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EL HOBBY DE UN TIRANO

El hipismo: la pasión de Trujillo

En la época de la férrea dictadura, Trujillo fue el mejor aliado de la Hípica Nacional, al considerarse un apasionado por los caballos hasta el final de su vida. No escatimó esfuerzos ni recursos para construir y remodelar el hipódromo “Perla Antillana” .

Este parque de carreras se caracterizaba, además de su amplitud, por la belleza, sobriedad de sus líneas y estructura, construido por los ingenieros dominicanos Alfredo González, Bienvenido Martínez Brea, José Antonio Caró y Guillermo Gonzales, bajo las órdenes del general Rafael Leónidas Trujillo Molina “El Jefe”.

Este parque de carreras se caracterizaba, además de su amplitud, por la belleza, sobriedad de sus líneas y estructura, construido por los ingenieros dominicanos Alfredo González, Bienvenido Martínez Brea, José Antonio Caró y Guillermo Gonzales, bajo las órdenes del general Rafael Leónidas Trujillo Molina “El Jefe”.

Lo que hoy conocemos como el Hospital Ge­neral de la Plaza de la Salud, anteriormente albergaba la edifica­ción del hipódromo “Perla Antilla­na”, el que se llegó a perfilar como uno de los más modernos y com­pletos de América Latina durante la tiranía trujillista.

Este parque de carreras se carac­terizaba, además de su amplitud, por la belleza, sobriedad de sus lí­neas y estructura. Fue construido por los ingenieros dominicanos Al­fredo González, Bienvenido Martí­nez Brea, José Antonio Caró y Gui­llermo Gonzales, bajo las órdenes del general Rafael Leónidas Trujillo Molina “El Jefe”.

Según una información publi­cadada sin firma en el diario “ÚL­TIMA HORA” el 19 de febrero de 1989, esta obra sería inaugurada cuatro días después, el 23 de febre­ro de 1944, en ocasión de las fiestas conmemorativas del primer Cen­tenario de la Independencia Nacio­nal, con un costo final de cinco mi­llones de pesos.

En la cartelera hípica para dicha inauguración se incluyeron cinco carreras con caballos pura sangre, todos importados desde la isla veci­na de Puerto Rico.

Aquella tarde significó el princi­pio del desarrollo de la hípica do­minicana, el cual iba acompañado de la pasión del dictador y su amor por los caballos.

En esta instalación ecuestre no solo se presentaron carteleras hípi­cas, sino que también era un campo deportivo, donde tenía en el centro del diamante un campo para jugar béisbol, igualmente que competen­cias de campo y paradas militares.

Primera Carrera

En la ceremonia de apertura del Per­la Antillana, algunos de los ejempla­res que participaron fueron Jaguey, Relámpago, Tamayo y Cacique.

Según una reseña publicada por el periodista Luis Marquez en el periódico “LA NOTICIA” en 1987, aquella tarde el ganador de la com­petencia fue Relámpago.

Pasión por los caballos

En la época de la férrea dictadura, el tirano fue el mejor aliado que tu­vo en la Hípica Nacional, al conside­rarse un apasionado por los caballos hasta el final de su vida.

El Jefe, montó diversos potros de múltiples razas, aunque se conoce que su ejemplar favorito era “El Gui­neo”.

Una obra con administración in­dependiente

A pesar de que el Perla Antillana fue construido por el Estado Domi­nicano, su administración era inde­pendiente.

Después de la muerte de Tru­jillo, el presidente de la empresa Eventos Deportivos, C por A, Salo­món Sanz, arrendó el hipódromo a la alcaldía de Santo Domingo, con lo cual pretendía añadir bonanza a la hípica criolla.

El hipódromo dentro del barrio Marino Rodríguez, quien ha sido un fanático del hipismo desde que era niño, comentó que a pesar de la an­tiguedad del Hipódromo Perla Anti­llana, en aquella época este depor­te era más romántico y el sistema de vida más fácil.

“La población caballar de enton­ces era muy grande. El dominicano conocía lo que es la hípica”, sostu­vo Rodríguez.

También, señaló que era mucho más sostenible adquirir ese tipo de animal, y que cualquier persona de bajos recursos podía comprar caba­llos, a diferencia de ahora que muy pocos pueden tener uno.

“Aquel hipódromo era un barrio poblado, donde muchas familias vivían dentro de la instalación, he­cho que posiblemente lo llevó a su declive”, dijo Rodríguez, además de agregar que en aquel complejo de­portivo no existía un sistema de se­guridad.

En una entrevista realizada en 1989 por Domingo Pérez y publi­cada en el diario “HOY”, Francisco Antonio Grullón, señalaba que al principio en el Hipódromo solo se quedaban a dormir los empleados de los establos, aquellos donde te­nían caballos, y después estos se tra­jeron su familia ubicándose en las cercanías del mismo.

A pesar de que esas personas fue­ron enfrentadas por las autorida­des, continuaron invadiendo los terrenos, y después que mataron a Trujillo y la situación se volvió in­controlable.

Por otro lado, Ramón Abreu, quien es entrenador de caballos, confesó que además de trabajar en el Perla Antillana, vivió y vio crecer a sus hijos entre las cuadras.

“Yo viví en el hipódromo, ahí crecieron mis hijos. A pesar de que la preocupación era que el lugar era contaminante, pero no tenía­mos donde vivir, unimos el trabajo con la pasión al arte y al deporte”, confesó. Uno de sus hijos era jine­te profesional y falleció en un acci­dente, montando en una carrera, mientras que el otro de su vásta­go actualmente se desempeña co­mo narrador. “Hicimos nuestras vidas rodeados de caballos y es­to es lo que somos hasta que nos toque partir de aquí”, exteriori­zó. Cuando se proyectó la Plaza de Salud y lo desalojaron, Abreu contó que lucharon hasta que ubicaron a todas las familias que vivían en aquel lugar a la Carre­tera Mella, vecindad al que hoy llaman como Perla Antillana en honor al parque hípico.

Las apuestas.

En aquel hipódromo se realizaban siete carreras, “todas eran muy buenas”, según comentó Abreu, quien entiende que los deportes del ayer eran más románticos y no había tanta ambición por el dine­ro. Para aquella época las apuestas eran de 25 centavos la combina­ción y lo más alto que llegó a costar fueron 50 centavos, según el en­trenador de caballos

De Hipódromo a Plaza de la Salud

El Hipódromo Perla Antillana fue cerrado y destruido en los 1990s para dar paso a la Plaza de la Sa­lud. En 1996, fecha en que la go­bernaba el presidente Joaquín Balaguer, los terrenos del Perla An­tillana fueron declarados de uti­lidad pública y de interés social, con el propósito de terminar con los conflictos que surgieron entre el Ayuntamiento Distrito Nacional y el Poder Ejecutivo por la posesión de los mismos.

Mediante el decreto 17-95 Ba­laguer señaló que en los terrenos clausurados de “Perla Antillana”, sería construido lo que hoy cono­cemos como La Plaza de la Salud, uno de los centros hospitalarios públicos más grandes de la Repú­blica Dominicana.

Los terrenos declarados de utili­dad pública son aquellos conteni­dos en la porción “A” de la parcela No.6 reformada B-I-A-1C-6B-2 del Distrito Catastral NO.4, del Distri­to Nacional, con la extensión de 283 mil 635 metros cuadro, según un artículo publicado en el Nuevo Diario por Luis Guzmán el 16 de enero de 1996.