La República

Balaguer habla de los comicios de 1996

“En 1994, el Departamento de Estado de los Estados Unidos quería sacarme del poder para beneficiar al Partido Revolucionario Dominicano” (Joaquín Balaguer).

1) Joaquín Balaguer. 2) José Francisco Peña Gómez.

Cándido GerónSanto Domingo, RD

El 2 de diciembre de 1996 fui a visitar al ex­presidente Joaquín Ba­laguer y, como siempre, me esperaba el general Luis María Pérez Bello al pie de la escalinata que conducía a la habita­ción privada donde Balaguer reci­bía a dirigentes políticos y persona­lidades de la vida pública.

C. G. --¿Cómo están esos ánimos, poeta?, le pregunto.

J. B. -No como quisiéramos, pero ahí vamos, me responde.

C.G. -Le he traído dos joyas de li­bros. Sonríe.

J.B. -¿Quiénes son los autores?

C.G. -El primero, Poetas dramá­ticos griegos, pertenece a la serie de “Clásicos Jackson”, de la Edito­rial Éxito, del año 1951. El segun­do, La piel de zapa, de Honorato de Balzac, la primera edición del francés al español, editado en la Argentina, en 1940.

J. B. --Gracias, muchas gracias. En verdad son dos joyas. Anterior­mente, Balzac se podía pronunciar Balssa, con doble ss, -me dijo.

A seguidas expresó: -Está consi­derado como uno de los precur­sores de la novela realista. En Pa­rís leía con frecuencia capítulos de la Comedia humana. Por lo tanto, su novelística tuvo una in­fluencia enorme en mi persona, puesto que la condición huma­na en la mayoría de los casos se revela arbitrariamente, se mani­fiesta huidiza en los momentos en que el individuo apela a la so­lidaridad; sería imposible no to­mar en cuenta su naturaleza, so­bre todo, cuando modela como un arquitecto los caracteres de la simulación. En efecto, la condi­ción humana es sin lugar a dudas un acto convincente de los princi­pios razonables en los hombres, en el sentido de que el bien debe primar en todas sus acciones; pe­ro el egoísmo y la desobediencia se convierten la mayoría de las ve­ces en armas de destrucción psíqui­ca al renunciar a las emociones y los actos de justicia. Soy de la opinión de que hay quienes hacen uso de la mez­quindad y por esa razón me impresio­na bastante la forma con que tratan el tema psicológico.”

Refiriéndose a Dostoievski, adujo que tenía una capacidad creadora invalo­rable. Y que Balzac también tenía la misma característica de ahondar en la psiquis humana, y mencionó su obra Eugenia Grandet.

Hace una pausa para acariciar la pas­ta dura y las páginas interiores de am­bos libros.

--Y la serie “Clásicos Jackson”, qué poetas trae a colación-- preguntó Ba­laguer.

Le respondí: -- Esquilo, Sófocles, Eurí­pides y Aristófanes.

--¡Qué maravilla, --me dice, mientras tocaba las páginas interiores del cita­do texto!

Aprovecho una pausa y le expreso: “También le he traído la biografía de “Solimán El Magnífico, sultán del Es­te”, que en días anteriores me había solicitado”. Sonrió y, para mi sorpre­sa, me manifestó que se trataba de la primera edición en español, cuestión que quien suscribe había comproba­do, y agregó Balaguer que la misma la había realizado Octavio G. Barreda.

Cuando tomó en las manos el texto, se sintió muy contento y por largo ra­to me habló con mucha simpatía de varios pasajes de este último texto. Aprovechó para narrarme el capítulo de “Zaleas en el tesoro” y me sorpren­dió su prodigiosa memoria.

Un momento después, colocó el li­bro en la mesita que le quedaba cerca, donde siempre reposaba uno de sus sombreros, y todavía hoy ignoro la ra­zón por la cual trajo a colación el te­ma de José Francisco Peña Gómez y los comicios de 1994.

En ese contexto, me dice:

--Peña fue un auténtico líder y de un corazón noble y grande. Sin embar­go, no dominaba su emotividad y esa situación le impidió llegar al poder.

Hizo una pausa.

Quien suscribe, se mantenía callado. Cuando él se refería a un tema cual­quiera, le molestaba que lo interrum­pieran. Cada vez que lo visitaba, la mayoría de las veces me limité a es­cuchar y, tal vez por esa razón, pude interactuar con su persona momen­tos importantes de mi vida.

