Batallas coloniales
Este año se cumplen cuatrocientos cincuenta que fueron conquistadas las tierras incaicas que comprendían todo el Tahuantinsuyo, o sea: una buena parte de Argentina, Chile, Bolivia, Perú. Ecuador y el sur de Colombia. Llegando desde el Pacífico y después de dos tentativas frustradas, Pizarro y sus secuaces pisaron por primera vez aquel gran territorio imperial entrando por el Norte, -el Chinchaysuyo, hoy Ecuador-, y poco a poco, desde las primeras fechorías hasta que oficialmente se consideró que el Perú ya era conquistado, pasaron más de cuarenta años. Se empezó con la captura del inca Atahualpa en el año 1532, ejecutándolo unos meses más tarde después de haberlo engañado haciéndole creer que su vida podía cambiarla por un buen puñado de oro y se terminó con otra ejecución el 1572, la de Túpac Amaru I, el último inca de Vilcabamba.
El hecho de que pasaran tantos años sin que hubiera una resolución no fue precisamente por imposibilidades logísticas o militares o porque la resistencia de los indígenas fuera más efectiva, sino porque las guerras civiles y las consiguientes batallas eran de carácter interno, las generaban los mismos conquistadores, incluso los indios se dividían y se aliaban de forma aleatoria en los dos bandos enemigos con el fin de compensar las bajas. Sin embargo, según como fueran las cosas muchos de ellos acababan desertando. Aquellas batallas eran siempre la opción que los castellanos tenían más a mano para resolver entre ellos y por la fuerza las constantes conspiraciones a las que estaban sometidos si pretendían obtener el poder y el dominio de un territorio continuamente en disputa.
Excepto en las primeras ocasiones donde el miedo les hacía entrar en tierras ajenas a matar y a destruir a filo de espada , las batallas entre los conquistadores y más tarde entre sus hijos criollos, eran pactadas. Se definía el día y el lugar, normalmente una gran explanada no muy lejos de la población y, dependiendo de los efectivos de uno y de otro teniendo en cuenta que los caballos necesitan espacio para moverse, allí se envestían y combatían hasta que uno de los dos bandos capitulaba o alguno de sus capitanes caía herido de muerte. De esta manera, excepto las mujeres encargadas de la logística de la manutención en sendos campamentos militares, ya que la batalla podría durar días, la población permanecía intacta y su vecindario protegido mientras esperaba la llegada del vencedor, no importaba quien fuera, ellos sabían que seguirían igual de sometidos. Una vez los heridos en el hospital y los prisioneros en prisión, podía acontecer el episodio de tener que ejecutar a alguien en el centro de la plaza principal, acto que se llevaba a cabo sin demasiada bulla. Estas guerras duraron más de once años, desde el año 1537 hasta la batalla de Jaquijaguana, el 1538, en la cual, Gonzalo Pizarro, hermano de Francisco, fue decapitado por rebelde. Pero no terminaron las rebeliones.
*El autor es investigador escritor