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La República

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Haití ante el Sanedrín de las naciones

El asesinado presidente haitiano, Jovenel Moise.

Ángel LockwardSanto Domingo, RD

Antes de terminar el 2021, finalmente, los fariseos, escucharon la voz de Juan, El Bautista, que clamaba en el desierto, perdón… de Luis Abinader, el Presidente dominicano quien urgia a ayudar a Haití y, virtualmente, se reunieron 90 naciones para hablar del tema y buscar una salida a la crisis de esa república, que según la prensa deben liderar las autoridades haitianas, condición que es desde luego, imposible.

Recientemente, como ocurre en las series de televisión, en este caso, trágica y real, en los episodios previos de los once primeros meses del año, vimos lo siguiente:

En el mes de enero del 2021 hubo protestas multitudinarias pidiendo la renuncia del Presidente Jovenel Moise, quien nunca fue popular, con una huelga general de dos días el 1 de febrero; el 7,- fecha en que debió cesar - éste denunció un plan de golpe de Estado y se ordenó el arresto de un Juez de la Corte de Casación, Yvickel Dabrésil; al día siguiente, la oposición rechazó su condición de Jefe del Estado y designó al Presidente de la Corte, Joseph Mécene Jean Louis – a quien nadie reconoció -, de inmediato el 9 jubiló a los jueces de la Corte. Ese mes culminó con la fuga de prisioneros de la prisión de Croix-des Bouquets, cerca de la capital y, en ocasión de ello, la muerte de 25 personas.

En medio de un clima de ingobernabilidad, el 11 abril se calentó más la práctica del secuestro – en especial de religiosos - a cargo de Los 400 Mawozo liderada por Jimmy Chérizier , esta vez nueve personas – cinco de ellos sacerdotes y dos monjas –, tres días más tarde renunció el Primer Ministro y, Moise, a quien localmente desconocen como Jefe de Estado, designó a Claude Joseph, interinamente. Mayo es el mes de llamados a diálogos que no se producen para un “Gobierno de unidad nacional” que dirija el país hasta el 7 de febrero del 2022.

No hay grandes novedades en junio, si exceptuamos el asesinato de 15 personas – a final del mes - a cargo de la Policía, en represalia por la muerte de un agente; pero Joseph ha fallado en su tarea y Moise designa a Ariel Henry en su sustitución; dos días después, el 7 de julio, estalló el caos con su magnicidio, cuando un grupo de hombres armados irrumpió en su residencia – entre ellos 18 ex militares colombianos – y le asesinaron dejando gravemente herida a su esposa. El día 8 cuando el mundo reaccionó al asesinato del Presidente, en Haití, en medio del más absoluto caos, no hay Primer Ministro, pues Joseph estaba cesado y a Henry, el Parlamento – declarado caduco - no le había ratificado como Primer Ministro, quien allí es el Jefe del Gobierno, conforme a la normativa constitucional; el siguiente en línea de sucesión, el Presidente de la Corte, había fallecido.

El Senado nombra a Joseph Lambert, Presidente de la Cámara Alta, desconociendo a Claude Joseph y, el 9, luego de negociaciones en la embajada norteamericana, ambos son desestimados y se conviene en Ariel Henry, como Jefe del Gobierno, quien en agosto pospone las elecciones parlamentarias y el referéndum convocado para el 26 de septiembre, fuente de conflictos del Presidente asesinado, para noviembre, fecha en la que desde luego, no se celebrararon.

Haití, independiente de la desgracia política fruto de la naturaleza de su origen como nación, es un espacio territorial visitado con frecuencia por la tragedia que multiplica sus víctimas y los daños debido a la pésima infraestructura como sucedió en el 2010 cuando un fuerte sismo de 7 Mv, produjo 300 mil muertos y casi dos millones de damnificados y, del que no se ha recuperado – ni siquiera su Casa de Gobierno -; siguiendo esta tradición de la naturaleza el 14 de agosto un terremoto de 7.2 en la escala Richter mató a unas 2,248 personas, desapareció otras 300 y damnificó a unas 690 mil: Esta vez la ayuda internacional brilló por su ausencia, el mundo se había cansado de Haití.

