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REMINISCENCIAS

Yuna, otra vez en mi recuerdo

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Marino Vinicio Castillo R.Santo Domingo

Prometí, en mi anterior reminiscencia, completar el recuerdo de mi primera visita al Yuna hablando de don Antonio Guzmán López y el viejo Beco, a quienes aludí en esa primera parte de mi recordación.

De don Antonio, al leer su libro Memorias de un Abogado de Pueblo, sólo quiero hoy destacar lo mucho que le admiré y agradecí el testimonio que me diera en visitas contínuas de familia, acerca de lo que fuera mi padre como abogado y ciudadano.

En efecto, en el capítulo VII que le dedica, lo exalta y describe en forma hermosísima, sólo que fue ahí donde reveló la última parte de su vida, al relatar el episodio de Roselito Guzmán, el acarreo valeroso de armas para Cipriano Bencosme levantado en Jamao, la detención del grupo y mi padre como un parte activa de aquel primer ejemplo de sublevación heroica contra un Trujillo ya claramente establecido.

Es decir, Pelegrín Castillo estaba detrás de Cipriano sin que se supiera de su enfermedad y cuando Desiderio manda al abogado Lithgow con la carta pidiéndole su respaldo para su inminente alzamiento, es cuando revela la misma, y tal como contara el oficial Flores, Trujillo lo sabía y le mandó a ofrecer garantías para salir del país en busca de su curación.

Don Antonio revela, además, los discursos de Macorís, Salcedo, Moca y los desagradables incidentes obstructivos de la palabra libre en La Vega. Cuenta, asimismo don Antonio, las ofertas del astuto gobernante a través del Juez don Viterbo Martínez y la propuesta que no se llegara a hacer al través de Julio González Herrera, un día antes de la carta de renuncia rotunda que me hiciera llorar. Trujillo quería hacerle ministro y que muriera como tal. Don Antonio le dijo al juez Martínez: “No se lo proponga, porque perderá su amistad”.

Don Antonio jamás detalló esas cosas, porque era un maestro admirable de discreción; sabía los riesgos de las menciones de mi padre, los mismos que había desafiado su primo hermano, el Dr. Antonio Tejada Guzmán, siendo presidente del Ayuntamiento de San Francisco de Macorís, cuando se admirara por mi atrevimiento de dejar la lectura del trabajo de composición ganador del Día de las Madres en las escuelas para improvisar y me dijera al oído. “Ese era tu papá, pero no se te ocurra mencionarlo en público. No olvides que eres su hijo.”

El libro es un interesante y veraz aporte de un eminentísimo ciudadano que al contar su vida desde niño asombra por su índole excepcional como ser humano, siempre dedicado al trabajo, al servicio y a todos los valores superiores de la convivencia social.

A raíz de su muerte, en este mismo diario publiqué un artículo hace 21 años bajo el título “Guzmán, el Abogado”. Por razones de espacio sólo voy a transcribir su primer párrafo para reiterar mis convicciones acerca de lo que fuera ete sobresaliente exponente de la calidad humana de un verdadero dominicano:

“Cuidadoso. Austero, Recto. Moderado. Estudioso. Sencillo. Profundo. Todo ello al servicio de su sociedad, actuando desde la atalaya del Derecho. Fue una hermosa leyenda de abogado magnífico. Don Antonio Guzmán L. acaba de desaparecer del mundo de los vivos, luego de rendir una brillante y prolongada jornada de existencia que lo consagrara como el profesional cabal y probo que hiciera de su ejercicio genuino magisterio.”

Hago un alto y me creo en el deber de recordar también al trabajador campesino que me hablara, según contaba en la reminiscencia anterior, de que parecía que con su salida del país mi padre “se había llevado los pantalones de todos los hombres”.

De él tengo que contar un incidente que ocurriera quince años después. Fueron a verme vecinos para contarme que el viejo había sido detenido por un sargento del Ejército muy truculento que llamaban Malenkó; que cuando le llevaban le exigió desde su mula que caminara más de prisa, y le espetó diciéndole: “Viejo, ¿usted no tiene otro paso, carajo?” Y le respondió: “Yo sí tengo otro, pero si lo saco no llegamos; es más, no voy a ninguna parte”, y se sentó en medio del camino. Me dijeron que fueron muchas las voces de vecinos que imploraban por Beco y le decían: “Malenkó, deje ese viejo que está loco!”. Y lo tuvo que dejar, mientras voceaba: “Este vagabundo no ha sacado cédula nunca, como si fuera un enemigo del gobierno”.

En verdad, Beco era un rebelde, pensé entonces; me lo había insinuado, no sólo con la mención de los pantalones de mi padre, sino por su renuencia rebelde a obedecer los rigores del gobierno, reflejados en la cédula personal de identidad. El sargento lo calificó y sólo puede saber el que haya vivido esas cosas lo que representaba una execración como la que hiciera.

En verdad, confieso que al recordar todas aquellas cosas siento una especie de renovación íntima, porque tal como dijera en la “Elegía Personal del Huérfano”, me propuse: “Tengo que imaginarte, reconstruirte, fundar una memoria sólo para ti, lanzarme en la oscuridad que ocupa el lugar de los recuerdos y asirme al hilo de versiones de quienes te tuvieran y hacer penumbra al candil de evocaciones de los que te lloraron.”

Esta aventura fascinante de recordar es irrepetible y termina por fortalecer mucho al espíritu.

Don Pelegrín, para Don Antonio, como para Beco, fue objeto de su admiración.

Cada cual según sus alcances. Amén

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