Luego continuó: “En 1994, -me ex­presa con cierta nostalgia- el Departa­mento de Estado de los Estados Uni­dos quería sacarme del poder para beneficiar al Partido Revolucionario Dominicano. Su líder, el doctor Peña Gómez, había expresado local e inter­nacionalmente que, en su condición de presidente de la Internacional So­cialista para América Latina, iba a de­nunciar el ´colosal fraude e impugna­ría los resultados comiciales´.

A seguidas dijo:

“La Junta Central Electoral, único organismo en arbitrar las eleccio­nes y cuyo veredicto es inapelable, había dictaminado que el Partido Reformista Social Cristiano y alia­dos habían resultado ganadores en la contienda electoral al obtener 1,275.460 votos a su favor. En cam­bio, si mal no recuerdo, el PRD y aliados obtuvieron 1,253.179”.

Más adelante, manifestó:

“La injerencia de los Estados Unidos siempre ha sido perturbadora, des­de la primera intervención de 1916 a 1924, la que conocí siendo muy jo­ven, hasta la de 1965, han impues­to sus fuerzas como si este país fuera una colonia”.

“Me pronuncié en contra de su inclinación a favor de Peña Gó­mez porque el líder del PRD no ganó esas elecciones, y cuando el representante que ellos envia­ron para convencerme que aban­donara el poder y hacer resis­tencia se valieron de monseñor Agripino Núñez Collado para mediar ante la situación, en un gesto de certidumbre, para evi­tar inconvenientes y traumas al país, acepté reunirme en la Bi­blioteca República Dominicana y le propuse que dividiéramos el periodo presidencial: los prime­ros dos años le corresponderían a quien le habla, y, los segundos al doctor Peña Gómez. Al princi­pio, él estuvo de acuerdo y salió de allí muy emocionado.

Al día siguiente, en horas de la ma­ñana, me llamó vía telefónica mon­señor Núñez Collado para informar­me que el doctor Peña Gómez había variado su decisión y que no habría pacto. Aproveché el momento para pedir al prelado que me visitara en el Palacio Nacional, y una vez en mi presencia le manifesté que yo no es­taría presente en la reunión que se había acordado celebrar en mi resi­dencia para la firma del pacto. Le so­licité encarecidamente que lo único que yo deseaba era que se respetara mi dignidad.

El embajador canadiense Graham, que se había reunido con mi persona varias veces en el Palacio Nacional, y en este lugar donde nos encontramos, me formuló la idea de que una forma de yo seguir en el poder era si yo acep­taba la instalación de varios campa­mentos de haitianos en la fronte­ra y que, además de continuar en la presidencia de la República, los Estados Unidos crearían un fondo para asistir en alimentos y vivien­das a los haitianos y mi Gobierno también sería favorecido con ayu­da económica.

Le expresé que estaba de acuer­do con los campamentos hai­tianos siempre y cuando fue­ran colocados al otro lado de la frontera, en Haití y, por el otro, que el país no necesitaba limos­na de los Estados Unidos ya que la Doctrina Monroe era el mejor ejemplo de ese tipo de ayuda.

Indignado me manifestó:

-El embajador Graham que­ría forzar mi renuncia, mientras prestantes ciudadanos busca­ban una solución salomónica, de manera que el país no perdiera su dirección y fuera tomado por las fuerzas que aupaban a Peña Gómez.

--Poeta Gerón, -me dice- yo esta­ba obligado a defender la legiti­midad del triunfo de mi partido, y de paso mi honor como gober­nante, pues el PRD me atribuía graves responsabilidades en un supuesto fraude mediante la uti­lización de los recursos del Esta­do; el propósito de Peña Gómez, ante la defensoría a su favor de gran parte de los líderes de la In­ternacional Socialista era ena­jenar las elecciones, maquina­ria de opinión que dio resultado días después, al recortar mi ré­gimen constitucional, de acuer­do al voto popular de la mayoría de los dominicanos en las elec­ciones de 1990, de cuatro años a dos.

Basta expresar que el presiden­te Leonel Fernández fue uno de los dirigentes del PLD que más insistió en que el PRSC se había robado las elecciones de 1990, y hasta llegó a escribir un folleto sobre ese particular y, sin embargo, ahora gobier­na el país por el apoyo recibido del Frente Patriótico. ¡Vaya pa­radoja de la política!