Juanita, tenaz y valiente se gana el sustento parqueando vehículos
Tiene muchos clientes fijos que les confían la vigilancia de sus vehículos cuando están en la zona.
Un trozo de la acera de la avenida Albert Thomas “le pertenece” a Juana, quien lleva más de 24 años ganándose la vida diariamente parqueando vehículos, a la vez que cocina para los moradores y trabajadores en el lugar.
“Juanita” Jiménez Guzmán, como la conocen de cariño los residentes en el sector María Auxiliadora, con su parqueadero y un pequeño puesto de venta de comida hecho a base de tablas y cartones, con dos mesitas y una estufa de hierro de tres hornillas, ha sacado adelante con el sudor de su frente a sus hijos y nietos.
La sonrisa que emana de su rostro y la tez quemada por los rayos del sol de esta mujer, oriunda del Cajuilito de Guerra, dan la bienvenida a “la zona de búsqueda”, como le llama, a la que marcha desde su hogar a las 6:00 de la mañana todos los días, con sus cartones en mano, en espera de los vehículos a custodiar que le darán el sustento del día.
“Cuando llegué aquí, había un parqueador. Él parqueaba en las mañanas y no había en la tarde, entonces me dijo que yo podía estar en la tarde”, empieza a narrar Juanita sobre sus inicios como custodia de carros.
“Antes de yo parquear, yo vendía ropa, pero lo dejé, después desayunos y también lo dejé. Yo llegué a vender agua y refresco afuera de la escuela, queso y galletas (…) al final me quedé parqueando”, agrega.
Juanita, de 63 años, cuenta que a medida que fue avanzando el tiempo, el señor que la llevó a realizar ese oficio se fue para el interior del país y ella quedó a cargo de las calles que él tomaba para estacionar vehículos.
“Él me dijo: Si a mí me va bien, tú te quedas con el parqueo y si me va mal, me lo devuelves. Yo le dije que está bien. Le fue bien para allá y se quedó… De ahí en adelante, es otra historia”, relata Juanita.
A la fecha, se ha hecho de clientes fijos que cuando visitan o están por la zona van directo a donde ella para que le brinde un estacionamiento cómodo.
“Ya ellos saben que uno le cuida su carro”, exclamó Juana.
Aunque lo que hace no es bien visto por parte de algunos clientes y personas que se dedican a lo mismo, por considerarlo un oficio arriesgado en el que no participan las mujeres activamente, a sus 63 años, Juanita se siente una mujer capaz, útil y autosuficiente.
El trabajo dignifica “Te miran como que tú eres una rata, hay otros que no, pero yo creo que el trabajo me dignifica, todo el mundo tiene que trabajar de una u otra manera. Todos no somos profesionales, todos no podemos serlo. Yo entiendo que para que un país sea país, tenemos que haber todo tipo de personas”, fue lo que dijo cuando le servía a Fernando el plato del día.
Durante la pandemia del Covid-19, Juanita se vio obligada a dejar a un lado la venta de comida, sin embargo, no abandonó su vida como parqueadora. Continuó en las calles del sector María Auxiliadora cerca de los alrededores de la Escuela República de Honduras realizando esta labor.
“Yo me considero una mujer de guerra. Cuando me trancaron por el Covid-19, yo le dije de una vez al hijo mío: Vamos para el mercado… y yo compré plátano, yuca y guineo. Coloqué un ventorrillo en mi casa y estaba vendiendo todo eso a los vecinos, que me compraban porque se los ponía más barato que en el colmado. Pero luego dije: Yo voy para la calle y me fui a parquear”, rememora sobre esa difícil época.
Cuando llegó a la calle, se topó con unas dinámicas de oficio diferentes. Usuarios más fríos, temerosos por la enfermedad y que eran difíciles de abordar.
“Habían unos que no querían que me les acercara y muchos cuentos: “Ay, no puedo cooperar contigo, salí de ahí positivo y si te doy el dinero se te va a pegar”, relata.
Confesó que vivió una fuerte ola de rechazo. Juanita cuando estuvo en las calles, tomó medidas inmediatas, se cuidaba y salía haciendo uso de guantes y mascarilla.
“Uno se conformaba si conseguía 200 o 300 pesos, porque esos eran 200 que uno no tenía. El dinero me lo dejaban en una esquinita y me decían que lo tomara cuando se fueran”, reseña.
Sus hijos viven de los estacionamientos Los estacionamientos callejeros son una fuente de ingreso importante para Juana y sus tres hijos, quienes le echan una mano en las calles a las 11:00 de la mañana y ella debe recogerse para cocinar en el puesto que tiene sobre la acera.
“El parqueo de este lado ahora mismo lo tiene mi hijo, ahí es que él se gana la vida y el de aquel lado lo tenían las hijas mías”, señala hacia las calles mientras le echaba orégano y sal a una carne de pollo que estaba sazonando para vender.
Su hijo Samuel, de 27 años, es el único que vive con ella. Juana cuenta que en ocasiones aparece una “chiripa” y “deja los parqueos para montar puertas y ventanas por ahí” y ella lo cubre.
“Uno hace algo con los parqueos, no una cosa grande, pero yo sí te digo que el ingreso de los parqueos es bueno porque uno no tiene que invertir, entonces todo lo que a uno de dan es ganancia, hasta RD$5.00”, dice Juanita.
“Es mucha la responsabilidad con los vehículos y es mucho el sol que tú tienes que coger, porque hay que vivir de allá para acá, dándole vuelta a los carros por los delincuentes, pero me gusta”, agregó. De sus hijas, contó que luego de permanecer por siete años custodiando vehículos, decidieron buscar un trabajo.
Marcada por el recuerdo del fallecimiento de su primer hijo en sus brazos, en medio de la entrevista, Juana cambió de tono a recordar la muerte de su hijo mayor de 34 años, David Soto Jiménez. No aguantó las lágrimas y su voz empezó a entrecortarse.
—David Soto, —vociferó la enfermera de la sala de emergencias en el Hospital Moscoso Puello aquella noche del 8 de noviembre.
—Aquí estamos, —respondió Juana apresurada.
La doctora de turno iba a pasarle unos medicamentos a David. En ese momento rápidamente se pusieron de pie otros dos y se acercaron a ellos.
Le pidieron el seguro médico del joven y Juana les respondió que no tenía, por lo que se negaron a atenderlo.
Ahí dejaron a David, retorcido por un fuerte dolor de cabeza en una silla de metal junto a su madre. Al cabo de unas horas, falleció.
El dolor de cabeza se debía a unos coágulos de sangre por un golpe que había sufrido dos años antes en la cabeza.
CLAVES
Dificultades. En el oficio de vigilar los vehículos Juana ha tenido sus dificultades. Los problemas más comunes son la delincuencia y los conflictos con otros parqueadores. Cuenta que cuando en ocasiones ladrones le han quitado piezas a vehículos bajo su responsabilidad, ha tenido que costearlas.
Enfrentamientos. Otras veces han llegado hombres queriendo apropiarse de las calles e intentan ingresar por donde están las mujeres y las enfrentan. Recuerda que con uno de ellos tuvo un conflicto y “nos dimos par de palos”.