Los fantasmas del periodismo
El ejercicio del periodismo requiere muchas veces de una buena máscara antigás. Entre otras cosas, porque las sustancias gaseosas suelen estar presentes de forma abundante en los medios de comunicación, donde hay grandes especialistas en lanzar humo. Bien sea para sobrevalorar sus logros, para atribuirse los de otros o para transmitir una imagen exagerada sobre su empresa.
Conviene entender esta dinámica, pues de lo contrario uno puede llegar a creerse los mensajes que siempre acompañan al lanzamiento de nuevos periódicos. Los que subrayan que esos productos informativos llegan para cambiar la forma de hacer periodismo o para convertirse en un bien de primera necesidad. Es curioso porque cuando la cosa no va bien, hay quien tiene el cuajo de afirmar: “Este país no estaba preparado para nosotros”. Sois demasiado poco.
Los egos de las redacciones son tan grandes -e injustificados- que a muchos les impide apreciar la escasa atención que una buena parte de los ciudadanos presta a la información. Incluso a la que es relevante, cosa rara en estos tiempos de abundancia de artículos de nulo interés y mensajes repetitivos. Desde el día en que surgió la práctica del clickbait, los medios producen de forma desmedida; y la mayor parte de lo que hacen no es importante. Algunos incluso son especialistas en replicar artículos de la competencia. Como lo que cuenta es el dato global de audiencia... tonto el último.
Pero bueno, el desinterés por la información más influyente por parte de ‘la masa’ es comprensible y hasta sano. Es preferible no imaginar el efecto que tendría en la estabilidad mental del ciudadano medio el hecho de sumar a sus preocupaciones habituales las que están relacionadas con el desequilibrio del cuadro macroeconómico o la pérdida de competitividad del sector productivo español. O con la carrera armamentística de las potencias emergentes. Quienes se quejan de la simpleza de quienes anteponen el fútbol y los culebrones turcos a las noticias sobre estos temas no saben lo que dicen. Una sociedad preocupada por estos temas sería una sociedad neurótica. De hecho, así se ha podido comprobar con la pandemia de coronavirus.
El negocio de la información
Para entender la verdadera dimensión del negocio, es necesario desbrozar el terreno. Anunciaba The New York Times hace unas semanas la compra de la publicación deportiva The Athletic por 550 millones de dólares y, a los pocos días, confirmaba que con la suma de sus lectores de pago y las de este medio acababa de sobrepasar la barrera de los 10 millones de suscriptores.El principal periódico del mundo occidental ha hecho las cosas muy bien durante los últimos años y ha conseguido que su muro de pago sea líder mundial. También que su acción se revalorice desde los 5 hasta los 41 dólares. Ahora bien, sus directivos son conscientes de que el efecto beneficioso para su negocio que supuso la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca se ha desvanecido. Y de que, tras dos años de pandemia, existe cierto hastío de la población hacia la información.
Por eso se han apresurado a engordar una sección que aporta una parte interesante de los ingresos del periódico, como es la de pasatiempos. Según recogió Dircomfidencial, son un total de dos millones de suscriptores los que pagan por tener acceso a los crucigramas, sudokus y recetas de cocina del diario. Recientemente, han invertido 1 millón de dólares en la adquisición de Wordle, que es un juego viral que consiste en adivinar en seis intentos una palabra de cinco letras.
Su desarrollador la programó porque a su novia le gustaban los juegos de palabras y se ha hecho millonario gracias a su idea. A veces, crear es más rentable que copiar, lo que devuelve cierta esperanza en el mundo. The New York Times no prevé cerrarlo, sino ofrecerlo en su web de forma gratuita para tratar de atraer público y revalorizar sus espacios publicitarios. Al menos, por ahora.
En el momento más convulso de las últimas décadas, existe cierta fatiga informativa, que contrasta con el importante incremento de las visitas a la prensa digital durante los primeros meses de pandemia. Hay quien en el sector lo atribuye a la reducción del teletrabajo; y hay quien habla de cierto cansancio por parte de los lectores tras meses y meses de noticias constantes sobre restricciones sanitarias, contagios, muertes y hospitales. Y, evidentemente, sobre la actividad política que toda esta agitación ha generado. Sirva como ejemplo de este caso que 2021 fue el ejercicio con el menor consumo de televisión lineal de las últimas décadas.
No se gana dinero con las noticias
Pero más allá de todo eso, llama la atención que la prensa escrita rastrea el mercado en busca de oportunidades, ante la falta de pegada del negocio informativo. Durante décadas, los diarios idearon suplementos, promociones, cuadernillos de pasatiempos y todo tipo de publicaciones impresas para acompañar a la información política y económica.
La llegada de internet supuso, en un primer momento, el ‘todo gratis’; y ese fenómeno trató de corregirse con la puesta en marcha de muros de pago para tratar de rentabilizar el negocio con información que -presuntamente- aporta un valor añadido al lector. Pero como estas noticias no tienen la suficiente pegada, se vuelven a buscar las alternativas de ocio -o las ofertas incomprensibles- para intentar mejorar los números.
Todo esto lo expongo porque, de vez en cuando, ante las ínfulas que exhiben algunos -y alguno, sin ningún motivo-, conviene recordar que el negocio de la información siempre ha sido complejo porque es un producto que generalmente ha tenido más valor inmaterial que material. Al menos, para el ciudadano corriente. El que no utiliza esos datos para ganar dinero o para no perderlo. Por eso, los diarios han sido tan sensibles a las crisis, los cambios de tendencias políticas y sociales; y los avances tecnológicos.
Y por eso no hay héroes nacionales en las redacciones, pese a que así lo parezca cuando estos periodistas con delirios de grandeza rellenan la hoja en blanco o se sientan en la mesa de tertulia. En muchos casos, para lucrarse con la información que han revelado los demás, que pueden ser ‘subalternos’ o competidores.
Podría decirse que son reyes desnudos. Y que alguno piensa que vive gracias a sus exclusivas, pero, en realidad, lo hace gracias a los sudokus, a la aportación de los anunciantes y a la porción que le toque de los 158 millones de euros de publicidad institucional.