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El mar se tragó los sueños de cinco mujeres de Arenoso

La fatalidad deja a 12 niños en la orfandad

Helenny AmparoSanto Domingo, RD

Todos conocen sus nombres: Yahaira, Raisa, Yanet, Alba y Heidy. Son cinco mujeres que, con sus carismáticas personalidades, llenaban los rincones de El Aguacate, en Arenoso, provincia Duarte, un pueblo que sucumbe entre el polvo y el abandono, y cuyas cinco vidas, más no sus recuerdos, se perdieron en el mar.

Todas de un mismo lugar, en el que crecieron, y donde a su alrededor las casitas de madera y zinc comienzan a transformarse en estructuras de concreto.

Todas, excepto las de estas cinco mujeres, que junto a sus pequeños sentían diariamente la brisa filtrada por entre la madera gastada, o las goteras de agua por los agujeros de los techos de sus hogares.

Ellas, al igual que otras 40 personas, aproximadamente, vieron donde otros ven peligro, la única oportunidad de mejorar su estilo de vida y el de sus familias que hoy cuidan de los 12 niños que entre todas dejaron en la orfandad.

Alba Gil Vásquez “Yo le decía que no se fuera. Mira, piensa en tus hijas, ellas te necesitan. Ya ellas son huérfanas de padre. Ay, no te vayas mi hija. Yo le decía”, recordó Yohani, quien de vecina pasó a convertirse en una madre para Alba Gil Vásquez, una de las nueve víctimas mortales del viaje ilegal que zozobró en la playa de Celedonio, en Miches.

“Muy risueña”, y “cercana a la gente mayor” de su comunidad, así describen los residentes a la madre de 31 años que perdió a su esposo en un accidente de tránsito y desde entonces se enfrentó a la vida “con uñas y dientes, para sacar a sus muchachas pa’ lante”.

“Para nosotros, era como una niña, por donde sea que pasaba se paraba a saludar a cualquier viejito, y uno tenía que salir a buscarla. Eso ya no se ve, a la gente joven no le gusta hablar con sus mayores, pero esa sí que no era así”, narró uno de sus tíos.

“Su tío de confianza”, como dijo él que ella le llamaba, contó que hay “una doña del campo” que cada vez lo ve sólo le pregunta: “¿Y Alba?, que tengo mucho que no la veo; ya no viene”, y él, sin responder, sigue su camino.

Alba era “muy conocida” en El Aguacate, no sólo por su personalidad, sino también por su entusiasmo de progresar que la llevó a poner un negocio de hacer trenzas tras perder su trabajo en medio de los primeros efectos de la pandemia del covid-19 en el país.

“¡Uf!, ella se acostaba hasta a las dos de la mañana haciendo trenzas, y si le llegaban más tarde ella se las hacía; ella era muy rápida”, expresó Yohani, al tiempo que resaltó “eso era un día, y los otros días ella pasaba mucho trabajo”.

Mejor hogar para sus hijas Fue precisamente su destreza para estos peinados lo que le facilitó conseguir supuestos trabajos en Puerto Rico, adonde se dirigía la embarcación que naufragó.

“Ella ya tenía tres trabajos allá, lo que se ganaba aquí haciendo 10 trenzas, se lo iba a ganar con una sola”, reveló una de sus tías.

A esta posibilidad se sumó, también, la recurrente queja de Alba de que su casa era la única “malita” y que sus hijas merecían un hogar mejor.

Tan pronto como la noticia de que su hija se iría llegó a oídos de su padre, Orlando, este se comunicó con ella para persuadirla.

“¿Qué es lo que tú quieres mi hija?, si yo puedo yo te lo doy, pero no te vayas. Y ella me dijo: ‘está bien papi, ya yo desistí, ella me dijo’ ”, indicó Orlando.

Lo último que se supo de Alba fueron las instrucciones que dio a sus vecinas más cercanas: “Cuídenmelas, cuando yo llegue yo las llamo y no le digan a papi”.

Cadena de tragedias El tiempo de angustia que vivió la familia desde que Yahaira se despidió es una historia repetida que hace dos años, tres, y cinco meses, respectivamente, les tocó sentir a sus allegados, cuando otros miembros de la familia decidieron abalanzarse a la incierta aventura. Una de esos tres era la hermana Yahaira.

Reencontrarse con ella, y con su esposo, que también llegó a suelo extranjero desafiando las aguas del mar Caribe, era una de las motivaciones de Yahaira y, a pesar de que se negó a irse con su hermana, al enterarse de que ella llegó, “la idea de irse no se le salió de la cabeza”.

“Eso era todos los días hablando de eso. Yo le decía: muchacha no digas eso, pero es que ella era muy viva y no le tenía miedo a nada”, expresó su abuela en voz baja, para cuidar que los hijos de Yahaira de once, ocho y seis años no escucharan.

