El drama de las familias ante las clases virtuales
Las vivencias del año escolar pasado narrado desde la perspectiva del estudiante, los padres y los maestros.
Acomoda el abanico para disipar el calor y se concentra en sus quehaceres, Esther cursa sexto de primaria y su materia favorita es matemática.
“Cuando me enteré en la televisión que estábamos en pandemia me asusté porque no sabía si iba a ir a la escuela así, y comenzamos a tomar clases virtuales; no nos entregaron computadoras, pero cada quince día nos daban el cuadernillo”, expresa la niña de 11 años residente de Cambita, San Cristóbal.
En esos días se despertaba, tomaba un cuaderno para anotar lo más importante, mientras veía la televisión en la mañana, porque su hermano mayor de 14 años la veía en la tarde, y solo hay un televisor y no hay computadora en su casa.
Asegura que se siente feliz de estar de vuelta a clases presenciales, porque “en la casa uno no aprende mucho, en la escuela los maestros explican mejor”, aunque confiesa que días antes de entrar al nuevo año escolar estaba en una incertidumbre porque no sabía si había pasado de curso.
Uno de sus dolores de cabeza era cuando se iba la luz, “Mi gran temor era atrasarme con las clases y quemarme, mi mamá me ayudaba cuando no entendía algo”, enfatiza Esther quien sueña con ser profesional y cantante.
No todos los estudiantes tuvieron la dicha de tener a papá o a mamá cerca para que fueran los guiadores en el proceso de enseñanza.
Juan Isidro tiene dos hijas en edades escolares, y el año pasado se sentía preocupado por el aprendizaje de ambas.
“Era demasiado complicado, yo trabajaba el día completo y no podía dedicarles más tiempo ni sentarme con ellas a repasar las clases de los cuadernillos, y no se podía contar con la televisión o el internet porque a veces se iba la luz y duraba hasta cinco días dañada”.
Por esta razón decidió sacrificar de su limitado ingreso y pagarle RD$500 pesos por cuadernillo a una señora que es maestra para que les ayudara a completar las tareas a cada una de sus hijas: Natalia, de 10 años, quien cursa 5to grado de la primaria; y Helen de 15 años está en 4to de secundaria.
Desde la mirada del docente Claribel, profesora de un politécnico, narra que el año pasado los maestros hicieron de ‘tripa corazón’ para poder llevar las clases, convirtiéndose en consejeros e intercesores de muchos estudiantes.
“En momentos le servíamos de psicólogos, pues teníamos muchos estudiantes con trastornos de ansiedad. Había días y noches que no dormíamos porque nos hablaban a todas horas, ansiosos por no querer perder el año. Otro factor de estrés era la violencia intrafamiliar en sus casas, que cuando estaban en la escuela no veían, eso los afectó mucho”, expresa la docente.
A pesar de esos penosos casos, señala que la dificultad más común era la económica: no tenían celulares, computadores, ni internet. Otros, tuvieron que dejar la escuela para trabajar porque sus padres eran ‘chiriperos’, y no estaban laborando.
“Conozco padres, principalmente madres solteras, que tenían más de un hijo y tuvieron que buscar celulares prestados para que sus hijos aprendieron algo, además de que al principio no se estaban dando las raciones de comida, y para muchas familias esto fue un gasto extra que no tenían cómo asumir”.
María Teresa Cabrera, expresidenta de la Asociación Dominicana de Profesores (ADP), asegura que antes de la pandemia ya el sistema educativo estaba marcado por la profunda desigualdad social que ha caracterizado al país.
DATOS Deficiencias en el aprendizaje Cabrera señala que las principales dificultades enfrentadas por los estudiantes de las escuelas públicas fueron: la falta de acceso al internet, radio, televisión y dispositivos tecnológicos; el retraso en la entrega de cuadernillos, y quejas de la estructura interna de estos materiales.
“En zonas apartadas y muy empobrecidas las familias no tenían ni radio ni televisión, esto lo constaté yo misma en provincias como Monte Plata y El Seibo. Otras comunidades no tenían acceso a energía eléctrica”.
Todos esos factores combinados impactaron negativamente la calidad del aprendizaje que ya era pobre antes de la pandemia. “Las evaluaciones sobre la modalidad de educación a distancia, que he visto, muestran la reducción de los niveles de aprendizaje siendo peor la caída en los sectores más empobrecidos”.