Juanita, tenaz y valiente se gana el sustento parqueando vehículos

Tiene muchos clientes fijos que les confían la vigilancia de sus vehículos cuando están en la zona.

Juanita recibe el pago de un cliente por cuidar su vehículo y debajo en plena faena en su puesto de venta de comida. JORGE MARTÍNEZ/LD

Juanita recibe el pago de un cliente por cuidar su vehículo y debajo en plena faena en su puesto de venta de comida. JORGE MARTÍNEZ/LD

Un trozo de la acera de la avenida Albert Thomas “le pertenece” a Juana, quien lleva más de 24 años ga­nándose la vida diaria­mente parqueando vehí­culos, a la vez que cocina para los moradores y tra­bajadores en el lugar.

“Juanita” Jiménez Guz­mán, como la conocen de cariño los residentes en el sector María Auxiliadora, con su parqueadero y un pequeño puesto de venta de comida hecho a base de tablas y cartones, con dos mesitas y una estufa de hierro de tres hornillas, ha sacado adelante con el su­dor de su frente a sus hijos y nietos.

La sonrisa que emana de su rostro y la tez quema­da por los rayos del sol de esta mujer, oriunda del Cajuilito de Guerra, dan la bienvenida a “la zona de búsqueda”, como le lla­ma, a la que marcha des­de su hogar a las 6:00 de la mañana todos los días, con sus cartones en mano, en espera de los vehículos a custodiar que le darán el sustento del día.

“Cuando llegué aquí, ha­bía un parqueador. Él par­queaba en las mañanas y no había en la tarde, en­tonces me dijo que yo po­día estar en la tarde”, empieza a narrar Juani­ta sobre sus inicios como custodia de carros.

“Antes de yo parquear, yo vendía ropa, pero lo de­jé, después desayunos y también lo dejé. Yo llegué a vender agua y refresco afuera de la escuela, que­so y galletas (…) al final me quedé parqueando”, agrega.

Juanita, de 63 años, cuen­ta que a medida que fue avanzando el tiempo, el señor que la llevó a realizar ese oficio se fue para el in­terior del país y ella quedó a cargo de las calles que él tomaba para estacionar ve­hículos.

“Él me dijo: Si a mí me va bien, tú te quedas con el parqueo y si me va mal, me lo devuelves. Yo le dije que está bien. Le fue bien para allá y se quedó… De ahí en adelante, es otra historia”, relata Juanita.

A la fecha, se ha hecho de clientes fijos que cuando visitan o están por la zona van directo a donde ella pa­ra que le brinde un estacio­namiento cómodo.

“Ya ellos saben que uno le cuida su carro”, exclamó Juana.

Aunque lo que hace no es bien visto por parte de al­gunos clientes y personas que se dedican a lo mismo, por considerarlo un oficio arriesgado en el que no par­ticipan las mujeres activa­mente, a sus 63 años, Jua­nita se siente una mujer capaz, útil y autosuficiente.

El trabajo dignifica “Te miran como que tú eres una rata, hay otros que no, pero yo creo que el trabajo me dignifica, todo el mun­do tiene que trabajar de una u otra manera. Todos no so­mos profesionales, todos no podemos serlo. Yo entien­do que para que un país sea país, tenemos que haber to­do tipo de personas”, fue lo que dijo cuando le servía a Fernando el plato del día.

Durante la pandemia del Covid-19, Juanita se vio obligada a dejar a un lado la venta de comida, sin em­bargo, no abandonó su vida como parqueadora. Conti­nuó en las calles del sector María Auxiliadora cerca de los alrededores de la Escue­la República de Honduras realizando esta labor.

“Yo me considero una mu­jer de guerra. Cuando me trancaron por el Covid-19, yo le dije de una vez al hi­jo mío: Vamos para el mer­cado… y yo compré pláta­no, yuca y guineo. Coloqué un ventorrillo en mi casa y estaba vendiendo todo eso a los vecinos, que me com­praban porque se los ponía más barato que en el colma­do. Pero luego dije: Yo voy para la calle y me fui a par­quear”, rememora sobre esa difícil época.