“Me hace mucha falta”, susurró su padre, Mariano Ureña, mientras la abuela recordaba que solo creyó que realmente se iría cuando la vio partir.

“Esa mañana, ella me vio y me dijo adiós vecina, yo le dije: que le vaya bien. Ella volvió y me saludó de nuevo, yo sentí algo raro, era como despidiéndose de mí, yo digo. Yo no lo creía que en verdad se iba a ir”, indicó.

No obstante, dijo no estar sorprendida, ya que la madre de dos menores de 16 y ocho años tenía cerca de tres meses con los planes.

Para los lugareños y allegados a la madre soltera ella “era un amor con todo el mundo” y le gustaba dar consejos a los más jóvenes, “una muchacha alegre y que ayudaba a todo el que la necesitara”.

La mayor de cuatro hermanos siempre quiso tener una niña y aunque “Dios la premió con dos varones muy buenos”, según Doña Ángela, Madre de la occisa, las flores que están en todo el alrededor de la casa “eran como sus hijas”.

“A ella le gustaba la cocina y sus flores. Eso era lo de ella”, manifestó Doña Ángela, quien dijo además que en algunas semanas tratará de ir al pueblo para llevar a sus nietos al psicólogo.

“El grande no quiere salir de la casa, se la pasa diciendo ella era mi mamá y mi papá, ella era mi mamá y mi papá”, puntualizó Doña Ángela, mientras sostenía una foto de Yanet rodeada de sus flores.

“Mamá, esa es mami” Tan pronto como la señora buscó y mostró la foto, el más pequeño fue a abrazarla, y le dijo: “Mamá, esa es mami”.

Doña Ángela aseguró que le dará todo el amor que le tenía a su hija a sus nietos y que si alguien le hubiera dicho que ella se pretendía ir “hasta la hubiera amarrado” para que no lo hiciera.

Así como Alba y Yahaira, Yanet también estaba desempleada y los recursos que conseguía eran de “picoteos” cuando cubría a alguna amiga en una banca. “Darle un mejor futuro a sus hijos”, es la única razón por la que sus seres queridos justifican su decisión.

Heidy y Raisa Solo unas dos casas distanciaba a las familias de Raisa Estefany Espinal y a Heidy Maria Apolinar, otras dos víctimas del naufragio del que solo se tienen constancia oficial de 23 sobrevivientes.

Solo eran diferentes las residencias, pero en el interior el panorama hacía sentir una especie de escenario repetido al entrar en una casa y en la otra; fotos sobre una mesa, coronas de flores, velas y rostros cabizbajos; cada vez era más común en una comunidad que perdió en un solo día a cinco de los suyos.Aún estando tan cerca la una de la otra, no era más grande el dolor, si no que era el mismo pero con mayor intensidad.

“Yo no sé que voy a hacer, yo no tengo ni mente para hablar”, dijo como pudo Sugei, la madre de Heidy María Apolinar.

“Ahora yo estoy sin tiempo con los dos niños mira, ahora fue que el chiquito se durmió y tengo que darle la leche a la más grande”, añadió.

Con su voz dolida matizada por el ajetreo de tener que sacar fuerzas para lidiar con sus nietos, que por la edad ignoran la dimensión de tener más de una semana sin ver a su madre, Sugei aseguró que desde que se enteró que Heidy murió, no ha podido dormir y pasa las horas llorando.

“Yo no quiero llorar porque la niña me dice que yo lloro mucho y no quiero que me vea”, manifestó mientras se apresuraba en vestir a la pequeña de solo cinco años.

En el caso de Raisa Estefany Espinal, también dejó dos criaturas sin madre justamente buscando darles mejor vida.

Para ella, según su hermana, la familia era prioridad, “ella era loca con su familia, loca, loca, loca”.

La mujer, de 25 años, que el próximo 6 de enero celebraría sus 26, era la menor de la familia y, pese a que todos se negaron, “no hubo forma de hacer cambiar de opinión”.

Cosas terribles La muerte se pone al acecho Desesperación. No se sabe con certeza cómo ocurren los hechos luego de que el mar se ensaña contra las yolas, impidiendo que decenas de dominicanos migren hacia Puerto Rico a un costo, al menos en esta ocasión, de cerca de un cuarto de millón de pesos que debe pagarse en dos etapas.

El primer pago corresponde a 30,000 pesos por pasajero y “si llegan” deben completar los 300,000 pesos.

En este naufragio, uno de los sobrevivientes contó que en medio de la desesperación, tres mujeres se aferraron a él y vio como Yahaira, a quien conocía, desapareció entre la marea.