La firma en septiembre de un acuerdo de los partidos políticos – muy fracturados - con el Gobierno interino para discutir la redacción de una nueva Constitución y las elecciones a finales del 2022, tuvo efectos muy tibios: En Haití a pocas personas les importa quien dirige el país, eso, practicado desde 1986 – cuando salió Jean Claude Duvalier - ha probado que no resuelve sus problemas diarios e inmediatos; pero entonces actuó, temerariamente, el verdadero poder que descansa en las bandas. Los 400 Mowazo secuestraron a 17 misioneros de Estados Unidos – uno de Canadá – por los que pidieron un rescate de un millón de dólares por cabeza.

En un territorio en que el Gobierno carece de medios para imponer el monopolio de la violencia desde la disolución del Ejército, el poder real lo tienen las bandas y, estas, si bien tienen el secuestro como una división lucrativa, no es la única, el narcotráfico y el “impuesto” a las actividades económicas, son aún más jugosas.

En medio del caos reinante, apretaron sus anillos cerrando los puertos y secuestrando a los camioneros para impedir el abastecimiento de combustibles: Octubre cerró con una huelga nacional por la carencia de combustibles que obligó a cerrar las emisoras de radio y televisoras más importantes, incluyendo Radio Caraibe, los diarios, con Nouvelliste, tuvieron la misma suerte y también los hospitales; la violencia se apoderó de las calles.

Los efectos del terremoto y el terror impuesto por las bandas, agravados por la falta de energía – y sin comunicaciones - lanzó a miles de personas al mar, 20 de ellas, incluidas seis mujeres y dos niños, naufragan y mueren el 30 de octubre; trece mil llegan a la frontera de Estados Unidos con México a través de diversos países y decenas de miles cruzan a República Dominicana.

Estados Unidos los reprime salvajemente y a pesar de la disculpa del Presidente Biden, los deporta – también deportan Bahamas, Turkas-Caicos y Cuba, según el jefe de la misión de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Haití, Giuseppe Loprete - Colombia, Costa Rica y otras naciones, plantean por primera vez el problema en Naciones Unidas, junto a República Dominicana: Están clamando en el desierto, ya las naciones “amigas” están cansadas del tema.

La Temporada 2021 de esta serie, si bien culmina uno de sus episodios felizmente con la entrega de los 17 secuestrados norteamericanos – no se sabe en qué condiciones – y varios dominicanos, tras el aumento en los precios de los combustibles el 10 de diciembre de nuevo lanzó a las calles a manifestantes y, un accidente, cuatro días más tarde, de un camión cisterna al tratar de esquivar a un mototaxi, produjo en Pont Grand Pois et Samarie, un barrio de Cabo Haitiano la principal ciudad del norte, una nueva tragedia: 60 personas que intentaron recoger el combustible que se derramaba fallecidas incendiadas con la explosión y decenas de casuchas quemadas.

El encuentro “Haití International Partners Meeting convocado por el Presidente Biden, en el Sanedrín diplomático de 90 cancillerías el pasado 16 de diciembre debía abrir - aunque sin muchas esperanzas- un horizonte nuevo para gestionar el tema haitiano, en el que todas las recetas de los organismos internacionales, impuestas por Estados Unidos, Francia y Canadá – antiguamente también Venezuela – han fracasado desde la reinstalación de Aristide hace 25 años, pasando por el error de disolver el Ejercito – que dejó el territorio a las bandas - y como consecuencia, la costosa y larga estancia del Minusth de la ONU.

Buscar la solución a través del liderazgo político haitiano es repetir la fórmula que ya probó, reiteradamente, ser errada: Haití necesita controlar la violencia y reducir a la obediencia de la ley a los grupos de delincuentes armados, algo que sus políticos, causantes del problema, no pueden resolver, luego sembrar instituciones y abonarlas durante un tiempo, incluyendo las instituciones políticas de la democracia al tiempo que se convierte a las personas en ciudadanos, que no los hay y, en 20 años, puede ser una República y no el Estado fallido de hoy.

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