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Hombre de Iglesia, educador y promotor social

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MONS. JESÚS CASTRO MARTESanto Domingo, RD

Los preceptos de la justicia y de la equi­dad no deben regular sola­mente las relaciones entre los trabajadores y los em­presarios, sino además las que median entre los dis­tintos sectores de la eco­nomía, entre las zonas de diverso nivel de riqueza en el interior de cada nación (Juan XXIII)

La Iglesia Católica con el Concilio Vaticano II se abre a un proceso de radi­cal renovación, que va des­de los núcleos epistémi­cos de la teología hasta la praxis pastoral y un cam­bio de marca mayor en su más sagrada expresión, la forma de celebrar el culto divino. Es la Iglesia que se afianza sobre su aquilata­da tradición para volver a las fuentes del cristianis­mo primitivo, al tiempo de poner la mirada en el mundo, descubriéndolo como un nuevo lugar don­de Dios y su Espíritu habi­tan, y en el que es preciso auscultar, descubrir la voz de Dios en los aconteci­mientos de la historia, en los signos de los tiempos.

Campeaba una lectu­ra socio-política de las so­ciedades latinoamericanas, se hablaba de la Teoría de la dependencia, a la par de una incipiente teología lati­noamericana con el geniti­vo de liberación, y con ello en el contexto eclesial gra­vitaba la Doctrina Social de la Iglesia, la otra cara de la labor pastoral de la Iglesia con la que se daba respues­ta a la cuestión social, y la República Dominicana en­frenta la década del 60 sa­cudiéndose de los resabios y el lastre de las dictaduras, un mal muy difundido en aquel entonces en la región.

Un contexto para com­prender el alcance y la osa­día de la Conferencia Epis­copal Dominicana de la época que en tal clima se embarca en la tarea de em­prender una universidad de índole privada y con iden­tidad católica. El liderazgo y la visión de Mons. Hugo Eduardo Polanco Brito le da realidad a ese proyecto que nominan la Encíclica Mater et magistra, haciendo aco­pio de una enseñanza ma­gisterial del Papa Bueno, Juan XXIII, refiriéndose a la Iglesia en su misión de ma­dre y maestra, así inicia la hoy Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra.

Los obispos de Santiago de los Caballeros, en pri­mer lugar Mons. Polanco, supieron legar en un decidi­do y laborioso sacerdote, el alcance y desarrollo de esa visión: Mons. Agripino An­tonio Núñez Collado, cuya historia no puede entender­se sin el calor de esa orien­tación fundamental de los inspiradores de la universi­dad y el de una época con­vulsa y prometedora que se preciaba de querer revolu­cionarlo todo.

La gran obra de Agripino fue seguir con obsequiosa voluntad el propósito para el que fue pensada la uni­versidad. Su trabajo y fide­lidad a la misión lo llevó por caminos insospechados que le descubrieron la grande­za y la potencialidad de lo que tenía entre manos, y a lo que con arrojo, pasión y tenacidad se entregó, para volverse, casi que como cal­co, un padre y un maestro de generaciones, haciendo de la universidad la bujía y la inspiración de una nueva realidad regional, el empuje económico y social de la ca­pital de la Región Norte del país, Santiago de los Caba­lleros.

Una nueva realidad na­cional estaba en ciernes, y no luce descabellado con­siderar que el encono y la inquina del dios dinero se cebaran contra un cura se­rrano que rabiosamente muchos consideraban de­bía quedarse en la sacristía y uno volverse un perturbo del nuevo liderazgo econó­mico post-Trujillo.

Quizás la mayor obra de Núñez Collado fue la de de­mostrar en su momento a la clase dirigente y a las éli­tes económicas que Repú­blica Dominicana era algo mucho más que su capital Santo Domingo, y que en el tablero de las decisiones na­cionales era necesario con­tar con la participación de otros actores. Me atrevería a decir que Santiago se vol­vió, gracias a su liderazgo y visión, un contrapeso eco­nómico y político con gra­vitaciones en toda la vida nacional. Sin ser economis­ta me atrevo a decir que es tal vez una inteligencia del propio sistema capitalista, que ante tanta voracidad, algún freno debe aparecer.

Su labor de mediador, de negociador y forjador de arreglos imposibles le depa­ran un sitio entre los inmor­tales de tan difícil arte, por­que sólo sabios distinguen que una cuestión o proble­ma sin resolver está ancla­do más en una formulación errónea que en quienes tra­tan de sortearlo o resolver.

La mediación, sirvió ya no sólo para contentarse con quienes ya se identifi­caban como contrapartes o contrincantes, sino en ad­vertir que las conversacio­nes necesariamente no po­drían ser fructíferas si en las discusiones faltaban otros interlocutores o implicados no integrados, así nació esa prometedora instancia de la vida nacional que nos legó su trabajo, el Consejo Eco­nómico y Social-CES.

Puede decirse que a par­tir de esto último, la socie­dad civil conoció un im­pulso importante en los nuevos espacios de concer­tación y diálogo que irre­parablemente produjeron distintas problemáticas pe­ro también sus caminos de solución. La PUCMM fue clave en apoyar ingentes esfuerzos por dotar al lide­razgo social de nuevos ins­trumentos para la participa­ción democrática sobre la base de una formación más sólida.

Las agencias de apoyo y desarrollo con sus progra­mas para naciones en vía de desarrollo encontraron en la PUCMM un socio, una re­ferencia profesional y ética para nuevas intervenciones y proyectos.

Agripino Núñez Collado fue un hombre de Iglesia, un hombre de época, un sacerdote adelantado a la época y un creyente cauti­vo de su compromiso de fe, un soldado del magisterio de Juan XXIII y su Encíclica Mater et magistra.

El autor es Obispo de La Altagracia

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