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Con salida de Balaguer se apagó el servicio municipal honorífico

Consejo de Directores (honorífico) de Utesur aprobó financiación de obra del escritor Otto Milanese.

El edificio de la izquierda es la sede del Ayuntamiento de Santo Domingo Este. El de la derecha fue la primera casa del gobierno municipal instalada en 1810.

El edificio de la izquierda es la sede del Ayuntamiento de Santo Domingo Este. El de la derecha fue la primera casa del gobierno municipal instalada en 1810.

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Guillermo PérezSanto Domingo, RD

Nacieron y vivieron para servir, hasta su decadencia total hace más de 40 años. Eran hombres ilustres, una especie de ciudada­nos irrepetibles en la dig­nificante vocación de servicio a favor de sus des­fallecidas comarcas.

Se trata de los cuasi olvi­dados servidores hono­ríficos de los gobiernos municipales que hacían sintonía con otros que ejercían dirección en entes privados y formas varia­das de entidades sin fines de lucro.

Si bien son ya nada más que parte de la historia de una época dorada, un mo­mento ideal cuando aquella gente aun creía en la pure­za del alma, en algunos es­pacios del país el servicio honorifico, si bien ya no en los cabildos, aún vive.

Un caso específico ocurre ahora en Azua, nuestra vecina sureña, dando fru­tos y negándose a abando­nar todo lo humano que cargan sus acciones.

De su parte, la intención de los regidores sin paga era, básicamente, el cui­dar en todo lo que pudie­ran para aportar al mayor beneficio del municipio y procurar su prosperidad y tranquilidad.

En 1805, después de que el general haitiano, Jean Jacques Dessalines, incen­dió la ciudad durante un in­tento de ocupación por la incipiente nueva república colindante, el poblado ba­nilejo fue reconstruido en parte y, en 1810, se instaló su primer Ayuntamiento, en la calle Nuestra Señora de Regla.

Desde allí empezaron a des­empeñar su labor generosa nuestros concejales,

Por todo esto, aquellos grandes hombres y mujeres de mi pueblo, Baní, aprisio­naron siempre mi respeto y admiración, hasta día de hoy. Su grandeza no tiene límites.

Su decadencia empezó jus­to al final de las tres dé­cadas corridas de gobier­nos del doctor Balaguer, en 1978, igual como colapsó la enseñanza de moral y cívica en las escuelas, que enseña­ba la calidad de los valores patrios, principios morales y el comportamiento social, y las estrictas pautas del Re­glamento 824 que regula los medios audiovisuales y los espectáculos públicos.

Aquellos que vivían más cerca a la casa municipal caminaban hacia las mo­destas salas de sesiones del Ayuntamiento, fieles con el tiempo, carpetas a mano, con sus apuntes y propues­tas, informes y objeciones a temas pendientes.

Mi vida discurría entre las oscuras y polvorientas ca­lles del barrio norteño Pue­blo Nuevo, que colinda con el “sepultado” arroyo Güe­ra y el sofocado río Baní, al este, y escapadas hacia el centro de la ciudad, donde de muy pequeño les veia ca­minar impecables, zapatos bien lustrados, desbarba­dos, y trajes a la medida de sus portes.

Una característica impor­tante de los regidores era su condición superior econó­mica y social en el conjunto de población.

Basta destacar a estos ciu­dadanos, y su nobleza, per­sonificados en las figuras de doña Gisela Miniño, Feli­pe Ortiz Báez, Rafael Ángel Franjul Troncoso, Bienveni­do Pimentel Machado, Ra­món Antonio Herrera Ca­bral, Juan Jerónimo Castro, Fernando Herrera Cabral.

Su presencia fue factor cla­ve para la protección de la cultura, el arte, la literatu­ra, la música, la asistencia a grupos sociales desampa­rados.

Pasaban horas en esas sa­las aportando tiempo y energía, algunos sacrifi­cando sus negocios, para decidir cuestiones clave sobre el destino de la ciu­dad y la existencia de la población.

Aunque para unos bien­estares y para otros pérdi­da y retroceso, fue a partir de 1980 cuando empezó la reconfiguración de las sa­las capitulares y el apetito por el cargo, al convertir­se en posición asalariada, además de los ingresos ex­tras por concepto de viáti­cos y empleos a familiares y amigos. Ahora, para citar casos específicos, los regi­dores del municipio Santo Domingo Este ganan más de 200,000 pesos al mes; los del Distrito Nacional al­canzan los 120,000, y los de Santo Domingo Norte 160,000.

Es más, un regidor de es­tos ayuntamientos gana más que el director gene­ral de la Policía Nacional, que tiene un salario de RD$100.939.05, y que un diputado, que tiene sueldo nominal de 175,000 pesos.

Azua sigue de pie Un digno evento que mar­ca la resistencia a borrar es­te desprendimiento perso­nal para servir a las buenas causas de los pueblos tuvo lugar el pasado sábado 28, fecha anterior al Día de las Madres, en Azua.

Allí, la Universidad Tecno­lógica del Sur (Utesur) bri­lló con un justo acto de re­conocimiento al poeta y cuentista azuano, Otto Os­car Milanese, y su consejo de directores, a la cabeza de su presidente, don Ri­cardo Vilchez, con todos sus miembros en prestación ho­norífica, al aprobar la finan­ciación de su obra “Cuénta­me un merengue”.

Este libro, que cuenta de 21 narraciones en las que Mi­lanese incluye títulos como El baile, Por Dolores, Que le dejen trabajar, Mataron al comisario, La gallera y De paso por Bonao.

Este libro se suma a ese es­pacio de ficción que el au­tor crea para plasmar su realidad, imaginada desde el contenido de canciones hechas merengues que, en diferentes momentos de la historia dominicana, han impactado en el gusto po­pular.

El acto fue respaldado con la presencia de la periodis­ta y escritora Emilia Pere­yra, la poeta, cantautora y psicóloga Olga Lara, el his­toriador y poeta Apolinar De León Medrano, y Nouel Florián.

Para la ocasión habló la rec­tora, María del Rosario Me­lo Muñoz, quien prometió que el centro docente “se­guirá impulsando y promo­viendo el arte y la cultura de esta región”.

El cuento, como género lite­rario, ha tenido en Milane­se uno de sus importantes cultores. Basta mencionar “Tres gotas de misericor­dia” y “Sueños tras la llu­via”, en los que manifiesta un dominio de la técnica literaria y el cabal cono­cimiento del canon sobre el cuento latinoamerica­no. Apolinar de León Me­drano dijo de Otto Oscar Milanesse, al presentar la semblanza y legado litera­rio del autor, que pertene­ce a la generación de los 80, junto a poetas, histo­riadores, ensayistas, críti­cos literarios, dramaturgos y otros cultivadores de las letras “que fecundaron el terreno de la azuanía”.

APORTES Todo por nada. La misión de la labor honorífica a favor del progreso de la comuni­dad, en el ámbito pri­vado, se ejemplifica en Azua con la labor per­manente del Consejo de Directores de la Uni­versidad Tecnologica del Sur(Utesur), bajo la presidencia de Ricardo Vílchez Chevalier, jun­to a Lucía Matos. Luis Naut, Monseñor José Grullón Estrella, Ánge­la Grey Pérez Díaz, Lía Inocencia Díaz de Díaz, Teane Mejía, Fabio­la Céspedes y Salvador Beltré.

La rectora de Utesur, parte del Consejo Directivo y escritores presentes en el acto.