Enfoque
Colonialismo medioambiental de la élite global
El desarrollo siempre ha traído emparejado consigo cierto grado de contaminación. De hecho, ningún país desarrollado se hizo rico sin haber generado niveles significativos de contaminación en su proceso de industrialización.
Hoy, con la riqueza que tienen en su haber, esas naciones pueden invertir a gran escala en modos de producción que emiten menos polución. Sin embargo, hay que reconocer que sin la contaminación que una vez generaron nunca hubiesen podido lograr el desarrollo económico que en la actualidad les permite ser “verdes” y “amigables con el medio ambiente” en algunos menesteres.
A pesar de esa realidad, los países ricos buscan imponer en países de economías emergentes estándares medioambientales que ellos no observaron cuando sus economías estaban, en efecto, emergiendo. Con un discurso de cambio climático articulado con aires apocalípticos y argumentos que muchas veces son, de plano, pseudocientíficos, la élite económica del primer mundo ha logrado frenar el desarrollo en numerosos países tercermundistas. Especialmente el de naciones pequeñas que, como República Dominicana, no necesariamente desarrollan una política medioambiental con criterio de desarrollo nacional. Naciones que, en cambio, simplemente se adhieren a lo que establecen los organismos internacionales de Europa, Canadá y Estados Unidos de Norteamérica no nada más en materia medioambiental, sino en toda una retahíla de asuntos que afectan el presente y el futuro de nuestra sociedad.
Tentáculos Desde programas de “educación sexual” hasta la política de migración internacional, la legalización del aborto y la ideología de género, la élite global tiene sus tentáculos sobre cada aspecto importante de nuestra vida nacional.
La adherencia pura y simple por parte de los países emergentes a los parámetros de la agenda globalista de occidente sucede casi por inercia ya que esa ha sido nuestra tendencia desde la era colonial hasta el día de hoy. Pues, ciertamente, el patrón que predomina en nuestra región es uno donde los gobernantes comprometen el mejor interés de la gente para satisfacer exigencias de poderes foráneos a cambio de “ayudas” pecuniarias y en especie que, por un lado, resuelven un problema inmediato, pero, por otro, ayudan a perpetuar el problema del subdesarrollo y, por vía de consecuencia, el círculo de pobreza tanto en el orden material como en el orden moral.
Consideremos, por ejemplo, los subsidios que reciben los agricultores en Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea que, en su conjunto, superan los 50 mil millones de dólares estadounidenses anualmente. Cifra que, para ponerla en perspectiva, equivale a más de la mitad de toda la riqueza que produce RD en un año.
¿Cómo afecta este particular a los países emergentes y cómo incide en las políticas que se diseñan para regular el medio ambiente? Comencemos puntualizando que los subsidios a la agricultura en países desarrollados permiten que los rubros que produce la industria en esos territorios se vendan internacionalmente a precios artificialmente competitivos. Precios que, incluso, en ocasiones, pueden estar por debajo del costo de producción del producto como tal. Esto, naturalmente, compromete la habilidad de los países emergentes en lo que atañe a capitalizar la ventaja comparativa que, en principio, tienen nuestras economías en la producción de rubros que hacen uso intensivo tanto de la tierra como de la mano de obra.
Muestra de esto es que México, hoy por hoy, importa maíz de los Estados Unidos porque no puede competir con los agricultores de su vecino país debido a los subsidios multimillonarios que estos reciben. Si los agricultores mexicanos compitieran en igualdad de condiciones con los estadounidenses,podrían, sin dudas, no solo suplir al mercado mexicano, sino también exportar al extranjero. Sin embargo, dada la ventaja injusta que tienen los agricultores de países ricos, la agricultura en nuestra región no se puede desarrollar en su máxima expresión.
En ese mismo sentido, la industria arrocera en muchos países de África no tiene margen para desarrollarse debido a todos los sacos de arroz que reciben gratuitamente tanto de los europeos como del gobierno estadounidense. Como si esto fuera poco, el lobby medioambiental de occidente ha logrado incidir en las políticas de países emergentes de modo que estos restrinjan de manera draconiana tanto el uso de suelo de tierra cultivable y la densidad. La densidad, como sabemos, se refiere a la proporción de tierra que se pude desarrollar.
En varios sectores estratégicos de economías emergentes - como el turismo, la minería y la misma agricultura-, esta proporción ha sido reducida a niveles muy por debajo de la escala mínima requerida para que ciertos proyectos sean competitivos y rentables en el corto, mediano y largo plazo. Todo esto bajo el pretexto de proteger el medioambiente. Pero en realidad lo que se busca proteger, en la mayoría de los casos, son intereses de particulares que no tienen el mejor interés de nuestra gente en mente. Por tanto, lo que quieren, realmente, es instaurar, fortalecer y perpetuar un marco regulatorio donde los ricos se hacen más ricos, y los pobres – no pudiendo aprovechar la riqueza de su tierra – continúan dependiendo de la “benevolencia” de actores de otras tierras y de sus propios compatriotas que se dejan comprar con moneda extranjera.
Así funciona, señoras y señores, el colonialismo medioambiental, económico y social de nuestra era.
El autor es economista. Sitio web: www.jonathandoleo.com