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Wikipedia y Sinuhé el egipcio

Lo estremecedoramente fácil que resulta, hoy, contentarse con una mirada superficial, con un resumen apresurado hecho por desconocidos, con simples referencias no siempre contrastadas, no siempre rigurosas, no siempre minuciosas, no siempre fiables.

1) Sinuhé el egipcio. 2) Ramón del Valle Inclán. 3) Pío Baroja.

1) Sinuhé el egipcio. 2) Ramón del Valle Inclán. 3) Pío Baroja.

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Arturo Pérez ReverteMADRID, ESPAÑA TOMADO DE ZENDA LIBROS

Cada día transcurri­do, cada página leí­da, cada frase caza­da al paso, es una lección interesante, incluso cuando llevas 65 tacos de almanaque deshojados en la mo­chila. Y más si no perteneces al grupo de los recolectores, sino de los cazadores, y caminas por la vi­da con los ojos y el zurrón abiertos y la escopeta lista, en esa tensión especial que permite apropiarse de todo cuanto se pone a tiro, pa­ra luego sacarle punta. Incluso ni­miedades aparentes dan buen juego, si las destripas bien. Pen­saba hoy en eso, después de leer algo en internet, en uno de esos blogs modestos, casi personales, poco seguidos, pero que a menu­do contienen material interesan­te, impresiones, ideas que hacen reflexionar. Y éste es el caso, por­que el bloguero -joven, sin duda-, mencionando de pasada y en to­no afectuoso una novela mía, la última, apuntaba a modo de elo­gio: «En el trabajo de documen­tación, se nota que Pérez-Reverte sabe moverse muy bien por Wiki­pedia».La frase es simpática, y no puedes menos que agradecer la buena intención. La amistosa in­genuidad. Luego echas un vistazo a las otras entradas del blog, con­sultas la escueta biografía del au­tor, confirmas su juventud y atas cabos, lo que te lleva a una con­clusión inevitable y en cierto mo­do triste, no sobre ese bloguero en particular, sino sobre cierta mane­ra cada vez más frecuente de abor­dar el asunto; sobre la idea que po­co a poco se va asentando en las nuevas generaciones de lo que es documentar algo; sobre cómo y por dónde acceder a los conoci­mientos que actuarán como meca­nismos de comprensión y análisis a la hora de plantearse un artefac­to narrativo, una mirada histórica, un hecho cultural o intelectual. Lo estremecedoramente fácil que re­sulta, hoy, contentarse con una mi­rada superficial, con un resumen apresurado hecho por descono­cidos, con simples referencias no siempre contrastadas, no siempre rigurosas, no siempre minuciosas, no siempre fiables. Carentes de la autoridad que el tiempo y el rigor, los autores de prestigio y el aplau­so de lectores cualificados, dan a las grandes e imprescindibles obras.

Bien pensado, el asunto inquie­ta. Yo mismo, cuando trabajo en una novela, recurro con frecuencia a internet. Por supuesto. Pero ésa es sólo una pequeña parte del con­junto, y sé que hay cosas que debo hallar en otra parte. Sin embargo, para muchos jóvenes con inquietu­des, con buena voluntad, documen­tar una novela o un libro cualquie­ra, acudir a la Historia o a la Ciencia como material de trabajo, significa exclusivamente acudir a Wikipe­dia. A internet, y punto. Esa fuente documental parece lo más natural del mundo. Y eso se ve fomentado por un sistema educativo que cada vez depende más del teléfono mó­vil, de la tableta o la enseñanza di­gital, y desprecia las fuentes clásicas y tradicionales, negando a los jóve­nes el hábito de moverse con soltu­ra en fuentes más serias; de familia­rizarse con textos solventes, anotar, marcar, comparar, completar. Cada vez queda más lejos, no sólo de la intención, sino de la imaginación, adquirir o consultar libros, trabajar en hemerotecas y bibliotecas, visi­tar escenarios reales. Ni pasa por la cabeza otra cosa que ir a lo fácil. Pa­ra qué consultar el Espasa, la En­cyclopaedia Britannica, el Sum­ma Artis, la colección completa de Blanco y Negro o el Dicciona­rio Biográfico de la Academia de la Historia; para qué leer a Gal­dós, Valle-Inclán, Baroja o Clarín, si con un teclazo lo tienes todo re­sumido en medio folio. Para qué visitar un museo, para qué viajar a una ciudad con un antiguo ma­pa y un bloc de notas, pudiendo teclear en el buscador de internet y hasta pasear virtualmente por las calles de Osaka o San Petersburgo.

La consecuencia de todo esto es que, cada vez más, quienes de es­ta forma limitan su propio cono­cimiento aplicarán esos límites a cuanto se les ponga delante. Juz­garán el mundo no por lo que éste tiene y ofrece, sino por la reduci­da visión que de él tendrán ellos. Y aquí no puedo menos que re­cordar al querido José Luis Sam­pedro, economista y escritor, que una tarde en la Real Academia Española, mientras charlábamos con Antonio Mingote y Gregorio Salvador, lamentó, con bondado­sa e irónica resignación, que cier­to crítico literario hubiera encon­trado en su novela La vieja sirena presuntas influencias del best-seller de Mika Waltari Sinuhé el egipcio: «Te pasas la vida leyen­do a Homero, Herodoto, Jenofon­te o Plutarco, y luego empleas dos o tres años de tu vida en trabajar con todos esos libros abiertos al­rededor, para que al final juzgue tu obra un pobre hombre que sólo ha leído Sinuhé el egipcio».

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