Arrumbar… ¿Fijar el rumbo o apartar lo inútil?
Recuerdo cuando a mi papá se le hablaba sobre asilos de ancianos donde amigos o conocidos eran internados, siempre nos decía que no quería que lo lleváramos a una de esas residencias de ancianos o centros geriátricos –como hoy se les conoce-- porque para Mingo era un engaño, ya que en verdad se trataba de “un arrumba viejos”. Le explicábamos que algunos ofrecían atención prácticamente personalizada, que muchas veces los ancianos allí hospedados eran bien cuidados por religiosas y personal especializado, aunque estos fueran muy exclusivos debido a lo reducida de las ocupaciones disponibles.
Al viejo no le faltaba razón, al menos en parte, pues hoy más que en cualquier otro tiempo es necesario recurrir a estos centros, pues cada vez es más escasa esa hermana que se queda soltera y asume el cuidado de su pariente, porque trabaja y no tiene tiempo o quizás simplemente no quiere y no siente esa obligación de asumir ancianos para cuidar. También las distancias de los hogares, los compromisos y avatares de la modernidad se constituyen en obstáculos para asistir a los abuelos y otros parientes arribados a la tercera o cuarta edad.
Quienes llegan a edad avanzada son personas privilegiadas. Su mundo, sus vivencias, sus aportes a la familia son inconmensurables. Y en el ocaso de sus vidas, cuando no pueden valerse por sí mismos, les asalta el temor de qué será de ellos; dudan sobre si son una carga si la economía no parece “estar muy buena” o son un negocio si hay algo que repartir llegado el momento de su deceso. Se les escucha decir: los demás deciden por mí, no se les consulta, estén o no en el dominio de sus facultades mentales. Sus achaques molestan o preocupan demasiado, no pueden cuidar los nietos y quizás ni a ellos mismos… Y así una lista inacabable de circunstancias que se presentan y dependen, del mismo modo, de un sinnúmero de razones vinculadas al estatus social y económico, a la cultura y tradiciones tanto del colectivo como de la familia, que derivan en profunda soledad.
No es así en todos los casos. Hay muchos ejemplos de familias con hogares de amor y atenciones para sus ancianos, que se reúnen en sus hogares y se les procura satisfacer sus necesidades, que les visitan con frecuencia, los llaman, se los llevan de paseo, les complacen sus gustos y más…
El anciano o la persona mayor, son prácticamente como los niños. Depende de otros, hijos, médico, enfermeras, pero esto no quiere decir que sean inútiles. Por ello me gusta el significado o acepción que le dio origen a la palabra arrumbar en el argot de la navegación: “Fijar el rumbo con que se navega o hay que navegar”. Aplicándolo al tema que nos ocupa es tomar la decisión de hacia dónde nos dirigimos, qué rumbo tomar y cuáles planes realizar ya en esa edad o etapa de la vida.
Invita este enunciado a reflexionar e iniciar la planificación de qué hacer antes de entrar a la tercera edad. La modernidad impone retos constantes de mejoras al trabajador y al profesional. Sin actualización y diversificación, en cualquier momento el empleado y hasta el patrón pueden quedarse fuera del mercado laboral y de la actividad productiva, lo que puede afectar el desenvolvimiento sano del individuo.
Teorías han surgido sobre el estudio del cerebro y como las funciones de las neuronas no se atrofian con la edad, y como incluso con sesenta, setenta y hasta ochenta años se pueden desarrollar tareas interesantes e innovadoras tanto en disciplinas científicas como sociales. A las Artes se les reconoce como más ricas con la madurez y la vejez, también mantener círculo de amistades, y de ser posible algún entretenimiento o deporte son actividades que contribuyen junto a la familia de los mayores de edad a vivir satisfactoriamente, no arrumbados.
En ese sentido, el significado añadido de arrumbar es “poner una cosa inútil en un lugar apartado” según María Moliner, en su diccionario de uso del español, y consigna que era la práctica en los puertos de apartar, sacar de circulación aquello que no necesitaban en ese momento.
Con la pandemia del Covid-19, la población mundial tuvo que “arrumbarse” en su hogar. Connotación que le cala perfectamente a este acontecimiento. El uso del término se refiere a cargas, mercancías u objetos que se colocan en almacenes, que se quitan del medio, pues no se están necesitando. Tal vez luego se recuperan, o de lo contrario se quedan en el olvido para finalmente ser desechados cuando se entiende que ya perdieron su valor casi por completo.
Y claro… Esto no aplica para los seres humanos.
El Covid-19 produjo limitaciones, carencias y temores, y produjo cambios drásticos en la cotidianidad de la familia. Con resultados positivos, como fueron la creación de una mayor conciencia de la unión familiar y de la fragilidad de la vida; así como negativos, como fue sentir impotencia y frustración al sufrir, no sólo los síntomas del virus o la pérdidas de familiares y seres queridos, sino también la inestabilidad y la pérdida de empleos y oportunidades, o la cancelación y postergación de proyectos. Fue necesario, como en una carta de navegación, que “todo en el mismo barco”, como expresó el Papa Francisco, arrumbar o fijar un nuevo rumbo en la realización de las actividades en todos los ámbitos.
Fue necesario reinventarse, ser creativos, protectores y cautelosos… Pero sobre todo más humanos.
A diferencia de su uso coloquial, el término arrumbar según el diccionario de la Real Academia Española, significa: encaminar, señalar la dirección hacia dónde dirigirnos… Porque lo que finalmente, y a modo de reflexión, queda entonces definir si en esta etapa de la vida, cuando los años se nos van acumulando, “nos arrumbamos” o mejor aún nos “enrumbamos”.