Cuando llegó a la calle, se topó con unas dinámicas de oficio diferentes. Usuarios más fríos, temerosos por la enfermedad y que eran difí­ciles de abordar.

“Habían unos que no que­rían que me les acercara y muchos cuentos: “Ay, no puedo cooperar contigo, sa­lí de ahí positivo y si te doy el dinero se te va a pegar”, relata.

Confesó que vivió una fuer­te ola de rechazo. Juanita cuando estuvo en las calles, tomó medidas inmediatas, se cuidaba y salía haciendo uso de guantes y mascari­lla.

“Uno se conformaba si con­seguía 200 o 300 pesos, porque esos eran 200 que uno no tenía. El dinero me lo dejaban en una esquinita y me decían que lo tomara cuando se fueran”, reseña.

Sus hijos viven de los esta­cionamientos Los estacionamientos calle­jeros son una fuente de in­greso importante para Jua­na y sus tres hijos, quienes le echan una mano en las calles a las 11:00 de la ma­ñana y ella debe recogerse para cocinar en el puesto que tiene sobre la acera.

“El parqueo de este lado ahora mismo lo tiene mi hijo, ahí es que él se gana la vida y el de aquel lado lo tenían las hijas mías”, señala hacia las calles mientras le echaba oréga­no y sal a una carne de po­llo que estaba sazonando para vender.

Su hijo Samuel, de 27 años, es el único que vive con ella. Juana cuenta que en ocasiones aparece una “chi­ripa” y “deja los parqueos para montar puertas y ven­tanas por ahí” y ella lo cu­bre.

“Uno hace algo con los par­queos, no una cosa gran­de, pero yo sí te digo que el ingreso de los parqueos es bueno porque uno no tiene que invertir, entonces todo lo que a uno de dan es ga­nancia, hasta RD$5.00”, di­ce Juanita.

“Es mucha la responsabi­lidad con los vehículos y es mucho el sol que tú tie­nes que coger, porque hay que vivir de allá para acá, dándole vuelta a los carros por los delincuentes, pero me gusta”, agregó. De sus hijas, contó que luego de permanecer por siete años custodiando vehículos, de­cidieron buscar un trabajo.

Marcada por el recuerdo del fallecimiento de su pri­mer hijo en sus brazos, en medio de la entrevista, Jua­na cambió de tono a recor­dar la muerte de su hijo mayor de 34 años, David Soto Jiménez. No aguantó las lágrimas y su voz empe­zó a entrecortarse.

—David Soto, —vociferó la enfermera de la sala de emergencias en el Hospital Moscoso Puello aquella no­che del 8 de noviembre.

—Aquí estamos, —respon­dió Juana apresurada.

La doctora de turno iba a pasarle unos medicamen­tos a David. En ese momen­to rápidamente se pusieron de pie otros dos y se acerca­ron a ellos.

Le pidieron el seguro médi­co del joven y Juana les res­pondió que no tenía, por lo que se negaron a atenderlo.

Ahí dejaron a David, retor­cido por un fuerte dolor de cabeza en una silla de me­tal junto a su madre. Al ca­bo de unas horas, falleció.

El dolor de cabeza se debía a unos coágulos de sangre por un golpe que había su­frido dos años antes en la cabeza.

CLAVES

Dificultades. En el oficio de vigilar los vehículos Juana ha teni­do sus dificultades. Los problemas más comu­nes son la delincuencia y los conflictos con otros parqueadores. Cuenta que cuando en ocasio­nes ladrones le han qui­tado piezas a vehículos bajo su responsabilidad, ha tenido que costearlas.

Enfrentamientos. Otras veces han llega­do hombres queriendo apropiarse de las calles e intentan ingresar por donde están las mujeres y las enfrentan. Recuer­da que con uno de ellos tuvo un conflicto y “nos dimos par de palos”.