por su lucha contra la invasión francesa.

Preocupación

La más profunda preocupación de este ensayista dominicano fue tratar de explicar el carácter de la cultura y una prueba de su permanente preocupación estaba plasmada en sus escritos “Patria de la Justicia”.

Cargos que se le atribuyen:

Henríquez Ureña desempeñó diversos cargos según apunta Emilio Rodríguez. Entre ellos el de Oficial Mayor de la Secretaría de la Universidad Nacional de México, profesor de la lengua española en la Escuela Superior de Comercio y Administración, México, catedrático de literatura española e hispanoamericana en la Escuela Preparatoria de la Universidad Nacional de México, representante especial del Heraldo de Cuba en Washington, y redactor de Las Novedades, Nueva York.

También, fue redactor de la Revista de Filología Española, en el Centro de Estudios Históricos, Madrid, secretario del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, además de que trabajó en la campaña nacionalista durante la época de la intervención de los Estados Unidos en Santo Domingo.

En marzo de 1915 fue designado Profesor Numerario de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Santo Domingo, a la vez que se señala que este no llegó ejercerlo.

“Mi Pedro”

Muchos han escrito de Pedro Henríquez Ureña, pero poco se asemejan a la más sublime y noble descripción de lo que hizo su madre con su poema “Mi Pedro”.

En este canto, la autora dice que Pedro no era un soldado, ni les ambicionaba a los grandes generales su gloria militar, pero que le guardaba los laureles del estudio.

De igual manera, narra entre sus versos cómo su hijo amaba la patria y era un conocedor del Escudo Nacional, a la vez, que describe a su vástago como un niño generoso y con esas cualidades en poesía lo entregó en brazos del porvenir.

Obras

Entre las obras de este filólogo apasionado por la sencillez del lenguaje se encuentran: “Ensayos críticos” (1905), “Horas de estudio” (1910), “Mi España” (1912), “La versificación irregular en la poesía castellana” (1920); “Seis ensayos en busca de nuestra expresión” (1928) y “La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo” (1936).

También el “El español en Santo Domingo” (1940), “Plenitud de España” (1940), “Corrientes literarias en la América hispana” (1941); y su obra póstuma “Historia de la cultura en la América Hispánica” (1947).

Muerte

Falleció al sufrir un paro cardíaco cuando viajaba en un tren que lo llevaría a la Universidad de La Plata, en Argentina, el 11 de mayo de 1946.

“Un ser superior y moralmente impecable”

Desde los ojos de escritores extranjeros, Pedro Henríquez Ureña, se caracterizaba por ser un hombre superior y moralmente impecable, según una edición especial publicada en la sesión de Ventana de Listín Diario fechada el 21 de abril del 2002.

El escritor argentino, Ernesto Sábato, dijo que Henríquez Ureña era como un ser superior al evocar sus recuerdos del primer encuentro con quien luego sería su colega, “Se me cierra la garganta al recordar la mañana en la que vi entrar a clase a ese hombre silencioso, aristocrática en cada uno de sus gestos que con palabra mesurada imponía una secreta autoridad: Pedro Henríquez Ureña. Aquel ser superior, tratado con mezquindad y reticencia por sus colegas, con el típico resentimiento de los mediocres, al punto que jamás llegó a ser profesor titular de ninguna de las facultades de letras”.

En su testimonio frente al ensayista dominicano, añadió que le debía a él su primer acercamiento con los grandes autores.

“Donde termina la gramática empieza el arte”. ¡Cuánto le debo a Henríquez Ureña! Aquel hombre encorvado y pensativo, con su cara siempre melancólica”.

También, indicó que perteneció a una raza de intelectuales en extinción, un romántico a quien Alfonso Reyes llamó “Testigo insobornable”, un hombre capaz de atravesar la ciudad en la noche para socorrer a un amigo.

Para el educador José Vasconcelos, Henríquez Ureña fue un apasionado, de trato difícil y con una sutil prosa y de la que lamentó el hecho de que especializara en la crítica.

“Tenía el don de adivinar el talento ajeno. En el aspecto moral fue impecable. Su prosa es lúcida, exacta, lástima que se haya quedado en la crítica”

También, fue considerado como un dominicano universal, por la poetisa puertorriqueña, Amelia Agostini del Río.

“Cuanto más se lee la obra de Henríquez Ureña más se sorprenderá el lector de la diversidad y la profundidad de sus conocimientos… Fue verdaderamente estudioso de la literatura, más estuvo siempre abierto a otras ramas del saber: la música, las artes plásticas, la filosofía, los cantares populares, la pedagogía, la historia y hasta la política en cuanto tiene que ver con la cultura de un pueblo. Nada que se relaciones con la cultura era ajeno a este dominicano universal”.

Para aquel entonces, el ensayista mexicano, Rubén Salazar Malle, lo describió como un “hombre bueno”.

“Mucho debe México a PHU, a quien yo vi una vez nada más. No guardo memoria de su memoria física, pero sí de su bonhomía y su compresión. No dudo que, además de intelectual sobresaliente haya sido un hombre bueno, y eso también cuenta.

Mientras que para Salvador Novo era un ser insomne. “Era un hombre desvelado constante: no tenía pestaña, jugaba constantemente con los ojos, movía en forma impresionante los dedos dentro de los zapatos, siempre estaba desvelado”.

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