La República

Enfoque: Política

La tercera generación

1) Pedro Sánchez. 2) Gabriel Boric. 3) Pedro Castillo.

Carlos Alberto MontanerSanto Domingo

La culpable es la ter­cera generación. “Padre laborioso. Hijo millonario. Nieto botarate”, sentenció Álvaro. Fue una con­versación a cuatro voces en la que hubo un acuerdo casi total. El peruano Álvaro Vargas Llosa, el economista argentino Gerar­do Bongiovanni, la cubana Lin­da Montaner –mi mujer– y este desdichado escribidor.

En España, en Chile, en Perú, aparentemente había sucedi­do lo mismo o algo muy pareci­do. Alguna explicación tendrá el misterio. Los tres países han su­frido mucho en conseguir transi­tar a la democracia y cierta pros­peridad relativa, pero los tres le han abierto la puerta a la iz­quierda más delirante. Comen­cemos por España.

España La transición a la democra­cia plena comenzó en el velo­rio del Caudillo, como a veces se le llamaba a Franco. Afortu­nadamente, casi todos estaban dispuestos a traicionar sus pa­labras. Muchos de los ex fran­quistas pensaban que había que acercarse a Europa en­tonando algo que no fuera el “Cara-al-sol”; los comunistas se olvidaron del “No-pasarán”; los socialistas cantaron a co­ro, junto a los alemanes, una versión descafeinada de la In­ternacional; el ejército se ha­bía acostumbrado a recibir las órdenes del alto mando; y la Iglesia se dejó de kirieleisons y mostró su cara más aperturista y moderna. Para ello contaron con el rey Juan Carlos y con su escudero Adolfo Suárez.

Probablemente los españo­les no culminaron su transición hasta los gobiernos de José Ma­ría Aznar (1996 al 2004). Se cerró el círculo. Era la derecha, pero sensata y despojada de cualquier tentación autoritaria. Después vino la negación de las virtudes de aquellos años de vi­no y de rosas, de ilusiones y pe­ligros. Comenzó con Zapatero, pero se acentuó con Sánchez. Era la tercera generación.

Chile En Chile pasó algo similar. El ge­neral Augusto Pinochet gobernó durante 16 años, desde el 11 de noviembre de 1973. En 1988 el ple­biscito lo ganó la oposición (56% por el No a Pinochet y 44 por el Sí). En el 73 un golpe militar había saca­do del poder a Salvador Allende.

El abogado Patricio Aylwin ga­nó las elecciones de 1989. Fue postulado por la Democracia Cris­tiana. Ante el desbarajuste econó­mico y social provocado por Allen­de, había sido partidario del golpe del general Augusto Pinochet en 1973, pero se asqueó, como mu­chos chilenos, por las violaciones de los Derechos Humanos cometi­das por los militares y los servicios de inteligencia.

El senador Aylwin había ga­nado con el 55% de los votos al frente de la Concertación. La con­certación era una conjunción de partidos de centro izquierda en la que estaban la DC, los socialistas, los socialdemócratas y otras fuerzas pe­queñas que llevaron a Allende al po­der en 1970.

Después de Pinochet y Aylwin le siguieron, dentro de la Concer­tación, el ingeniero democristiano Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Le siguió el socialdemócrata y economista Ricardo Lagos, y la médico socialis­ta Michelle Bachelet. Más adelante le tocó su turno a Sebastián Piñera. Era la primera vez que ganaba un candidato conservador, pero enfren­tado a Pinochet.

Esto último no le sirvió de mucho cuando regresó al poder en el 2018. En efecto, en octubre de 2019, al año y pocos meses en que Sebastián Pi­ñera había vuelto a la gobernación de Chile, miles de revoltosos chilenos tiraron por la borda la idea de que el país había alcanzado la mayoría de edad. Hasta ese punto, la mayor par­te de los observadores de América Latina –y yo entre ellos– pensaban que los chilenos habían desarrollado un modelo político y económico fun­dado en el Mercado, en el gasto pú­blico reducido, pero suficiente, en la obediencia a la ley, en el intenso co­mercio internacional, y en la serie­dad y la sensatez.

No pensamos en la tercera gene­ración. El porcentaje de pobres había bajado del 46% al 8%. El coeficien­te Gini se redujo en casi 10 puntos. Chile había dejado de ser una de las naciones más desiguales del plane­ta y se había acercado a una dis­tribución de ingresos semejante a Estados Unidos. Veremos cómo se comporta el nuevo gobernante Ga­briel Boric. Ya ha comenzado a go­bernar. Tiene 35 años y pertenece a la tercera generación. No me hago demasiadas ilusiones.

Perú El caso de Perú es diferente. Muchos peruanos, los más alertas en las cues­tiones económicas, siempre pen­dientes de los vecinos del sur, habían visto el caso de Chile con mucho inte­rés. Tal vez era el momento de repe­tir el modelo chileno.

Recuerdo la campaña de 1990. Perú venía del desastroso gobierno del primer Alan García. Parecía que Mario Vargas Llosa iba a ganar fácil­mente la presidencia del país. En ese momento, electoralmente, Alberto Fujimori era un perfecto desconoci­do. En los debates contra Vargas Llo­sa durante la campaña, parecía que el novelista había ganado amplia­mente, pero Fujimori triunfó por el 62% frente al 37% que obtuvo el es­critor. A Vargas Llosa le hizo daño la campaña de “neoliberal” que se pro­ponía gobernar para los ricos y los blancos. No era cierto, pero esa era la percepción general.

Fujimori, una vez al frente del go­bierno, se apoderó de algunas me­didas liberales, las mezcló con otras del recetario del “capitalismo de ami­guetes”, en especial las privatizacio­nes corruptas, dio un “autogolpe” contra el Congreso en 1992, y con­siguió remontar la crisis económica que había dejado el primer Alan Gar­cía.

El fujimorismo, que es autoritario, lo que lo convierte en antiliberal, ha sembrado una gran confusión en Pe­rú, que ha dado como resultado el descrédito del liberalismo, y acaso la llegada al poder de Pedro Casti­llo, un maestro que tal vez ha sido impulsado por la tercera genera­ción: la de los botarates, al decir de Álvaro Vargas Llosa. Al menos, fue postulado por el estalinismo más recalcitrante.

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