Observatorio Global
Ómicron, Rusia y China: trilogía de fin de año
Al encontrarnos en los días finales de este 2021, considerado por muchos como el año de la recuperación, tres nuevos elementos han surgido para crear mayor incertidumbre en un mundo impredecible, en constante transformación.
Se trata de Ómicron, la nueva variante del Covid-19, así como las recientes tensiones entre Rusia y Ucrania y entre la República Popular China y Taiwán, con Estados Unidos de trasfondo.
Frente al Covid-19, la humanidad vio una luz de esperanza con el surgimiento de la vacuna. Hasta ahora, sin embargo, su distribución ha sido muy desigual. En el mundo desarrollado y en parte del mundo en desarrollo, se ha alcanzado hasta cerca de un 70% de población vacunada.
En África, en cambio, hasta el momento solo el 7% de su población ha recibido una dosis del fármaco. Al ser una epidemia de carácter global, o pandemia, nadie estará seguro, en ningún lugar del planeta, hasta que la generalidad de los seres humanos haya recibido la inyección.
El temor consiste en que, al no obtenerse la plena vacunación, el virus va mutando y generando nuevas variantes, frente a las cuales no se tiene la certeza de la eficacia de la vacuna para contener su propagación.
Ha sido el caso de las variantes identificadas por las letras del alfabeto griego: Alfa, gamma, beta y delta. Esta última ha causado verdaderos estragos, sobre todo en la India, donde los cadáveres tenían que ser cremados porque no había espacio suficiente en los cementerios para ser enterrados.
Cuando todavía la variante Delta se está expandiendo por distintos lugares del planeta, especialmente en los Estados Unidos y Europa, emerge ahora una nueva variante: Ómicron, misteriosa, desconocida por los científicos y con una capacidad para mutar en 50 otras variantes.
Al divulgarse la noticia de su origen en Sudáfrica, las bolsas de valores en los principales centros mundiales de mercados de capitales experimentaron una abrupta caída. La preocupación consiste en establecer sus niveles de transmisibilidad, de severidad y de efecto en las personas con anticuerpos acumulados, bien por el virus o por la vacuna.
Pero hasta el momento, sobre esos aspectos, nada se sabe. El desconocimiento nubla el horizonte.
El dilema ruso De igual manera, en estos días, el despliegue de 175 mil soldados rusos hacia su frontera con Ucrania ha suscitado la atención de la opinión pública internacional. Parece una reedición de los conflictos acaecidos en el 2014 con la ocupación rusa del Este de ese país y su anexión de la Península de Crimea, en el Mar Negro.
La razón de ambos episodios es la misma. Por una parte, el actual gobierno de Ucrania aspira a incorporarse a la Unión Europea y a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), una alianza militar de los Estados Unidos y varios países europeos.
Por otro lado, Rusia, apelando a razones históricas, considera que Ucrania es parte de su unidad territorial y de su cultura; y al mismo tiempo, por proximidad geográfica y valor geoestratégico, un riesgo a su seguridad nacional, el que Ucrania procure incorporarse a una alianza militar del mundo occidental.
Por tales motivos, desplaza sus tropas hacia la frontera ucraniana, con la finalidad de mandar una señal inequívoca a los países miembros de la OTAN, de que Rusia no está en condiciones de admitir que un antiguo miembro de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), deje de estar bajo la esfera de influencia rusa, para entrar en la órbita de Occidente.
Para abordar ese espinoso tema, los presidentes Joe Biden y Vladimir Putin sostuvieron una reunión virtual la semana pasada, intentando evitar el conflicto armado y renovar viejos tratados internacionales.
Pero lo cierto es que con el desplome de la Unión Soviética, en 1991, hace 30 años, y la disolución del Pacto de Varsovia, la representación militar de los países socialistas, se consideró que la OTAN había cumplido con su misión histórica de contener el avance del marxismo- leninismo y también debía desaparecer.
No fue así. Por el contrario, ha procurado su fortalecimiento y expansión hacia áreas geográficas consideradas por Rusia como parte de su esfera de influencia y espacio vital.
La doctrina Xi La transformación de la República Popular China, en tan solo cuatro décadas, de un país pobre, atrasado y rural, en una potencia económica, militar y tecnológica, ha sido uno de los grandes prodigios de la historia moderna.
Pero, al consolidarse en esos ámbitos, China ahora aspira a extenderse por el mundo, tal como lo ha hecho en su propia región asiática, en África y América Latina. Ha creado la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, a través de la cual, mediante millonarias inversiones, se construyen importantes obras de infraestructuras, se instalan cables de fibra óptica, se promueve la economía digital y se expande la red móvil 5G.
Se afianza como principal potencia en la región del Indo-Pacífico. Pero, al avanzar en su proceso de expansión, ha entrado en conflictos en los mares del Este y Sur de la China, con varios países del área, como Brunei, Tailandia, Malasia, Filipinas y Vietnam.
Los líderes chinos, especialmente su primer ministro, Xi Jinping, han sido enfáticos en poner de manifiesto que su país no alberga aspiraciones imperiales. Sostienen que su única meta es consolidar la unidad del pueblo chino, sobre la base de su historia, la lengua y la cultura chinas.
Eso explicaría las severas políticas restrictivas aplicadas en estos últimos años en Hong Kong, antigua colonia británica, que fue traspasada al dominio de la República Popular China en el 1997, bajo el criterio de un país, dos sistemas.
Explicaría también la actitud frente a Taiwán, al cual consideran parte del territorio chino; y por consiguiente, no se le reconocen como nación los atributos de independencia, soberanía y autodeterminación.
Hay quienes consideran que el único interés de la República Popular China es tan sólo el de producir un ajuste en el sistema internacional, que le permita robustecer su autoridad, influencia y prestigio en su condición de potencia mundial.
Para otros, en cambio, su verdadero objetivo estratégico consiste en generar un cambio en el orden mundial, en el que sus valores, normas y principios predominen frente a un orden liberal occidental en decadencia.
Las crispaciones que hoy se libran entre Rusia y Ucrania, al igual que entre China y Taiwán, con Estados Unidos en la sombra, junto a la nueva variante del virus que se expande por el mundo, son tres nuevos ejemplos, al terminar este año, de un mundo a la deriva, que navega sobre un mar agitado, incierto y peligroso.